Tu amistad, ¡qué orgullo!
Mi padre era muy amigo del suyo; su mamá, amiga de la mía. Estudié el bachillerato en el Instituto Salomé Ureña junto a su hermana Olga, y en la tertulia vespertina de mi casa oía mencionar con frecuencia, a ese ‘‘talentoso hijo de Vicentico’’.
La moral victoriana de género que primaba en esa época, ‘‘Entre santa y santo/ pared de cal y canto’’, no permitió que las niñas y las jovencitas trataran de cerca a los varones.
Sin embargo, cuando miro hacia atrás, su presencia parece formar parte del hábitat, somos de una misma generación, casi de la misma edad, y Santo Domingo era un pequeño espacio en que crecimos dentro de dos familias parecidas.
Yo me casé muy joven, empecé a parir mis hijos, me aparté por un tiempo del ambiente de estudios, lecturas, inquietudes intelectuales.
Mientras tanto, creciendo como un árbol cuya fronda se expande en verdores y frutos, él creció. Ya no era el ‘‘hijo de Vicentico’’, Hugo Tolentino Dipp tomó posesión de su protagonismo en la historia dominicana.
La Revolución de Abril puso su talento y su energía, hombro con hombro con Caamaño. Ya era un intelectual conocido, un revolucionario teórico que se templó en la pólvora heroica de la ciudad sitiada.
Recuerdo a papá, ya muy enfermo, alertando el oído y acelerando pulso para oír las noticias sobre la gesta de abril. Cuando oía mencionar a Hugo Tolentino como actor relevante, papá se emocionaba, me llamaba a voces para compartir conmigo, él había estado preso en la primera intervención norteamericana de 1916.
Cuando el Movimiento Renovador, producto estupendo de la revolución de abril, eclosionó en la UASD, Hugo Tolentino Dipp fue uno de sus principales gestores.
Ahí, en ese campus repleto de sueños y propósitos heredados, conocí de cerca, su voluntad de cambio y de lucha, a Hugo Tolentino Dipp. Tuve la oportunidad de mostrarle mi afecto, apoyando su candidatura a Rector, rebelándome ante las instrucciones que Hatuey de Camps me transmitió en nombre de Juan Bosch para que votara por otro candidato, también amigo.
Lo apoyé, porque creía y creo que él lo merecía, también la UASD lo merecía, lo necesitaba para afirmar el rumbo de apertura y democracia que el Movimiento Renovador había trazado. Y en su gestión, pese a Balaguer y sus malas voluntades, la UASD se consolidó, ‘‘democrática y de masas’’
Hugo Tolentino Dipp, entabló desde la Revolución una amistad entrañable con Peña Gómez. Fue para él consejero sabio, confidente discreto, leal, como siempre, en sus relaciones, y sincero. A veces Hugo resulta, en sus opiniones y críticas tan sincero, que molesta a los tartufos y pone en fuga a los cobardes, incapaces de dar cara a su veraz contundencia.
Es historiador, escritor, profesor, abogado laureado. Tiene en su hoja de vida una carrera importante como político y como funcionario, es proverbial su honestidad prístina, su escrupulosa forma de actuar, y de juzgar, en lo que a moral se refiere. Después de tantos años de conocernos, trabajando juntos en lo académico y la política, me ufano de ser su amiga; siento que, su terquedad se parece a la mía, ambos guerreros, como he dicho otras veces, repetimos con la canción de Silvio ‘‘quiero morir como viví’’.
La semana pasada, Hugo me hizo un regalo inesperado, magnífico. Llegó al Instituto Peña Gómez, en el que me ha honrado impartiendo docencia, sacó una hoja de papel, y me leyó un poema ¡escrito para mí, y sobre mí!
Sus metáforas, siempre le he dicho que se dedicara solo a escribir versos, sería un poeta mayor, reflejan rasgos míos, hasta limitaciones; mi ‘‘voz enronquecida’’ y mi ‘‘paso a paso aristotélico’’ se hermosean; dejan ser impedimentos, se convierten en parte ínsita de lo que soy, y lo que me empeño en hacer y ser.
Lloré, acostumbro a creer que a quienes quiero, me quieren, pero comprobar que no solo soy amiga de Hugo Tolentino, sino que él es mi amigo también, me conmovió. Y me comprometió.
Si, Hugo. Seguiré ‘‘reconciliando a Dios con Hostos’’, buscando la utopía, porque así me ves tú. ¡Cuánto orgullo!