Políticos inmunes
América Latina y el Caribe es la región más intransparente del mundo. Esta intransparencia sin embargo es, a la vez, excesivamente complaciente con los que la originan. Por más que querramos perfeccionar nuestra democracia seguimos evidenciando que las sociedades latinoamericanas están sujetas a niveles elevados y persistentes de corrupción. El escándalo del monotema Odebrecht ha sido mayor y de más amplia trascendencia porque se trata de una multinacional originaria de un país del tercer mundo, y que junto a otra empresa del mismo país (Embraer) crearon un espíritu empresarial y de liderazgo internacional especialmente después de la crisis de las naciones más desarrolladas, que venía evolucionando para insertar el gigante brasileño en el escenario de la globalización haciendo sentir su peso internacional. Es decir, estas “multinacionales” se han abierto camino con el apoyo de su Gobierno, facilitando financiamientos y pagando sobornos al mejor estilo de los multinacionales de los países desarrollados de Europa, Norteamérica y Asia, que en su momento establecieron su mundialización sobre las bases que han montado las brasileñas; pero eso no puede ser permitido ahora. Entonces, en el plano político el factor corrupción persiste como un problema sistémico propio de las debilidades de las instituciones del Estado, los partidos políticos y su baja representación, las desigualdades sociales, la marginalidad, el desempleo, en fin la pobreza, y por más indignación popular, marchas callejeras, discursos de la sociedad civil, debates nacionales e internacionales, leyes e instrumentos regulatorios del Estado, seguimos imperturbables oyendo y acatando las soflamas demagogas de los políticos que nos convocan y nos arraciman a los procesos electorales como ganado sumiso. Para decirlo en lenguaje tabernario:
“Con un frasco de aguardiente, un estribillo musical pegajoso y a gran volumen de sonido, y un eslogan, que conecte”, nos hacen olvidar los grandes problemas que afectan la sociedad. Aquellos problemas que deben convertirse en amenazas electorales por el voto crítico o el voto castigo, se obvian en el colegio electoral y prima “El Vuelve y vuelve”, “El Cambio”, “Manos limpias”, “Llegó papá”, “E’pa’fuera que van”. Nuestro país es proverbialmente olvidadizo. Les votamos complacientes y el imaginario del elector se nubla y premia a candidatos que han pasado y dejado la función pública en forma apestosa aún el votante tenga y goce de las posibilidades y libertades efectivas de elegir libremente entre las diferentes opciones electorales. Por más “marchas verdes”, por más consciencia de clase, talleres, universidades, formación de aspiraciones, nivel de ingresos, nivel educativo, ruptura generacional, no podemos desplazar estos patrones de conducta. Aun la autodeterminación de los electores seguimos actuando como coaccionados y oprimidos. Por tanto, hay tareas para nuestro pueblo como son las de tomarnos en serio nuestros propios principios y compromisos de depurar nuestros liderazgos, que no luzcan impunes ni inmunes a las acusaciones de corrupción e ineficiencia.
Realmente resulta increíble como partidos y candidatos no pagan en las urnas por sus acciones pecaminosas; por el contrario, rentabilizan por esos pecados. ¡Hagamos un paseo histórico por el partidismo dominicano y comprobaremos que cuántas más acusaciones hay contra alguien, más ventaja electoral consigue!