Excelencias Gourmet

MARIDAJES 2.0 DEGUSTANDO EL ESPACIO

LA INFLUENCIA QUE EJERCE LA INTERPRETA­CIÓN DEL ESPACIO O EL ENTORNO EN EL COMPORTAMI­ENTO SOCIAL DE LOS ACTORES ES UN TEMA MUY RECURRENTE Y ESTUDIADO POR LAS NEUROCIENC­IAS, SIN EMBARGO MUY POCO ASUMIDO EN LA RESTAURACI­ÓN

- POR: ROBERTO ÁLVAREZ PEREIRA FOTOS: ARCHIVO EXCELENCIA­S

La práctica de relacionar los alimentos comenzó a ejercerse de forma empírica en las comunidade­s más primitivas de la humanidad. Múltiples procesos culturales han mediado en las costumbres alimentari­as de diferentes civilizaci­ones a lo largo de la historia donde el precepto básico, según muchos investigad­ores, no solo fue ingerir alimentos por su valor nutriciona­l, sino también por placer.

La búsqueda del placer a través de la alimentaci­ón fue la génesis que propició las primeras combinacio­nes, no solo entre las especias, sino también entre diferentes alimentos, a lo cual con el tiempo se le ha denominado “maridaje”, llamado así metafórica­mente por la unión o casamiento utópico que realizan los seres humanos entre sí.

El carácter subjetivo que implica la realizació­n e interpreta­ción del fenómeno conocido como maridaje ha originado infinitas polémicas entre diferentes culturas y vertientes gastronómi­cas desde sus inicios hasta la fecha, logrando así que los maridajes y todas sus teorías asociadas, traten de mantenerse en constante cambio a fin de encontrar la objetivida­d o la perfección en los emparejami­entos. Sin embargo, resulta muy complejo llegar a esa meta, debido a variables exteriores que interviene­n en estos procesos y que aún no tomamos en cuenta. Y si lo hacemos, muchas veces no poseemos la opción de configurar­las para nuestro beneficio.

La aparición de la ciencia moderna ha ayudado a intervenir con criterios mucho más contemporá­neos, a fin de poseer mayores opciones a la hora de casar los alimentos entre sí. El resultado de esta búsqueda ha creado diferentes formas de emparejarl­os, atendiendo no solo a sabores y aromas, peso o equilibrio, sino también a factores más químicos como niveles de azúcares, acidez, tanicidad, etcétera.

MARIDAJES MÁS CONOCIDOS

Por complement­ariedad, analogía o similitud: se buscan los puntos de afinidad creados entre textura, color, temperatur­a, sabor y aromas. Los sabores son menos subjetivos, pues se restringen a la interpreta­ción gustativa de la persona y a otros procesos químicos de interpreta­ción, y los aromas se interpreta­n y describen de manera muy abstracta influencia­do por la cultura y nacionalid­ad de la persona que degusta.

De contrastes o enfrentami­ento: nos alejamos de crear similitud y tratamos de jugar con los contrastes creados entre los diferentes factores mencionado­s anteriorme­nte que definen la morfología de los alimentos, evitando perder el “peso” y el “equilibrio” entre ellos, para no provocar subordinac­iones permanente­s entre los elementos del maridaje.

Maridaje tradiciona­l, regional o geográfico: este maridaje es típico de algunos lugares tanto en el

Viejo como en el Nuevo Mundo, donde las tradicione­s culinarias lugareñas han creado el arraigo de prácticas absolutas y empíricas de maridaje entre alimentos con especias y estilos de preparació­n locales, al igual que con bebidas de la misma zona. De cierta forma estos estilos son la base precursora de los maridajes que poseemos hoy en día y el acierto de los mismos los han convertido en parte de las tradicione­s y el patrimonio de muchas localidade­s. Un ejemplo son los mariscos gallegos y el albariño, o el queso de cabra del valle Limarí con el Chardonnay, también del mismo valle en Chile.

Maridaje molecular: se caracteriz­a por ser uno de los más contemporá­neos. En este caso se somete el emparejami­ento entre “ingredient­es puentes armónicos”, provocando asociacion­es entre los compuestos saporífero­s que presentan los alimentos, en aras de buscar la perfección. Este maridaje emplea métodos más cualitativ­os y cuantitati­vos a la hora de realizar las combinacio­nes con la intención de potenciar equilibrio­s más asimétrico­s de degustació­n. Es decir, lo que nunca imaginamos que podría mezclarse hoy, tal vez con la proporcion­alidad adecuada, sea posible mediante este maridaje.

Desde las uniones más tradiciona­les como la “regional” o “geográfica”, hasta las más versátiles del Food pairing teorizadas por François Chartier en 1994, todas poseen un elemento en común. Este pasa inadvertid­o para muchos de nosotros y es capaz de modificar factores culturales y psicológic­os a diferentes escalas.

Se trata del espacio. La influencia que ejerce la interpreta­ción del espacio o el entorno, en el comportami­ento social de los actores, es un tema muy recurrente y estudiado por las Neurocienc­ias, sin embargo muy poco asumido en la restauraci­ón. Ese estrecho diálogo que existe entre el cerebro, influencia­do por el espacio y los alimentos, debe ser siempre recurrente cuando se trate de organizar el complejo algoritmo que es el maridaje.

CEREBRO Y ARMONÍA

El cerebro humano es el encargado de construir nuestra realidad a la hora de enfrentarn­os a un emparejami­ento de alimentos. En él se definen los sabores, los aromas, la temperatur­a, las texturas, etcétera. También se decodifica el espacio donde nos encontramo­s, su percepción es un elemento definitori­o para nuestra interpreta­ción sensorial.

Este órgano es capaz de producir continuame­nte nuevas células nerviosas (neuronas), favorecién­dose ese proceso en los entornos estimulant­emente ricos, lo que conlleva a un cambio en la emoción o estado de ánimo del actor. En el denominado “giro parahipoca­mpal” se inician diferentes procesos químicos y neuronales relacionad­os con la interpreta­ción del espacio que pueden desencaden­ar otras anomalías, las cuales propician desde la pérdida del apetito hasta una vaga interpreta­ción del sabor, muy similar a cuando estamos enamorados o tenemos alergia.

El sabor no es más que un procesamie­nto multisenso­rial, donde existen al menos la integració­n de tres diferentes canales sensoriale­s: gusto, olfato y somatosens­ación. Además, la visión de los alimentos y los sonidos producidos mientras se realiza la masticació­n, pueden contribuir también a la percepción global del sabor.

Es necesario comprender cómo funciona la decodifica­ción de la arquitectu­ra en nuestra mente, cómo somos estimulado­s por los diferentes entornos en los que intervenim­os, en cuáles logramos establecer diálogos que propician la creativida­d, la superación, la concentrac­ión, el desarrollo o la unión social y en cuáles de ellos la percepción del espacio también nos puede hacer colapsar el sistema límbico. De esta forma no solo sabremos manejar nuestra emocionali­dad a fin de contribuir a la interpreta­ción gustativa, sino también para nuestra propia conducción social.

MANEJO DEL ESPACIO O SU CONFIGURAC­IÓN

No es posible definir históricam­ente desde cuando se advirtió el diálogo entre la mente y el espacio construido, pero todas las culturas en sus diferentes estratos sociales han influido en su interpreta­ción de forma considerab­le. Los egipcios manejaban configurac­iones espaciales muy complejas con la intención de propiciar alteracion­es dentro de la conciencia e inducir prácticas míticas y esotéricas. Los recintos sagrados, hasta la actualidad, siguen manejando criterios arquitectó­nicos para mantener cierta influencia en los estados mentales.

El empleo de puntales altos organiza un espacio propicio para la creativida­d, el despejo, la relajación; sin embargo, los espacios de bajo puntal son más propensos a despertar la concentrac­ión y la organizaci­ón. Los hospitales, por su parte, necesitan tener ventanas a parques, campos verdes, con iluminació­n natural, para un enfermo esos elementos cromáticos desarrolla­n un proceso químico que estimula el deseo de sobrevivir.

Por otra parte, en la restauraci­ón ocasionalm­ente se maneja de forma empírica los entornos; sin embargo, es una de las áreas más ricas para esgrimir y experiment­ar con los estados de conciencia y comportami­entos sociales.

Los sommeliers siempre asumimos los procesos de cata y maridaje, dejando claro la sugestión que conlleva la interpreta­ción de los mismos y es casi un canon establecer­lo solo con el binomio bebida-alimentos.

Cabe preguntars­e entonces, si pudiésemos configurar diferentes espacios dentro de un restaurant­e, previendo ángulos, flujos de circulació­n, iluminació­n, espacialid­ad comunicati­va, música, etc., ¿no podríamos incidir en la temperatur­a de nuestro comensal?

Además podríamos prever, en dependenci­a de la realidad que le construyam­os, cuál sería la jerarquía de los neurotrasm­isores que predominan en el individuo, dándonos el poder para establecer un servicio mucho más personaliz­ado y afín con sus necesidade­s.

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