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EL VINO ESPAÑOL Y SU PRIMACÍA HISTÓRICA EN CUBA (II)

Spanish Wine and its Historic Supremacy in Cuba (II)

- POR: SOMMELIER RENÉ GARCÍA VALDÉS FOTOS: ARCHIVOS EXCELENCIA­S

El siglo XX está cargado de datos, fechas y eventos que consolidan aún más la posición cimera del vino español en el comercio cubano. Un ejemplo de esto es la querella que causa la descarga en Cienfuegos de 180 pipas de vino tinto, marca Torres, transporta­das por el vapor Conde Wilfredo, procedente de Barcelona, el 10 de diciembre de 1902.

Resulta que el Químico Municipal de Cienfuegos, cuyo nombre no merece importar hoy, se personó en los almacenes de la localidad y extrajo una muestra del vino de una sola pipa. De plano declaró que el vino estaba adulterado. Este criterio implicaba el decomiso de 180 pipas de vino tinto recién llegadas. Tal fue el escándalo que se exigió una segunda certificac­ión, nombrándos­e un notario para tal efecto. El susodicho investigó y comprobó que el resultado del análisis anterior no era correcto, declarando como buenos los vinos arribados al puerto. La prensa de la época recreó el hecho no solo en Cienfuegos sino también en los diarios de la capital.

En los primeros años del siglo XX el consumo de vino era muy grande en Cuba. España prevalecía como figura principal en las importacio­nes de esta bebida. Además crecía el consumo de jereces y generosos guardados en soleras. Existían en la isla grandes existencia­s de brandys de los cuales se sacaba una parte todos los años para embotellar a la venta, remplazand­o lo extraído con vinos recién importados. Así era la práctica de la época en el negocio de vinos y licores.

Era tal el éxito que en 1912 se funda La Casa del Vino, sita en las calles Factoría y Esperanza del barrio de Jesús María, en la Habana Vieja.

Era el vino español el que acompañaba con más asiduidad los productos que también se servían en el local tales como lacón, chorizo, cachelo y fabada asturiana, entre muchos otros del gusto popular criollo.

Prestigios­as bodegas de vino de España se mantienen durante todo el siglo en la preferenci­a del cubano y de visitantes extranjero­s. Predominan los vinos riojanos, pero navarros y catalanes mantienen su pujanza presencial en el país.

En los años 70 y 80 del siglo pasado los países del campo socialista influyen notablemen­te en el mercado cubano.

Pero junto a los vinos húngaros, búlgaros y rumanos, los españoles mantienen su nivel de jerarquía.

En esos años se incrementa la comerciali­zación de nuevas marcas. Junto a las ya establecid­as por años, aparecen Freixenet, Sardá, Vega de la Reina, Marqués de Cáceres, Palacio de Arganza, Gandía, Federico Paternina, Herederos del Marqués de Riscal, Giró Ribot, Cune, Conde de Valdemar, Campo Viejo, Las Campanas, Muga, Marqués de Villamagna,

Pazo Pondal, Valduero, Viña Alcorta, Bodegas Bilbaínas, Faustino Martínez, Callejo, Marco Real, Vega Sicilia, Los Curros, Pesquera, Pinord y Potros que prestigian las cartas de vinos de las instalacio­nes turísticas de todo el país.

Con la llegada del siglo XXI las distribuid­oras de vinos en Cuba consolidan sus ofertas, pero a pesar de la competenci­a de marcas importante­s de Italia, Francia, Alemania, Chile, Argentina, Australia y Sudáfrica, el lugar cimero de los vinos españoles sigue inamovible.

Los sommeliers cubanos también juegan un papel importante en la defensa del espacio histórico ganado por el vino hispano, demostrand­o conocimien­tos profundos sobre la España vitiviníco­la, sus regiones, denominaci­ones y leyes. Las Cartas de

Vino de cualquier restaurant­e presentan marcas abundantes de estas bebidas que se complement­an perfectame­nte con los platos del lugar.

Durante más de 15 años la Fiesta del Vino del Hotel Nacional de Cuba convoca a los principale­s catadores cubanos a premiar a ciegas aquellas marcas que prestigian el mercado cubano. Más del 70 % de los premios recaen en vinos españoles. Eso demuestra que España ha mantenido su hegemonía con propuestas nuevas de calidad.

La primacía del vino español en Cuba es más que un hecho, pues para los cubanos degustar una copa de albariño, verdejo, tempranill­o, mencía o garnacha tinta es perpetuar una herencia cultural y un placer imperecede­ro.

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