El país de la perfecta coreografía
Corea del Norte es el país de la perfecta coreografía. El único del mundo donde todos los ciudadanos, sin excepción, representan un papel en el tablado, cada quien actuando en una gran puesta escénica destinada a durar para siempre. Cada actor y cada actriz hacen el triste papel de vivir felices, y esa felicidad absoluta llega hasta las lágrimas cuando se evoca a la Santísima Trinidad compuesta por Kim Il- sung, su hijo Kim Yong-il, y el nieto actualmente reinante, Kim Yong-un, elevados a la categoría de deidades celestiales.
Un país de dos pisos. Arriba, el escenario de la eterna representación donde se rinde culto al padre, al hijo y al nieto, mientras la dinastía guiada por los astros está destinada a prolongarse sin fin; y debajo del tinglado el mundo subterráneo de las hambrunas que matan a centenares de miles, las cárceles secretas, los campos de concentración, los resortes del miedo que obligan a poner las caras sonrientes; todo un engranaje preciso e inflexible que asegura el sometimiento y el silencio. Y allí, bajo el escenario, están también los rehenes, esperando su turno de entrar en escena.
Es de este mundo subterráneo de donde salió en estado de coma, para ser repatriado “por razones humanitarias” a Estados Unidos, el estudiante de la universidad de Virginia Otto Frederick Warmbier condenado a 15 años de trabajos forzados por perpetrar “un acto hostil” contra el país de la felicidad perpetua, y tratar de “derrumbar los cimientos de su unidad”.
¿Y cómo se proponía este muchacho de 22 años derrumbar esos cimientos? En febrero de 2016 las cámaras de circuito cerrado del hotel donde se alojaba en Pionyang, lo filmaron mientras arrancaba de la pared un cartel de propaganda política del régimen, para meterlo en su maleta y llevárselo como souvenir, pues partía al día siguiente.
Durante el juicio que se le siguió por crímenes contra el estado, el muchacho “confesó” que el hurto lo había cometido siguiendo instrucciones de la Iglesia Metodista Unida de Ohio, con el fin de “dañar la motivación y el trabajo del pueblo norcoreano”, con el apoyo, por supuesto, de la CIA.
Si era descubierto en su intento desestabilizador, declaró, la Iglesia Metodista entregaría a sus padres la suma de 200.000 dólares como compensación, pues “sufrían graves dificultades económicas”. Los padres, dicho sea de paso, pertenecen a la religión judía, no a la metodista cristiana, como el propio Otto fue también creyente judío.
El tribunal que lo condenó funciona arriba, en el escenario, y el juicio fue televisado. El reo no tuvo acceso a defensa legal.