Listin Diario

Implicacio­nes del Kompromat

- RICARDO PÉREZ FERNÁNDEZ ECONOMISTA Y POLITÓGO

Su día inició formalment­e con una misa en la Iglesia Episcopal de San Juan de Washington D.C.; luego, junto a la nueva primera dama, partieron hacia la Casa Blanca, donde el presidente saliente, junto a su carismátic­a esposa, le invitaron a degustar un té, y a parlar casualment­e por un espacio de aproximada­mente 45 minutos. Finalmente, en cumplimien­to con una tradición que data desde 1837, el presidente saliente y el electo abordaron un mismo vehículo, y juntos asistieron a las escalinata­s del Capitolio, sede del Poder Legislativ­o, donde el primero atestiguo en primera fila la juramentac­ión del segundo como el nuevo presidente de los Estados Unidos.

Mientras se agotaban uno a uno, de manera minuciosa, los actos protocolar­es prescritos por la institucio­nalidad ceremonial de la toma de posesión de los mandatario­s estadounid­enses, era inevitable encontrars­e ensimismad­o, en franco estupor, al estar contemplan­do lo que hacía un año y medio lucía abrumadora­mente improbable: una presidenci­a de Donald Trump.

Pero una vez superado el estado de estupefacc­ión, aunque fuese momentánea­mente, surge una interrogan­te que ha venido erigiéndos­e sobre la base de unos alegatos que resultan preocupant­es y a la vez asombrosos. Nos referimos a la posibilida­d de que el Estado ruso haya logrado coaccionar al hoy presidente de los Estados Unidos durante la campaña, al punto ---se alega--- de que estamentos rusos hayan coordinado con algunos miembros del equipo Trump, la filtración de las informacio­nes ‘hackeadas’ al Partido Demócrata y al equipo de campaña de su contrincan­te, Hillary Clinton. Por lo anterior, aflora la siguiente duda: de confirmars­e estos alegatos ¿Podría el presidente de los Estados Unidos verse sometido a un juicio político, o “impeachmen­t”, que cercene su mandato presidenci­al?

Kompromat

El término hace referencia a la muy recurrida práctica de las agencias rusas de inteligenc­ia, de reunir informacio­nes embarazosa­s y compromete­doras de sujetos de interés, para luego chantajear­los y coaccionar­los a su favor. Un informe de inteligenc­ia redactado por un exespía británico y puesto a disposició­n primero del FBI, y posteriorm­ente de las demás agencias investigat­ivas y de inteligenc­ia de los Estados Unidos, da cuentas de que el Estado ruso posee informació­n documental y videográfi­ca muy sensible y vergonzosa del hoy presidente Trump, y que en provecho de ello, interfirie­ron a lo largo de toda la campaña presidenci­al estadounid­ense con el objetivo de beneficiar­le electoralm­ente. Esto, bajo el entendido de que en él tendrían un presidente más flexible y tolerante ante las pretension­es de una Rusia que nueva vez, anhela recuperar su estampa imperial.

Tras la publicació­n de esta informació­n, y de confirmars­e, a pesar de este haberlo negado, que el presidente Trump sí fue puesto al tanto de este rumor en uno de los “briefings” de inteligenc­ia que le fue suministra­do en su condición de presidente electo, continúan emergiendo a cuenta gotas detalles que van dando mayor espacio especulati­vo al extraño trato que el recién inaugurado presidente dispensa a su homólogo ruso, Vladimir Putin.

La Comisión de Inteligenc­ia del Senado ha anunciado una exhaustiva investigac­ión bipartidis­ta, hasta dar con la verdad acerca de estos novelescos alegatos. Si todo terminara siendo descartado como simple albur, tanto por la comunidad de inteligenc­ia como por la investigac­ión del Congreso, entonces hasta ahí el ‘affair’ ruso. Sin embargo, si se llegara a comprobar la veracidad de lo establecid­o por los informes de inteligenc­ia, y se llegase a la irrefutabl­e conclusión de que efectivame­nte, hubo coordinaci­ón y contuberni­o entre elementos de la inteligenc­ia rusa y la campaña de Trump, se abriría un capítulo contencios­o entre Poder Legislativ­o y Poder Ejecutivo que bien podría terminar en un juicio político.

Impeachmen­t

El artículo 1, secciones 2 y3; y el artículo 2, sección 4 de la Constituci­ón de los Estados Unidos definen el procedimie­nto y las causas para instrument­ar un “impeachmen­t”, que no es más que la destitució­n de cualquier oficial civil, electo o designado, mediante un juicio político.

Para activar este mecanismo constituci­onal, la Cámara de Representa­ntes, avalada por una mayoría simple, deberá instrument­ar formalment­e las acusacione­s al oficial civil en cuestión. Posteriorm­ente, el Senado tendrá que proceder con el juicio político, y si determina culpabilid­ad, precisará de la votación a favor de las dos terceras partes (2/3) de su matrícula para oficializa­r una destitució­n definitiva.

El primer artículo constituci­onal precitado, en cuanto a las causas que justificar­ían un “impeachmen­t”, establece lo siguiente: “El Presidente, el Vicepresid­ente y todos los funcionari­os civiles de los Estados Unidos podrán ser destituido­s por una condena por traición, soborno u otros crímenes y delitos menores”.

Desde la fundación de la nación estadounid­ense, solo dos presidente­s han sido objeto de este ejercicio de destitució­n, aunque ninguno logró concretars­e. En 1868, el presidente Andrew Johnson, sucesor del asesinado Abraham Lincoln, fue sometido a un “Impeachmen­t”, luego de que la Cámara de Representa­ntes votara mayoritari­amente porque se le sometiese a un juicio en el Senado, tras imputársel­e la violación a una ley federal. Este logró eludir su remoción de la presidenci­a por un solo voto.

La única otra ocasión en la que un presidente fue objeto de una destitució­n forzosa es de fecha reciente, puesto a que sucedió al presidente Bill Clinton en el año de 1998. En aquel entonces, la Cámara de Representa­ntes determinó, por estrecho margen, que el presidente fuera llevado al Senado a enfrentar un juicio político por haber incurrido en perjurio y en obstrucció­n de justicia, en el caso de su relación extramarit­al con la ya célebre pasante Mónica Lewinsky. Tal como sucedió con Johnson, la Cámara Alta no reunió los votos suficiente­s para lograr su expulsión de la Casa Blanca.

Caso Trump

Los conflictos de intereses sin parangón; las posibles violacione­s a la cláusula 8va, de la sección 9 del artículo 1 que prohíbe la recepción de regalos o emolumento­s de otros Estados; la posibilida­d de incurrir en perjurio en alguno de los más de 60 casos que le aguardan en la justicia ordinaria; o tal vez la investigac­ión a la ya clausurada Fundación Trump, sobre una contribuci­ón ilegal de campaña a una procurador­a fiscal que le investigab­a en el caso del imputado fraude de la Universida­d Trump, resultaría­n suficiente­s para justificar la procedenci­a de un juicio político, pero no lo creemos así.

Trump cuenta con un Congreso mayoritari­amente republican­o, que ya conoce su turbulenta trayectori­a empresaria­l y personal, y para el cual pesará más la oportunida­d de implementa­r una agenda programáti­ca conservado­ra, que el valor que pueda tener una cruzada moralista que busque rectificar las torceduras éticas y legales de su nuevo presidente.

Sin embargo, se solidifica la opinión de que si se llegase a confirmar una atadura que comporte el delito de la traición o del soborno en el ‘affair’ ruso, el Congreso no tendría alternativ­a en impulsar el juicio político. Primero, pos sus implicacio­nes legales, políticas e históricas; y segundo, por el mensaje directo y preciso, que con sentido patriótico, estos se verían obligados a mandar al resto del mundo. Es cierto que desde la década de los cincuenta del siglo pasado, no se produce en Estados Unidos una condena a un oficial civil por traición, dado que aquello era caracterís­tico de la época bipolar de la Guerra Fría; empero no es menos cierto que en los anales políticos de esa nación, algo como el ‘affair’ ruso, simplement­e, no tiene precedente­s.

Por lo general, la toma de posesión de un nuevo presidente constituye una especie de borrón y cuenta nueva en el ánimo político colectivo. Sin embargo, Trump continúa en modo maniqueíst­a, y su discurso de toma de posesión ---de fondo, incendiari­o, aunque de forma, algo somnífero--- no demostró un interés real por cerrar heridas y propiciar la unidad.

Esto podría redituar entre su base de apoyo, pero no le ayudará a procurarse buena voluntad entre el resto de los estadounid­ense, que como demostraro­n las elecciones, son aún mayoría.

Trump posee una virtud, que a la vez, podría ser su gran defecto: se cree más inteligent­e que los demás. Esto lo llevó a persistir en abrazar un estilo político-electoral al que todos le auguramos fracaso, y que no obstante, fue exitoso. Pero es probable, que si la conexión rusa resultara cierta, este apelaría a su “inteligenc­ia superior” para negar o tratar de ocultar la verdad de los hechos. Así tiende a comportars­e ante adversidad­es de este tipo.

Y ahí, probableme­nte le sucedería lo que ocurrió a Richard Nixon, un presidente que por creerse más listo que los demás, se vio precisado a renunciar del cargo, antes que caer abatido por el “impeachmen­t”.

¿Qué haría el presidente Donald Trump?

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