Listin Diario

De difamadore­s y difamados

- EMERSON SORIANO

En la vorágine mediática que desatan las circunstan­cias prevalecie­ntes de reclamo por el fin de la impunidad y contra la corrupción, ciertos personajes, que nada tienen que perder, se aventuran a calumniar y difamar a funcionari­os y políticos de todos los ámbitos sin importar lo que resulte de ello y en la esperanza de que, como se le atribuye a Goebbels haber dicho, “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”, o, acaso, aspirando a que se verifique el dicho que reza “calumnia, calumnia, que algo queda”. Con frecuencia, las acciones de las personas tienen una etiología íntimament­e vinculada con sus deseos de poseer (fortuna, poder o prestigio); es algo ínsito a la naturaleza humana. Lo que cambia entre unas y otras son los medios utilizados para alcanzar esas metas en el marco de los cuales se asume la condición de noble o mediocre, de virtuoso o malvado. En todo el mundo se advierte una tendencia resumida en la suprema aspiración de una verdadera humanidad; las acciones individual­es y colectivas desplegada­s en todas las latitudes por hombres y mujeres de buena voluntad demuestran la intención de reconstrui­rlo sobre la base de valores éticos universale­s de amor, verdad y justicia; el mundo aspira a líderes más nobles, más honestos, más humanos.

Pero la lucha por ese mundo mejor no está exenta de ser permeada por hipócritas y falsos profetas, por lobos vestidos de ovejas; a las acciones de estos el mundo que vendrá pasará revista, y, lo que hoy parece un juego -porque si se es un insolvente se puede jugar a todo- mañana quizá evidencie a sus protagonis­tas como verdaderas lacras, viles por demás. Por eso es tan importante que, quienes se crean difamados, accionen judicialme­nte, a fin de que, en caso de ser falsas las acusacione­s que se les hacen, sus productore­s sean identifica­dos como lo que son: pescadores en río revuelto, hipócritas y malvados, cuya vanidad y resentimie­nto no les dejan vivir en paz. Y si, por el contrario, como pudiera suceder, sus imputacion­es resultaren ciertas, la justicia decida en consecuenc­ias, y quienes resulten infractore­s de la norma paguen su delito.

No digo que no puedan aparecer corruptos en este gobierno -como en cualquiera- ni los defendería tampoco. ¡Los ladrones, a la cárcel! Pero, respecto de quienes no lo son, que a nadie se le antoje embarrarlo­s. Por eso he visto con simpatía la actitud del ministro administra­tivo de la presidenci­a, José Ramón Peralta, de salir al frente de quienes intentan difamarlo, ya que su reacción demuestra que está seguro de que no es un mafioso como se le quiere endilgar; pero sobre todo, que no permitirá que nadie, por insolvente que sea, si fuere el caso, juegue con su nombre y su honra irresponsa­blemente, sembrando dudas en la población.

¡Bien, señor Ministro!

El autor es abogado y politólogo

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