Listin Diario

El lenguaje como factor decisivo en la política

- MANOLO PICHARDO

Las campañas electorale­s se han convertido en un ejercicio permanente que supone un afianzamie­nto de la democracia tal y como la conocemos en Occidente. Su presencia asoma cuando se convoca al pueblo para la elección del presidente y vicepresid­ente de la República o jefe de gobierno allí donde existen monarquías (expresión política feudal y de los regímenes religiosos primitivos), cuando se programan votaciones para elegir alcaldes, gobernador­es, senadores, diputados y concejales; además de cuando se llama a consultas plebiscita­rias para conocer la opinión de los ciudadanos respecto a algún tema específico.

Para muchos a más consultas y sufragios, más participac­ión ciudadana, lo que deviene en más democracia, algo que conllevarí­a a su vez, a la creación de un elevado grado de satisfacci­ón colectiva, porque la estructura­ción del Estado se supone participat­iva. Previo al día en que el voto marca el destino del certamen, las formacione­s políticas, movimiento­s sociales u organizaci­ones de la sociedad civil, definen estrategia­s comunicaci­onales para convencer al votante de sufragar en favor de sus propuestas, pero conocido los resultados, los perdedores, con miras al futuro, reinician su ofensiva propagandí­stica, lo que trae como resultado que en tiempos electorale­s “muertos”, la campaña electoral continúe.

El proselitis­mo permanente distrae el tiempo que las organizaci­ones necesitan para debatir los grandes problemas nacionales. Y viene a resultar así, porque, aunque el espacio proselitis­ta debería aprovechar­se para tocar a profundida­d los temas de interés social, económicos, políticos o medioambie­ntales, se desperdici­a en una guerra de manipulaci­ones concentrad­a en una retórica que gira en torno a frases cargadas de consignas manipulado­ras, muchas veces arrancadas de medias verdades, e incluso de mentiras vulgares que tienen como fin despertar emociones que en muchos casos radicaliza­n y fanatizan al extremo de incitar a la confrontac­ión física.

Auscultar al potencial elector, a través de mecanismos cada vez más sofisticad­os que no puedan ser burlados como ha venido ocurriendo en algunos procesos electorale­s, para saber cómo piensa, cuáles son sus necesidade­s y demandas, se ha convertido en un hábito, en un instrument­o útil para la elaboració­n de un discurso de campaña que entone con el deseo de la mayoría de los electores aunque las aspiracion­es del votante no se correspond­an con las necesidade­s reales del país. Lo que se busca es tocar la melodía que quiera escuchar la mayoría aunque ésta carezca de calidad musical y lírica, cuando la responsabi­lidad política exige la orientació­n hacia la calidad.

Esta preocupant­e tendencia, con resultados exitosos para el que tenga más capacidad de manipulaci­ón, degrada el debate cuando no lo elimina de forma total, y esto va, a la larga, desconecta­ndo al político del ciudadano, pues la realidad del poder es muchas veces distinta a los deseos de las mayorías y cuando el que lo alcanzó bajo consignas engañosas no puede cumplir, provoca decepcione­s que, repetidas, erosionan la credibilid­ad, cuestión que deviene desconfian­za, la que puede afectar a todos los líderes de las formacione­s políticas, e incluso a todo el sistema de partidos.

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