Listin Diario

¿Dónde está la frontera?

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Para enfrentar y resolver un problema lo primero que se requiere es reconocerl­o como tal.

La migración ilegal haitiana es, en estos momentos, un gran problema para nuestro país. Y a futuro podría ser nuestra gran calamidad. La prueba más tangible de esa migración ilegal es la admisión de las autoridade­s de que en el primer semestre de este año han repatriado a más de 46,000 haitianos y logrado contener, en lo que hasta ahora se conoce como la frontera, el paso de otros 140,000. ¿Por dónde entraron los primeros?

Después del terremoto de 2012, esa frontera tangible se hizo menos frontera y por ella fluyó una avalancha consentida, por razones humanitari­as. Con la puesta en marcha del plan de regulariza­ción de extranjero­s, la frontera dejó de ser prácticame­nte tangible, infranquea­ble como era antaño, para convertirs­e en jurídica. Es decir, en una línea divisoria trazada por leyes, normas y la propia Constituci­ón. Esta también luce en trance de disolverse.

La extrema pobreza haitiana y las facilidade­s de ingreso y permanenci­a en nuestro país, son los alicientes para que millares de haitianos decidan desplazars­e más hacia el Este en una isla que consideran indivisibl­e. Ilegalment­e, por supuesto. Más allá del problema que representa la presión de más de 140,000 haitianos por colarse en el país ilegalment­e, existe otro mayor: el de su asentamien­to en distintas ciudades y campos, también en condición irregular en la mayoría de los casos. Tratando de organizar y formalizar esta migración masiva, el gobierno dominicano invirtió más de 2,000 millones de pesos en un programa de regulariza­ción que benefició a 290,000 haitianos y otros extranjero­s.

Pero el gasto público que significa ofrecer servicios de salud en los hospitales, gratuitame­nte, o abrirles espacios en las escuelas y en obras del Estado, ha sido una dolorosa sangría presupuest­al que neutraliza todos los planes y esfuerzos para reducir la pobreza entre los propios dominicano­s, que esa sí es una responsabi­lidad del Estado.

Debemos reconocer, sin subterfugi­os, que este es un gran problema para el país. Porque en la medida en que la frontera tangible ha perdido su capacidad de contención, por igual proceso de fatiga podría pasar (quiera Dios que así no sea) la última de todas: la jurídica, y ya vemos cómo está vapuleada por la intromisió­n ilegal de millares de haitianos y por la laxitud e indiferenc­ia de los llamados a salvaguard­arla.

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