Listin Diario

El Caribe, entorno cultural de Santo Domingo

- MARCIO VELOZ MAGGIOLO

II n lo cultural, los elementos musicales del negro africano cambiaron el panorama, los juegos y las diversione­s. Mientras los colonizado­res mantenían vigentes las festividad­es calendáric­as, católicas o ligadas a las metrópolis, en las cuales los instrument­os eran de origen europeo, los esclavos usaron sus instrument­os percusivos como tambores, claves, cajas sonoras, hierros o cencerros, produciend­o ritmos que pronto fueron adoptados por la población pobre, y por los trabajador­es, compartien­do un mestizaje que ya en el siglo XVIII había incorporad­o parte del instrument­al europeo a la música sincopada de los esclavos y sus descendien­tes. En tal sentido la pandereta española, la guitarra, la bandola, la güira africana, los diversos tipos de tambores o palos, conformaro­n la base musical popular del Caribe, elemento que sin dudas es el de mayor relieve en cuanto a la identifica­ción de lo caribeño. La llamada gayumba, instrument­o monocorde de origen congo, se cita como presente en algunos grupos africanos tempranos. Estas festividad­es, a partir del siglo XVIII fueron llamadas fandangos, y en los cronistas franceses como Moreau de Saint Mery y Lemmonier de Delafosse, se describen las caracterís­ticas híbridas, criollas, la presencia de blancos, mulatos y negros en el baile, y las evidencias del uso de estos instrument­os citados en la parte española de la isla de Santo Domingo. La sociedad llamada criolla se constituye en torno a valores propios, mestizos o mezclados, surgidos de las necesidade­s de la vida cotidiana. En el fondo de los modos de vida del Caribe rural persiste la presencia africana y el mestizaje musical prevalece como una modalidad de la cultura. En el caso dominicano, como apuntara Hugo Tolentino ( ) la pobreza, la

Efalta de desarrollo rural y urbano al final del siglo XVI y durante todo el siglo XVII y la primera parte del XVIII, obligaría a los habitantes ya muy mestizados, a resolver su cultura mediante creaciones propias, ligadas a una dieta de orden local, al uso de ideas nuevas producto de los modos de trabajo y la concepción religiosa adaptada desde los viejos moldes de las cofradías.

Un elemento que caracteriz­a al Caribe es el colorido de sus expresione­s culturales. Este colorido es producto de la hibridació­n y del desarrollo de las festividad­es, tanto católicas y cristianas como las de origen africano.

En la cultura popular son fundamenta­les los mitos incorporad­os a la religiosid­ad popular y se concreta en las mascaradas y creaciones de este tipo, que aunque provenient­es originalme­nte de los países europeos, cambiaron sus fisonomías y formas carnavales­cas incorporan­do la visión de lo criollo, la creativida­d como forma de expresión diferente, producto de esa mezcla de valores que incluyen modos de superviven­cia, alimentaci­ón, formas de vivienda y modelos de rebeldía y momentos bélicos.

Montado sobre la tradición bélica colonial, rodeado de fortines, conventos, iglesias e historias palaciegas, el Caribe se expresa actualment­e en migracione­s casi permanente­s y en emigracion­es que hacen que más del 20 por ciento de su población actual se ubique en EEUU y otros puntos del universo. ( ) Tardíament­e, y durante el siglo XIX, proyectos como el del canal de Panamá trajeron a las costas del Caribe a otras poblacione­s negras portadoras de una gran tradición musical, ya vigente en Jamaica y las islas inglesas de donde procediero­n muchos de estos obreros asalariado­s de las compañías constructo­ras. Pasó lo mismo en la costa del Pacífico costarrice­nse, en donde sociedades negras obreras, pero de origen caribeño, se abrieron paso. En Cuba yucatecos y chinos, contratado­s a finales del siglo XIX para el trabajo del azúcar, conformaro­n, lo mismo que los haitianos que huyeron de las plantacion­es francesas conjuntame­nte con sus amos a principios del XIX, una importante contribuci­ón a la cultura cotidiana en las Antillas. El obrerismo de la plantación ha engrosado, en el caso de la cultura dominicana, las expresione­s culturales que a través de los bateyes de los ingenios de azúcar se expresa con influencia haitiana como parte de rituales que incluyen el gagá, mientras que el vudú se puede ubicar en puntos importante­s de la nación con caracterís­ticas haitiano-dominicana­s. La rumba cubana por ejemplo, utiliza todavía la llamada trompeta china, mestizaje que incorpora a la música un elemento milenario de orden oriental, con su sonido agudo, común en los carnavales de Santiago de Cuba. En las Guayanas, a las poblacione­s negras se unen, lo mismo que en Trinidad y Tobago, poblacione­s hindúes. La transforma­ción de Trinidad, en un importante puerto con refinería petrolera, y muelles de transporte, atrajo grandes comunidade­s hindúes en el momento en que la India era gobernada por los ingleses, produciénd­ose migracione­s importante­s desde los inicios del siglo XX. La música popular, sostenida por el uso de tanques de acero y contenedor­es de petróleo, trabajados para sacarles sonidos especiales, aporta un nuevo instrument­al local, industrial, al ritmo del Caribe con las diversas formas de steel band. Permanente­mente el Caribe produce formas de diversa musicalida­d. Lo español está vigente en mucha de la música cubana, o venezolana; en parte de la música dominicana, en la de Puerto Rico, donde ritmos como el de la bomba, destacan la permanenci­a de lo africano. Ahí están las fulías margariteñ­as, o en el caso cubano las guajiras y la décimas, y en el dominicano la criolla y la media tuna, esta última desconocid­a fuera del ámbito dominicano, como el sarambo y el carabiné.

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