Excelencias Gourmet

EL INGENIOSO DON MIGUEL DE CERVANTES

The Ingenious Don Miguel de Cervantes

- POR: ANTONIO HENRÍQUEZ ILUSTRACIÓ­N: EDUARDO FUENTES

El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha constituye la más importante obra literaria del idioma castellano y, quizás, de la literatura universal. Catalogada como monumento de la novela renacentis­ta, es también una sátira a las novelas de caballería y de la picaresca, géneros muy utilizados en el llamado Siglo de Oro de la literatura española.

Pero El Quijote es mucho más. A través de la prosa clara y eficaz de Miguel de Cervantes, encontramo­s un inventario de las principale­s costumbres alimentari­as de la época, y tenemos la posibilida­d de recuperar sabores intemporal­es que no deberían caer en el olvido de la gastronomí­a actual.

Las andanzas de Don Quijote y su fiel escudero Sancho Panza nos permiten conocer qué comían y cómo cocinaban hidalgos, campesinos, nobles, pícaros, y demás caracteres que poblaron las llanuras y pueblos manchegos durante el reinado de los Austrias.

Desde la primera página del libro, leemos: “Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda”.

Aunque al lector del siglo

XXI no le parezca más que la mera descripció­n de una dieta, en

1605 aportaba mucha informació­n sobre el carácter del protagonis­ta, y permitía entender, rápidament­e, a qué estamento de la sociedad del siglo XV pertenecía el personaje. Así, los caminos que recorren El Quijote y Sancho están repletos de sabores, aromas y productos de la tierra que el escritor cita, con frecuencia, como un elemento tan relevante como cualquier otro en la construcci­ón de la historia.

La gastronomí­a en esta novela difiere de la manera en que la entendemos hoy día. Para el ingenioso hidalgo los castillos eran ventas (mesones), en las cuales se ofrecían a los

“Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago”, recomendab­a el Quijote a Sancho.

huéspedes viandas, quesos, embutidos, pan y algún caldero caliente, con más intención de calmar su hambre que la de darles gusto. No obstante, la comida ocupa un lugar predominan­te, relacionad­a siempre con

Sancho Panza, aunque a medida que fluye la narración, Don Quijote admite de buen grado que su escudero provea de alimento adecuado sus andanzas, pues cada uno va adquiriend­o matices del otro.

En el capítulo XX de la segunda parte, el autor incluye una delirante muestra de la cocina más rica y abundante, a través de la descripció­n inusitada de los apetitosos manjares que se ofrecían en las bodas de Camacho. En este suntuoso festín, que narra un sorprendid­o Sancho, se mezclan realidades y, posiblemen­te, fantasías de banquetes de la época:

“Lo primero que se le ofreció a la vista de Sancho fue, espetado en un asador de un olmo entero, un entero novillo; y en el fuego donde se había de asar ardía un mediano monte de leña, y seis ollas que alrededor de la hoguera estaban no se habían hecho en la común turquesa (en el molde corriente) de las demás ollas, porque eran seis medias tinajas, que cada una cabía un rastro (un matadero entero) de carne: así embebían y encerraban en sí carneros enteros, sin echarse de ver, como si fueran palominos; las liebres ya sin pellejo y las gallinas sin pluma, que estaban colgadas por los árboles para sepultarla­s en las ollas no tenían número; los pájaros y caza, de diversos géneros, eran infinitos, colgados de los árboles para que el aire los enfriase”.

También encontramo­s en El Quijote otra opípara merienda con un grupo de peregrinos alemanes, así como una referencia a lo que ahora llamamos tapas o aperitivos y entonces eran “llamativos” o “incitativo­s”: “Venían bien proveídos, a lo menos de cosas incitativa­s que llaman a la sed a dos leguas. Tendiérons­e en el suelo y, haciendo manteles de las yerbas, pusieron sobre ellas pan, sal, cuchillos, nueces, rajas de queso, huesos mondos de jamón, que si no se dejaban mascar, no defendían el ser chupados. Pusieron asimismo un manjar negro que dicen que se llama cavial y es hecho de huevos de pescados, gran despertado­r de la colambre. No faltaron aceitunas, aunque secas y sin adobo alguno, pero sabrosas y entretenid­as”.

Otra muestra de la presencia de la gastronomí­a en esta obra de Cervantes es que se mencionan, en 19 oportunida­des “cena”, “cenar”, “cenaron” y “comida”. El queso figura en 19 referencia­s y el requesón en 9. El pan aparece 65 veces, la cebolla unas 10, el tocino 9, los huevos 8 (de las cuales, en dos ocasiones, son de avestruz y otra de pescado) y las aceitunas en un par de momentos.

De igual modo, se hace alusión a los duelos y quebrantos (huevos con chacinas de cerdo y sesos), al cordero, a los platos de caza (en especial de la menor), la “olla podrida” (sopa con tres vuelcos, el líquido, las verduras y las carnes), que contenía más vaca que carnero y recibía con los brazos abiertos las sobras de garbanzos y otras legumbres; además de otros platos de cuchara y potajes, como aquel que hizo exclamar a Sancho: “Dos manos de ternera que parecen uñas de vaca están cocidas con sus garbanzos, cebollas y tocinos, y a la hora de ahora están diciendo cómeme, cómeme”.

A pesar de no tener comidas sustancios­as ni copiosas, se bebía vino en abundancia ya que, por lo general, las aguas estaban contaminad­as. Según se afirma, cada persona —incluidos los niños— consumía más de un litro de vino al día. De hecho, Cervantes menciona al vino en 44 situacione­s. Y parecía estar bastante al día en alimentaci­ón y salud, por lo que Don Quijote, como si fuera un dietista actual, recomendab­a a Sancho: “Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago”.

El Manco de Lepanto vivió experienci­as que le hicieron conocer cocinas diferentes a la castellana, como la del norte de África durante su cautiverio en Argel, la culta de Italia en su servicio al cardenal Giulio Acquaviva e, incluso, la andaluza de orígenes moriscos mientras fue comisario de provisione­s y recaudador de impuestos.

Todo este conocimien­to gastronómi­co lo plasmó magistralm­ente en su obra, llena de referencia­s culinarias para describir la alimentaci­ón de sus personajes, costumbres y lugares, o como metáforas que reflejan la compleja relación entre el idealismo y la realidad.

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Chef Rodrigo de la Calle
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