15 AÑOS DE LA MUERTE DE BALAGUER
PESE A SU CEGUERA, EL EXPRESIDENTE DE LA REPÚBLICA NUNCA PERDIÓ EL HÁBITO DE LA LECTURA
Como cada día en la vida de un apasionado por el conocimiento, Joaquín Balaguer llevó su cuerpo hasta su biblioteca, el tesoro personal, y como si quisiera en sus oscuras pupilas volver a recrear la imagen de aquel imperio de hojas y tintas, se quedó petrificado próximo a las escaleras tipo caracol.
En la soledad con sus libros, sintió la presencia de otra persona hurgando entre los estantes, a la que esperó reconocer por la voz. Y de repente la escuchó:
—Doctor, usted parece comunista. Fue el comentario que salió como un disparo de pólvora mansa de los labios de Xiomara Herrera, una jovencita entonces que trabajaba, y aún lo hace, en labores secretariales en la casa del agudo político y hombre de letras.
—¿Por qué lo dices?—, respondió Balaguer.
—Veo que usted tiene muchos libros de Lenin—, comentó Xiomara.
—Tú eres muy curiosa—. Así le respondió el doctor Balaguer, quien como cultivador del intelecto desde la niñez, abrevó en los más conspicuos pensadores clásicos y contemporáneos.
Las obras completas de 22 tomos, escritas por el fundador del primer Estado socialista del mundo, constituyen una de las joyas que aún permanecen en su hemeroteca, que sus discípulos guardan con celo en el segundo piso, codificada y protegida de la polilla y los rigores del tiempo en la fundación que lleva su nombre.
A pesar de haberse desprendido de la principal cuando la donó a la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, el autor de “La Palabra Encadenada”, tuvo tiempo para erigir otra, pues los libros— a contra pelo de la “sombra en sus ojos”—, fueron la segunda razón de su existencia.
Su pasión por el conocimiento explica que haya nacido y vivido hasta ver languidecer sus energías entre ellos. En una de sus obras en versos, “La Venda Transparente”, dedicó un poema a su biblioteca:
“Penetro en mi biblioteca/ donde está mi corazón/y en una lágrima seca/se condensa mi emoción. Me encuentro en un panteón/en donde todo está frío:/escojo un libro y atento/ fijo en él mi pensamiento,/en su exterior me extasío,/escojo otro y contento/con entusiasmo sonrío./Quizás aquel que escogí/ fue un libro que yo escribí,/no tiene nada de bello,/pero es lógico, es humano,/que sienta un escalofrío/como si en torno a mi cuello/sintiera tierno y ufano/ los brazos de un hijo mío./Escojo uno al azar/y otros muchos al pasar,/hasta que descubro al tacto,/al que conozco en el acto,/mas todo mi esfuerzo es vano,/todo en él luce sombrío,/ siento que llevo en la mano/ como un ataúd vacío./Busco el Mantilla primero,/fuente inicial de saber/en donde aprendí a leer/y un día pinté un lucero/y al pie le puse “Te quiero”/junto a un nombre de mujer./Mas todo mi empeño es vano,/pues perdido en un desierto, permanece el libro abierto/cual sol sin luz en mi mano”. Aunque en el mundo sin luz que le tocó vivir por más de 15 años, Balaguer hizo posible su existencia sin percibir la claridad del día; dos personas se convirtieron en la llama fulgurante de sus ojos, que iluminaban el sendero que conduce a la fuente del conocimiento. Una vez extasiado en la lectura que le hacían Lorenzo Perelló y Enedina Rodríguez, renacía el escritor para sumergirse en el cosmos iluminado de las letras.
Rafael Bello Andino y Xiomara Herrera permiten que me acerque al tesoro más preciado que permanece en sus habitaciones. Lo primero que encuentro es con “Los Días Chilenos de Juan Bosch”, de Luis Alberto Mansilla; “Cuentos Más que Cuentos de Juan Bosch”; el “Diccionario de la Revolución Francesa”, del venezolano Arturo Uslar Prieti; “Historia Social de Inglaterra”, de George Macauly Trevelyan; luego, “Historia de la Literatura Griega” y “Clásicos Castellanos”. De la vida del español Hernán Cortés, el conquistador de México, reposa un grueso tomo, escrito por Salvador de Madariaga, otro español, de profesión ingeniero que terminó sus días como crítico literario.
Varias ediciones de “Don Quijote de la Mancha”, de Miguel de Cervantes Saavedra; “Historia de Haití”, de Thomas Madiou; “Cuadernos Dominicanos de Cultura”, de Lupo Hernández Rueda; hallé la edición de 1970 “De Cristóbal Colón a Fidel Castro, el Caribe Frontera Imperial”, de Juan Bosch; “Viaje Al Paraíso”, de Miguel de Cervantes Saavedra; “Una Tragedia y una Comedia” y las obras completas del poeta Fabio Fiallo.
Engalanan los estantes, libros de Samuel Hazard, Marcelino Menéndez Pelayo, uno de sus favoritos, de Ernesto Sábato, Herlin Franco Lantoni, Manuel Rodríguez Objío; de José Martí, las obras completas, Honoré de Balzac y una “Historia de España”, escrita por J. Vicens Vives. Aparecen otros autores como Octavio Paz, Robert Payne; un enjundioso estudio de Francisco Franco y “Confieso que He Vivido”, de Pablo Neruda.
Quedé con la curiosidad de seguir otros días sumergido en los libros de Balaguer al ver tantos títulos extraños, que ya no aparecen en las librerías dominicanas, con la particularidad de que muchos de estos ejemplares fueron comprados por el escritor y político en sus estadías en el exterior cumpliendo funciones diplomáticas.
Un hombre ilustrado por el derecho, la literatura y la historia como el fenecido líder político, que se mantuvo informado de la más actual de la bibliografía, tiene en sus estantes “La Crisis del Capitalismo Global”, de George Soros, el magnate de las finanzas vinculado a la quiebra del Banco de Inglaterra. Encuentro“Memorias de Esperanza”, de Charles de Gaulle y la “Antología de la Poesía Dominicana”, de Vicente Llorens.
Las letras, desde muy niño le cautivaron todo el tiempo, pero la política le arrastró con la fuerza de un volcán, como solo puede hacerlo esa actividad con los seres que tienen un propósito. En ella contó con innumerables colaboradores, casi desde el principio.