A Breno sobre su hermano “Cholo”
Nadie elige el lugar donde nace, ni el momento de nacer. La vida es aleatoria y suscita los más inverosímiles hechos y alteraciones existenciales. Es así como florecen los sentimientos, la actitud compartida del núcleo familiar, esa médula esencial que modela y traza coordenadas de conducta y principios. Es entonces cuando las obligaciones y la cosmovisión comprometen la práctica social, la actitud del individuo frente al mundo y el tiempo histórico que le tocó vivir. El filósofo argentino José Ingenieros, en uno de sus memorables textos se burlaba de las vidas inútiles, decía que los mediocres viven a hurtadillas, temerosos de que alguien le reproche la osadía de vivir en vano como contrabandistas de la vida. Retribuía el valor de la conciencia humana como peldaño, trecho a recorrer en la búsqueda del sentido, en los pronósticos optimizados de un ideal, en su néctar trascendente.
En ese interregno, pienso y creo que Rafael Andrés Brenes Guridi (Cholo) vivió buscando incidir en los planos sociales con decisiones de compromiso, por ello se inclinó por la sociología, cuando esta disciplina irrumpió en el mundo con destino de conocimiento, estructura y ritmo de los sistemas productivos y posibilidad de reformulación de cambios. Completó sus estudios en Chile y confrontó críticamente la frustración del experimento chileno al socialismo. Y llegó por los senderos de la democracia cristiana, coadyuvando a una conciencia militante que se expresó junto a otras alternativas democráticas. Eran los tiempos del padre Camilo Torres, graduado en la Universidad Católica de Lovaina, Bélgica, inmolado en las montañas de Colombia, tiempos de los documentos de Puebla, México o de Medellín, Colombia, donde la Iglesia asumió un compromiso social con los oprimidos, tiempos de la humildad todavía conmovedora del Papa Juan XXIII, cuya anciana madre en un campo de Italia se enteró de que su hijo había sido escogido como máximo Pontífice de la Iglesia, en el momento en que ella cargaba latas de agua en su precariedad absoluta. Era los tiempos del obispo “rojo” de Brasil, Helder Cámara. Tiempos de comprometerse. Cholo Brenes, bajo esa aureola de sensibilidad social en el país, frente a los planes de contra insurgencia y la más brutal cacería de revolucionarios, asumió junto a otros, como eje básico de organización y representación, el espectáculo masivo que se conoció como “Siete días con el pueblo”, donde se congregó lo más granado de la nueva canción latinoamericana, el arte transfigurado en esperanza y utopía, la palabra alada en la voz de los canta autores y juglares más destacados del momento, ofreciendo su mano amiga a la solidaridad con el pueblo dominicano contra la opresión, por la libertad de los presos políticos, por el regreso de los exilados, por la justicia social con libertad, por un mundo nuevo de transformaciones sociales. Sorteando todos los obstáculos, impedimentos, boicots, manipulaciones del Gobierno para aplazar la llegada de los artistas al país, “Siete días con el pueblo” se convirtió en un plebiscito nacional contra el régimen decadente y represivo. Eran cosechas de los grupos artísticos, “Expresión Joven”, “Nueva Forma”, “Convite”, y se trabajó en el evento bajo la dirección artística de Cholo, con una amplia colaboración de figuras resaltantes como Dagoberto Tejeda y jóvenes prestantes del país, con el apoyo de la Central General de Trabajadores. Nunca estuvo más alta la sensibilidad social y política con el arte como en aquellos días inolvidables del “Primer Encuentro Internacional de la Nueva Canción, Siete días con el pueblo”, del 25 de noviembre al 1ero de diciembre de 1974. Fue tanta la participación del pueblo, y tan hermosos los himnos y canciones de los trovadores que parecía que habíamos tomado “el cielo por asalto”.
Es cierto que las cosas se van perdiendo en el tráfago del olvido, que por las rendijas del lapso y el yerro, los participantes agotados por el flagelo de las dolencias y el desamparo, van obstruyendo los ciclos de sus vidas útiles, la conciencia es azotada por nubarrones que corroen e hieren el alma humana. Pero en el caso de Cholo, puedo decir que no hubo claudicación de su pensamiento, aunque como todos, navegó en medio de limitaciones, caídas e ingratitudes. Las aulas universitarias lo vieron exponer en su docencia categorías sociales e indicadores investigativos de la sociedad dominicana. Luego se convirtió en exitoso promotor artístico de figuras notables del arte popular, gestor de consagraciones memorables de artistas.
Muchas veces controversial, polémico, dentro del enmarañamiento y los intereses de los grupos que comercian en el arte, Cholo fue reduciendo su espacio gravitacional, su esfera de principalías, acorralado por el peso de una época torcida, egoísta, contaminante y una enfermedad punzante. Fui su amigo y lo consulté en temas del arte popular, tenía basamento conceptual, formación intelectual, respetuoso en las diferencias. Cuando Breno Brenes me llamó para informarme de su muerte, sentí que en el fondo de su alma, a Breno como a Frances y sus otras hermanas, les habían amputado un recuerdo troncal, un hálito familiar entrañable, su hermano por encima de todo, esa corriente flamígera de la nostalgia y del amor que fundaron sus padres. Y desde aquí le doy a Breno mi abrazo de amigo y compañero en el dolor y en las lides glamorosas y altas del ensueño, de la historia que amamos, de los afectos que prolongan la alegría de vivir tras la luz obstinada de alba.