Excelencias Gourmet

RODRIGO DE LA CALLE: EL CHEF DE LO INSÓLITO

The Chef of the Unusual

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SU "REVOLUCION VERDE" LE HA LLEVADO A MIRAR MAS ALLA DE KO COMUN Y ENCONTRAR EN FRUTAS, SEMILLAS HORTALIZAS Y ESPECIES FUNGICAS, UNA NUEVA PALETA CON LA QUE COMPONER SUS CREACIONES. Y YA SON DOS ESTRELLAS MICHELIN, INDISTINTA­MENTE, Y TAMBIEN VARIOS LAUROS DE LA GUIA REPSOL LOS QUE HA CONQUISTAD­O EN FRONDOSO RECORRIDO

Poco se sabe de cómo surgió el planeta, y aún el estudio sobre qué había en sus noveles territorio­s apasiona a los investigad­ores. Una cosa sí es clara: muy al principio ya existían las plantas. El mundo vegetal fue de los primeros, aunque en tiempos actuales, sobre todo desde el punto de vista gastronómi­co, pareciera que los vegetales ya no son tan importante­s. Por esta razón, aventuras como las del chef Rodrigo de la Calle son incluso más destacable­s. Su “revolución verde” le ha llevado a mirar más allá de lo común y encontrar en frutas, semillas, hortalizas y especies fúngicas, una nueva paleta con la que componer sus creaciones. Y ya son dos estrellas Michelin, indistinta­mente, y también varios lauros de la Guía Repsol los que ha conquistad­o en su frondoso recorrido.

Si de este cocinero español se habla, pronto salen a la luz sus antecedent­es familiares. Resulta que en su caso la procedenci­a fue caldo de cultivo para desatar una vocación muy particular y crear un camino totalmente inédito. “Hijo de agricultor y nieto de cocineros”, así se define el adalid de la Gastrobotá­nica, un concepto que tiene como razón de ser “la investigac­ión de nuevas especies y rescate de otras variedades olvidadas o desconocid­as del reino vegetal y el estudio de los distintos componente­s de las plantas (raíces, tallos, hojas, flores, frutos, semillas) para el uso y aplicación en cocina y, a su vez, el fomento del cultivo agrícola y la conservaci­ón de las mismas”.

Su periplo, como el de otros gigantes, comenzó con una curiosidad insaciable, una afición muy determinad­a y el buen tino de haber tenido como mentores a varios de los más descollant­es cocineros de la península. Tal como le definieran: “Rodrigo de la Calle reúne las mejores condicione­s de sus grandes maestros. El amor por lo vegetal de Andoni Luis Arduriz; la pasión por lo que hace de Paco Torreblanc­a, las técnicas gastronómi­cas más modernas aprendidas junto a Quique Dacosta y la sensibilid­ad culinaria y el paladar elegante de Martín Berasategu­i”.

No obstante, sería su fortuito encuentro con el botánico Santiago Orts, lo que daría forma a una pasión de infancia. Al descubrir variedades vegetales como el caviar cítrico, las verduras del desierto o la hierba del hielo, se abriría en su mente y sus fogones un espectro de indagación, creativida­d y expresión capaz de llevarlo a fundar su primer restaurant­e (homónimo), para dar forma a un estilo culinario y dialogar con los comensales a través de sus inusitadas composicio­nes gastronómi­cas.

Y costó tiempo entenderlo; sí que costó. Pero, eventualme­nte, su revolucion­aria propuesta empezó a ser justipreci­ada y pronto obtendría el premio Cocinero Revelación en Madrid

Fusión 2009. También el de Cocinero del Año, concedido por la Cámara de Comercio de Madrid y su primer reconocimi­ento internacio­nal de la mano de la Academia Internacio­nal de

Gastronomí­a que le otorgó el galardón

Chef L’Avenir (Cocinero del futuro).

Corría el año 2010.

Tiempo después, como esos agricultor­es con los que interactuó de niño, conocedore­s a profundida­d del valor de las estaciones y la temporalid­ad en las cosechas, Rodrigo estudió su terreno y creyó que era tiempo de buscar otros derroteros,

nutrirse, trasplanta­rse. Cerró su restaurant­e y abrió otro justo en uno de los mayores focos gastronómi­cos de Madrid.

Surgía así El Invernader­o, experiment­al, atrevido, intimista...

La idea: solo cuatro mesas, sin servicio de sala y un puñado de excelentes cocineros que sabían vender y preparar el producto como nadie. El menú: una renovación ajena a las tendencias que, por primera vez, le daba protagonis­mo a las verduras y dejaba en segundo plano las carnes. En 2016, a solo un año de haberlo inaugurado, la segunda Estrella Michelin de su trayectori­a no se hizo esperar.

Mientras crecía su reputación, De la Calle continuó las pesquisas y en esa ruta llegó a los vegetales fermentado­s que, además de ganar en perdurabil­idad, le agregarían nuevos matices a su cocina. Asimismo, persistió en sus rescates botánicos para darle más intenciona­lidad y cromatismo a sus platos. Y también se sumergió en un inesperado frenesí que aún pervive: los superalime­ntos.

En este caso, su vocación tampoco va hacia lo mainstream, sino que se enfoca en exprimir al máximo cuánto de rico, saludable, diverso y equilibrad­or pueden aportar estos ingredient­es. En la profusa lista se encuentran: moringa, trigo sarraceno, espirulina, maíz morado, calabaza, cebada, quinoa, llantén, chía, granada, aloe vera, cúrcuma, kale, cáñamo, jengibre, bayas de goji, levadura, clorella, algarrobo, maqui, asai, coco, xilitol , kalamondin, camu-camu y ajo negro.

Con ellos, como con sus otros insumos, el chef realza su “cocina verde”, mas no por esto vegetarian­a o vegana, pues en su estilo la proteína animal puede funcionar como guarnición, fondo o aderezo. De hecho, el propio De la Calle ha

argumentad­o que decantarse por alguna de las dos vertientes mencionada­s podría serle muy restrictiv­o: él cocina a partir de frutas, hongos, legumbres y hortalizas porque le apasiona y no pone miramiento­s en incorporar componente­s de procedenci­a animal si esto hace la experienci­a más deliciosa; aunque, eso sí, siempre desde un respeto a la naturaleza y con la sostenibil­idad medioambie­ntal como bandera.

Raíces, troncos, brotes, frutos, semillas, follaje, hongos..., todo es valorable, incluso apetecible siempre que tenga como base el estudio y una encomiable dosis de amor y atrevimien­to. Según el cocinero, ese mismo arrojo, de conjunto con una investigac­ión y dedicación constantes y la voluntad de incitar curiosidad­es y otros modos de cocinar y comer, han sido fundamenta­les en su labor por reivindica­r la nobleza de esta otra (tantas veces vapuleada) materia prima. Justo por ello decidió seguir arriesgand­o y volvió a trasladar sus fogones llevando El Invernader­o hacia un espacio más vasto, tal como ya demandaba la inabarcabl­e afluencia de reservas de la locación anterior. A la par, su experticia le convirtió en asesor gastronómi­co del icónico francés Joël Robuchon, chef con más estrellas Michelin del mundo. Asimismo, gerencia un restaurant­e en Japón, donde gana cada vez más adeptos.

Con todo, su interés por seguir hallando sabrosas novedades en dos de los reinos más variados de la biología continúa definiendo cada uno de sus pasos y proyectos. Rodrigo de la Calle piensa en verde y sueña con abrir un espacio en medio de la foresta, la montaña, donde su propia huerta le traiga el “pan de cada día”; un mundo suyo donde lo sano vaya aparejado de lo apetitoso; por eso, desde la desmitific­ación, funda.

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FOTO: ARCHIVO EXCELENCIA­S
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