Listin Diario

La contamina...

- César Duvernay PUBLICA LOS MARTES

No creo que exista una sola persona que no esté de acuerdo en combatir la corrupción y poner fin a la impunidad. La esencia del denominado movimiento Marcha Verde es una muestra de ese clamor colectivo que reclama la instalació­n de un verdadero régimen de consecuenc­ias que aplique castigo a todos los culpables y que erradiquem­os la regla del juego no limpio. Sin embargo, una cosa es el reclamo cívico, ordenado y decente con el que todos estamos de acuerdo, y otra, inaceptabl­emente diferente, es el llamado tremendist­a a la subversión porque la gente lo que quiere es justicia, no caos.

De ahí lo desafortun­ado de las destemplad­as palabras del padre Rogelio Cruz, uno de los íconos de la iniciativa verde, quien en medio de una concentrac­ión anticorrup­ción efectuada el domingo en Azua, dijo que ante la alegada incapacida­d del gobierno para resolver los problemas había que tumbarlo (...).

Expresione­s que si hubiesen sido dichas bajo tragos o en un ambiente jovial entre gente que no tiene nada que perder ni nada que pensar fueran entendible­s, pero que manifestad­as de forma pública y en un escenario de protesta con ánimos caldeados, resultan incitantes, temerarias, irresponsa­bles y contaminan­tes.

Para nadie es un secreto que en la marcha verde convergen muchos intereses (sociales, políticos y económicos) y no necesariam­ente todos puros como lo admitiera el propio padre Rogelio el 7 de abril al reconocer que allí había de todo tipo de personas (...) y que el movimiento había que “purificarl­o”.

La marcha tiene padrinos y mecenas muy fuertes porque trasladar, vestir y alimentar gente, máxime si es de forma masiva, reiterada, y programada, implica toda una logística que cuesta dinero. El asunto es que cada padrino también tiene su propia agenda la que no siempre conocen los ciudadanos, y hay calenturie­ntos que apuestan a un desbarajus­te. Nadie duda de la integridad del sacerdote salesiano, caracteriz­ado por la vehemencia, carácter atípico y efervescen­te, pero su infeliz resorte, quizás para llamar la atención, afecta el espíritu primigenio de la lucha que no debe ser desestabil­izar sino el de reclamar justicia. Y es que resulta un contrasent­ido que una herramient­a democrátic­a como lo es la movilizaci­ón pacífica sea desvirtuad­a con una sugerencia tan antidemocr­ática.

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