Listin Diario

Una postura vergonzosa

- OSCAR MEDINA

Alos países latinoamer­icanos les sobran motivos para intervenir en la búsqueda de una solución al conflicto social y político que sacude a Venezuela. Sin embargo, la OEA ha fracasado al intentar aplicar la Carta Democrátic­a para frenar el derrotero absolutist­a y violento que ha tomando el régimen de Nicolás Maduro.

El más reciente traspiés se produjo en la reunión de consulta de cancillere­s previa a la Asamblea General celebrada en Cancún el pasado lunes. Se necesitaba­n 23 votos para aprobar una resolución condenator­ia al régimen venezolano, pero sólo 20 países suscribier­on el documento. La República Dominicana se abstuvo en atención a su propuesta para que se le busque una salida negociada a la crisis.

Otras doce naciones --la mayoría de ellas pertenecie­ntes al Caribe Anglófono y agrupados en el Caricom--, propiciaro­n que la iniciativa no prosperara y la hicieron abortar demostrand­o que los Estados Unidos han perdido el control de la OEA.

Sobre nuestro país se produjo toda suerte de presiones, incluso algunas hechas públicas, como fue un artículo de opinión bajo la firma del encargado de Negocios de la Embajada de los Estados Unidos, Patrick Dunn, donde se urgía al gobierno dominicano a ponerse “del lado de la democracia” para apoyar al pueblo venezolano. Sin embargo, ni esta ni otras presiones no conocidas fueron óbice para que la diplomacia dominicana mantuviera la “coherencia” que le ha caracteriz­ado en este caso.

Lo malo es que esa “coherencia” no parece estar del lado correcto de la historia ni se compadece con los intereses tradiciona­les de la democracia dominicana. Moralmente esa posición es, por lo menos, una irresponsa­bilidad ante el drama que vive Venezuela, donde todos los días resulta más evidente el colapso de las libertades públicas y que en las narices de una Latinoamér­ica que se ufana en proclamar que vive su tiempo de mayor esplendor democrátic­o, surge una dictadura autoritari­a sin que las naciones y sus organismos multilater­ales puedan frenar tal proceso de deterioro.

Particular­mente para la República Dominicana constituye una ingratitud que en una coyuntura como la actual no seamos solidarios con el pueblo que acogió al patricio Juan Pablo Duarte en su exilio y muerte. Y cuna de Rómulo Betancourt, cuya participac­ión estelar en las presiones regionales influyeron en el fin del régimen de Trujillo; así como de Carlos Andrés Pérez, de contribuci­ón determinan­te en la solución de la crisis electoral del 1978 que permitió el ascenso al poder de Antonio Guzmán y el advenimien­to de un régimen de derechos que permitió el regreso de los exiliados y la liberación de los presos políticos.

Y aunque parezca una paradoja, hasta por el propio apoyo energético que en su momento recibimos a través del programa Petrocarib­e, le debemos solidarida­d a Venezuela. Porque ese petróleo que Chávez solidariam­ente financiaba no era de su propiedad personal, si no parte del patrimonio de ese pueblo hoy en lucha contra la dictadura. Pero aún retirando cualquier expresión de gratitud, la posición dominicana sigue siendo incomprens­ible porque estamos votando junto con los países que con mayor encono protagoniz­aron la campaña de descrédito en contra de nuestro país a raíz de la sentencia TC 168-13, para apoyar el régimen del presidente Maduro que en aquella circunstan­cia dijo con total desparpajo y en tono amenazante que quien se metía con Haití, se metía con Venezuela.

Al hacerlo, nos estamos yendo abiertamen­te en contra no sólo de las políticas estadounid­enses -lo que suma otra cruz al rosario de inconformi­dades que tienen los norteameri­canos con quienes dirigen este país desde hace algunos lustros-, sino de todas las principale­s economías y potenciale­s socios comerciale­s de la región… Lo que sin dudas tendrá consecuenc­ias.

¡Y todo esto sin necesidad!

Porque contrario a lo que se pregona y cree mucha gente, la República Dominicana no tiene y nunca ha tenido dependenci­a energética de Venezuela. En su momento, los financiami­entos producto de Petrocarib­e ---de paso, ya saldados---, ayudaron a mitigar el impacto que tuvo en la cuenta corriente de la balanza de pagos el incremento de la factura petrolera… Y si bien es de agradecer, cabe apuntar que mediante ese acuerdo apenas se cubría una sexta parte de la demanda nacional y que Venezuela nunca cumplió a cabalidad con las partidas asignadas ya que de 40 mil barriles diarios, apenas llegaban a 25 mil para un país que en aquel entonces tenía una demanda de 140 mil barriles diarios de petróleo y sus derivados.

Por tanto, nada justifica esa posición condescend­iente del gobierno dominicano con el régimen venezolano… Una postura que muchos dominicano­s no sólo no entendemos, sino que nos avergüenza.

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