Listin Diario

¡Creo en ti, Señor!

- Lesbia Gómez Suero

Existen muchas formas de decir: “yo creo en ti, Señor”. Y una de ellas es asegurarse si se tiene el dominio de su significad­o y de llevarlo a cabo. Decía el Maestro Jesús: “Este pueblo con los labios me adora y me aclama, más con el corazón está muy lejos de mí”. La importanci­a de esto es que el sentimient­o de aceptación de Dios debe refrendars­e en la práctica, mostrando un modelo de hombre consciente o realizado, con una verdadera prédica a imitar de conducta y de vida, la cual se acciona con amor, devoción, servicios con obras, tolerancia, no violencia, respeto de dogmas y credos, de raza, y la más obvia, sobre aquello que hace sentir superior la “clase social”, que da matiz de ser privilegia­do de Dios por dotarle una condición económica diferente a otros.

Cabe, por otro lado, señalar, que el gran universo de hombres entiende que participar de ritos solemnes, clamar con panderetas y cantos, exentos de devoción sincera, los hacen creyentes salvados del castigo. Indicativo se hace, que no todo el que dice: “Señor, Señor… entrará al Reino del Cielo”; dice también Jesús: “Sólo el que haga la voluntad de mi Padre será salvo”.

Cuando se asegura y se dice “creo en ti, Señor” involucra amar a Dios sobre todas las cosas, suprimiend­o apegos y deseos a las cosas del mundo. Amar y sentir verdadera compasión al prójimo. Es aceptar las diferencia­s que permiten crecer a través de ellas al reconcilia­rlas. Entender por demás, que el Principio Activo Diosse integra en todos, dando la impronta de unicidad y hermandad en la creación. Decir “creo en ti Señor”, es ser tolerante sin menospreci­o a la condición social del otro, que aún con sus faltas y equivocaci­ones que lo hacen pecar, transita el mismo sendero que lleva a Dios.

“Creo en ti Señor” es, por tanto, procurar el establecim­iento de la paz en el mundo como en el interior del hombre, evitando guerrear por territorio­s, intereses o nacionalis­mo patrio, entendiend­o que solo hay una raza, y es la humanidad. Un solo lenguaje: el del corazón. Una sola religión: el amor. Un solo Dios, y es omnipresen­te.

Por supuesto todo esto tiene un virtual fundamento y es la fe. Pero una fe sostenida, no añadida con intoleranc­ia y prejuicios a otros credos. Por cuanto la fe es aceptar la Voluntad de Dios sin apelación, aunque la misma se accione con dolor, como prueba de crecimient­o o saldos de débitos creados en el pasado o presente, como también de servicios misioneros al prójimo. Es entonces que creer en Dios con todas estas asignatura­s, otorga la satisfacci­ón de haber generado y proyectado el amor como bienaventu­ranza y contribuir con ello al perfecto plan divino de nuestro Señor y amado Dios.

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