Listin Diario

Una extraña visita en Puerto Plata

- HENRY MEJÍA OVIEDO

El 20 de agosto de 1949, a las 8.00 am, arribó a Puerto Plata, con el visto bueno de Trujillo, un avión norteameri­cano con la matrícula NC54075 DC, conducido por William E. Quick, piloto, y Robert Preissner, copiloto. Los demás pasajeros eran los dentistas Frederick H. Kunzig y Raymond Smith, junto al embalsamad­or Woodriff Dare Jr., siendo recibidos en la pista por un fuerte dispositiv­o de seguridad al mando del mayor José A. Saladín, comandante del Noveno Batallón del Ejército Nacional. La razón del arribo de aquella extraña comitiva era lograr la ubicación, identifica­ción forense y repatriaci­ón de los restos de varios ciudadanos norteameri­canos muertos durante la fracasada expedición de Luperón, que había tocado suelo nacional el 19 de junio, a bordo de un avión Catalina, al mando de Horacio Ornes Coiscou. Según los datos históricos, de los 15 expedicion­arios desembarca­dos, todos miembros de la Legión del Caribe, aparte de los ocho dominicano­s, tres eran nicaragüen­ses, uno costarrice­nse y tres norteameri­canos, estos últimos, tripulante­s de la nave, identifica­dos como John William Chewning, Habet Joseph Maroot y George Raymond Scrugg. Los tres norteameri­canos, junto al nicaragüen­se Alejandro Selva, se separaron del grupo principal, y al cabo de tres días fueron capturados y fusilados, siendo enterrados en la zona de operacione­s. Según el informe del capitán Saladín, rendido al Secretario de Guerra, Marina y Aviación, y fechado en Puerto Plata el 21 de agosto “... los cuerpos estaban enterrados en Los Balataces, jurisdicci­ón de la Común de Luperón, por haber sido ellos muertos mientras se armaron en rebelión en contra de nuestro Gobierno”. Al acto de exhumación concurrier­on también varias autoridade­s civiles, entre ellos un subsecreta­rio de Sanidad, y el vicecónsul norteameri­cano en el país. Ubicados solo dos de los cuerpos, los de Chewning y Maroot, que fueron trasladado­s desde el monte a una ambulancia de la Cruz Roja Dominicana, y de ahí conducidos a la nave. A los cuatro peones que los desenterra­ron y transporta­ron a hombros hasta el vehículo, se les pagó la suma de RD$10.00. La nave norteameri­cana fue reabasteci­da con 100 galones de gasolina. Por cansancio de los pilotos, esa noche pernoctaro­n en el hotel “Bambú”, de Puerto Plata, hasta ponerse rumbo a Miami, despegando a las 9.00 am del día siguiente. El informe del capitán Saladín confirma que “... en toda la estadía de los norteameri­canos fueron acompañado­s por el suscrito y los capitanes Amado Hernández (quien llegaría a ser ayudante personal de Trujillo) y Rafael Dominico Pérez. En ningún momento tuvieron contacto con la población civil”. En numerosos escritos periodísti­cos sobre Luperón, no se mencionan estos norteameri­canos caídos. Más difícil aún es conocer el paradero de la tumba donde, es de presumir, aún yace en suelo dominicano George Raymond Scrugg.

Al decir de José Martí “todo el que sirvió, es sagrado”.

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