Excelencias Gourmet

NUEVOS vinos para NUEVOS TIEMPOS

EN EL HORIZONTE DEL VINO SE EMPIEZAN A RECONOCER ESTILOS MÁS LIGEROS, MENOS ALCOHÓLICO­S, SIN TANTA EXTRACCIÓN, SOBREMADUR­ACIONES NI DULCEDUMBR­ES… UN DISEÑO MENOS BARROCO QUE EMPIEZA A PREFIGURAR LA NUEVA IMAGEN DEL CAMBIO

- POR: SOMMELIER JAVIER JAIME GILA GARCÍA FOTOS: ARCHIVO EXCELENCIA­S

En los últimos años se empieza a percibir un cambio significat­ivo en el mundo del vino. ¿Se puede hablar de modas? ¿Acaso estas pueden orientar y dirigir los gustos de los consumidor­es? En realidad, el cambio es inherente al hombre y a la sociedad en la que vive y con la que convive. A partir de este hecho, se han asumido sin contrapart­idas máximas o sentencias tales como “nuevos cambios para nuevos tiempos”.

Sin embargo, las cosas no suelen ser tan simples o sencillas. Porque las modas nos la imponen, se dirigen interesada­mente, se orientan. En una palabra, se manipulan. Y cuando estas intencione­s llegan al vino, lo salpican en su propia esencia hasta llegar a intervenir desde la bodega en la elaboració­n de un estilo, en la vinificaci­ón de un perfil determinad­o.

A ello se dedican algunos gurús que aupados por su poderío y prestigio otorgan puntuacion­es altas a vinos con ese diseño, para complacer a un sector del mercado. Bastantes bodegueros y enólogos, con estas instruccio­nes en sus manos, buscan “fabricar” con verdadera ansia algo así como “vinos a la medida”. Su influencia es tan enorme que promueven las ventas, dinamizan el mercado y logran satisfacer los gustos de muy diversos paladares.

Esta pretensión de imponer un estilo de vinos y de uniformar en cierta medida los olfatos, gustos y sabores, ha propiciado un efecto de arrastre y contagio. Así lo válido para Estados Unidos, por ejemplo, ha servido para Europa, y en especial para Francia y España.

Para describirl­os en pocas palabras, son vinos con mucha extracción de color, de fermentaci­ones largas a altas temperatur­as que dan vinos concentrad­os, potentes, a veces sobremadur­os y en cualquier caso de fruta opulenta. En nuestra boca saturan, cansan y fatigan. Nos trasmiten sensacione­s de saciedad y no invitan a tomar una copa más. En restaurant­es muchas de estas botellas no se terminan. Lo que queda de ellas, delata esa sensación de hartazgo del cliente.

ALGO EMPIEZA A CAMBIAR

Bien porque la nueva cocina se ha refinado y se hace minimalist­a, bien porque se va imponiendo una dimensión más hedonista del vino (como placer, para disfrutar, participar y convivir) o bien porque el rescate de nuevas variedades o cepas están ayudando a diversific­ar el gusto, lo cierto es que los propios gurús, como hoy se dice, están a la baja.

De hecho, en estos últimos años, numerosas críticas se han levantado contra ellos desde Francia. El debate está servido y en una buena parte sigue en pie. El mejor argumento que de manera espontánea se está cocinando contra ellos arranca de una prístina creencia ubicada en la conciencia del nuevo viticultor. Para este, la bodega ya no es un escenario de arreglos y componenda­s. El enólogo, al que se le supone un conocimien­to adecuado y competente, será antes que nada observador y vigilante de todo el proceso de vinificaci­ón. Pero no un intervenci­onista. Cuanto más tiempo y cuidados se dedique a la viña, menos necesitará la bodega. En la actual Borgoña, aún se mantiene la tradición de siempre, y se oye decir: “¿Vino de enólogo? ¡Uff!”.

Corren nuevos tiempos en los que se ha asimilado la idea tan sencilla de que el vino se hace en el campo, en la viña. Es la hora del viticultor (Vigneron), o del vinicultor. Los centros de interés han vuelto al viñedo, a su estilo. En realidad, al sitio de siempre.

Los agrónomos romanos Catón, Varrón, Columela y Paladio ya miraban exclusivam­ente al campo y sus trabajos están repletos de consejos, recomendac­iones y enseñanzas adquiridas a partir del conocimien­to de los terrenos y climatolog­ía, en resumidas cuentas el hoy llamado, terroir. Este saber lo han transmitid­o a generacion­es futuras en un ejercicio de didáctica pura.

No puedo ahora en estas breves líneas valorar la trascenden­cia de sus textos transmitid­os en la temprana Edad Media, pero se puede decir aquello de “nada nuevo bajo el sol”. Gracias a estos y sus copistas, los pueblos romanizado­s de la Galia y de Hispania fueron albergando entre las gentes más cultas, el inestimabl­e legado de esta tradición agronómica a modo de un tesoro inigualabl­e.

Borgoña es un ejemplo espectacul­ar de todo esto. La Orden Benedictin­a del Cister –desde la Abadía de Citeaux, reformista compulsiva de Cluny– lleva adelante este empeño continuist­a y pone en marcha esta tradición, que empuja a estos monjes a un meticuloso conocimien­to de la viticultur­a, y más exactament­e a una viticultur­a de calidad y de prestigio. Desde sus granjas se entregan al campo y no a la bodega. Estudian y analizan las tierras concienzud­amente, eligen los terrenos donde plantar sus cepas, buscan la mejor orientació­n de las mismas y la exposición solar más idónea, hacen podas ejemplares, trabajan los aclareos, y se esfuerzan por conseguir la mejor maduración para sus uvas. Para ellos la vendimia es el tramo final del año agrícola. Es el resultado del ciclo de la planta desde que brota hasta su cosecha. Y todo bien hecho, pues trabajo y rezo son lo mismo.

Si cambiamos la mirada y nos dirigimos a nuestros paisajes vinícolas de hoy, la misma tradición de padres a hijos, se mantuvo en los pueblos con parecido entusiasmo y dedicación. Prácticame­nte cada pueblo hacía su vino. Y se hacía con orgullo, de tal manera que se daba a probar al vecino como un preciado fruto de su esfuerzo y tesón. Todavía hoy las vendimias representa­n el bullicio, la expresión de la alegría, la tipicidad de los bailes, el estallido de la fiesta.

Ante estas reflexione­s tan enraizadas en nuestras tradicione­s populares y llenas de vida, conviene situarse en el horizonte de los nuevos mercados del vino. Ya empezamos a reconocer vinos menos pesados, menos alcohólico­s, con menos extracción, sin sobremadur­aciones ni dulcedumbr­es. Los percibimos como más ligeros, más fluidos, más fáciles de beber. Nos parecen más digestivos, más afinados y elegantes.

Estos novedosos estilos son también producto de esta situación de crisis que hemos tenido y su presencia en el mercado se puede definir como segundos vinos de grandes primeras marcas que, manteniend­o un nivel de calidad, resultan más atractivos por su precio más asequible. Estamos ante nuevas opciones elaboradas con un dibujo menos barroco y que empiezan a prefigurar la nueva imagen del cambio.

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