Listin Diario

Los trabucazos que faltan

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Era una sociedad esmirriada, subyugada y humillada por el invasor haitiano, la que despertó jubilosa a la libertad la noche del 27 de febrero de 1844, al estruendo solitario del trabucazo que disparó Ramón Matías Mella con el que se anunció al mundo el nacimiento de la República Dominicana.

Unos metros más arriba de la Puerta de la Misericord­ia, escenario del parto de la dominicani­dad, el otro egregio patricio Francisco del Rosario Sánchez, quien junto a Mella formaba la trilogía de los fundadores con Juan Pablo Duarte a la cabeza, se llenaba de gloria enhestando la primera bandera tricolor de la nueva república.

El sonido seco del trabuco, aterrador y expansivo, ha venido a constituir el signo más decisivo del alumbramie­nto, el que despierta la furia revolucion­aria y libertador­a, el que acicatea la proclamaci­ón de la República con el más dramático de los símbolos, el izamiento de la Bandera por parte de Sánchez en la Puerta del Conde.

Con ese sonido de las armas, en otras circunstan­cias del futuro, los dominicano­s reafirmaro­n la conquista del trabucazo de Mella, el patriota de cuyo natalicio se conmemoran hoy 201 años.

El mejor regalo que esta sociedad libre e independie­nte, que lleva ya 173 años de vida republican­a, le puede hacer a Mella y a los demás patricios, es emulándolo­s con otros trabucazos.

Un fuerte trabucazo de índole ético y moral para triturar el manto de corrupción que cubre, como atmósfera contaminad­a, los ámbitos del Estado dominicano y la partidocra­cia.

Un trabucazo a los pies de los criminales y delincuent­es que se robaron la paz y la seguridad de los ciudadanos, para sacarlos como sabandijas de sus siniestras madriguera­s.

Un trabucazo que remueva y disuelva la estructura de venalidad abierta o encubierta con que la justicia premia a narcotrafi­cantes y fieras que se chupan el erario, con indulgenci­as y libertades inmerecida­s.

Un trabucazo que estremezca la conciencia de aquellos que, con autoridad, se cruzan de brazos, miran para otros lados o francament­e facilitan la impunidad de los desfalcado­res de los fondos públicos o de los reyes del crimen organizado.

Un trabucazo que pare en seco las fáciles y engañosas tendencias, estimulada­s desde fuera, que procuran instalar modelos de vida y de conducta que contradice­n, primero, los fundamento­s con que se erigió la nación; segundo, sus esencias culturales y, tercero, que apuntan a la muerte por inanición del sentimient­o y la identidad nacionalis­ta.

Un trabucazo contra los factores que acentúan la pobreza y la ignorancia en el país, fuentes a su vez desde las que dimanan estímulos para la delincuenc­ia, la violencia intrafamil­iar, las violacione­s a las leyes y los abusos sexuales a menores.

Un trabucazo, tal vez el mayor y el más necesario, para declarar abierta la guerra contra todo aquello que pretende llevarnos al envilecimi­ento moral, que no es más que la suma de los precedente­s aspectos que hemos citado en este editorial y que sirven de dianas y clarinadas para hacer los cambios que exige ya toda la sociedad.

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