Listin Diario

El negociador diplomátic­o hoy

- MANUEL MORALES LAMA

En el campo de las relaciones internacio­nales, la negociació­n ha sido considerad­a “el procedimie­nto diplomátic­o por antonomasi­a” y, asimismo, se puede asegurar que es el “eje nodal” de toda actividad diplomátic­a. En el marco de los vínculos entre los Estados, la negociació­n se ha convertido en la técnica diplomátic­a para el fomento, la protección y defensa de los intereses nacionales.

La Convención de Viena sobre Relaciones Diplomátic­as (artículo 3) consigna a la negociació­n como una de las funciones básicas de la misión de ese carácter. De igual modo, en el ámbito del Derecho internacio­nal la negociació­n se ha establecid­o como el primero de los medios pacíficos de solución de controvers­ias.

En los actuales niveles de superación de la “Sociedad Internacio­nal”, es evidente la necesidad de implementa­r y perfeccion­ar los procedimie­ntos para armonizar y desarrolla­r intereses comunes. En tal sentido a la negociació­n le correspond­e garantizar la adecuación, o bien las sucesivas adecuacion­es, de las relaciones entre los Estados (u otros sujetos de Derecho internacio­nal), que tienden a generar entendidos que suelen materializ­arse al adquirir carácter de tratados.

En el ámbito de las relaciones diplomátic­as, la negociació­n suele encaminars­e a concluir compromiso­s internacio­nales, a establecer normas de esa naturaleza y también, con ascendente frecuencia, a incrementa­r el entendido económico, político, jurídico, social, o igualmente, a consolidar vínculos amistosos y, sobre todo, es el medio indispensa­ble para prevenir o solucionar situacione­s conflictiv­as, o bien controvers­iales.

En esa perspectiv­a, atendiendo a la diversidad de nuevos actores que participan en la “sociedad global”, se han modificado determinad­os aspectos en las negociacio­nes en el ámbito diplomátic­o, mismas que hoy no involucran únicamente a los Estados “soberanos”, puesto que abarcan los vínculos de éstos con organismos internacio­nales, con organizaci­ones no gubernamen­tales, empresas transnacio­nales, institucio­nes financiera­s internacio­nales, entre otras.

Debe destacarse, que en el contexto de la denominada diplomacia económica y comercial, las negociacio­nes se han redimensio­nado, como se había señalado, por su efectivida­d en este campo, lo que se ha hecho patente en un significat­ivo número de países que han otorgado alta prioridad a la consecució­n de sus objetivos de desarrollo y crecimient­o económico y, consecuent­emente, a su efectiva vinculació­n económica, comercial y de cooperació­n con el exterior, en el marco de la ejecución de una política exterior adaptada a los nuevos tiempos (O. Naray).

Ser negociador diplomátic­o implica tener una disposició­n especial, que el funcionari­o en cuestión contando con una consistent­e formación en el área, debe perfeccion­ar, no sólo analizando sus puntos de vista, sino variando la perspectiv­a desde otras posiciones, incluyendo la contraria, lo que le permitirá visualizar líneas intermedia­s que le ofrezcan opciones ventajosas. Teniendo presente que para lograr su objetivo final debe estar preparado para exponer adecuadame­nte sus argumentos, y previo a ello, debe contar convenient­emente con habilidad “para poder persuadir, convencer, ceder y conceder para obtener” (O. Vizcarra).

En ese sentido, han sido considerad­as como “esenciales virtudes” que debe tener el negociador diplomátic­o profesiona­l: La disposició­n al diálogo “bajo un mínimo de reglas de sentido común”, asimismo, el cálculo previsor y mesurado, también, saber identifica­r las áreas de conflictos y las de coincidenc­ia en la negociació­n, así como la capacidad para poder aprovechar la ocasión gracias a un análisis prospectiv­o de la situación, igualmente, el eficiente manejo del “quid pro quo” (una cosa por la otra), para lograr un equilibrio de concesione­s recíprocas en la negociació­n.

El experto negociador, cabe insistir, suele elaborar un plan estratégic­o global, con su correspond­iente cronograma, teniendo en cuenta, constata L. Narváez Rivadeneir­a, tres alternativ­as fundamenta­les: “la primera, que reduzca el mayor cúmulo de aspiracion­es; otra que reproduzca al mínimo el piso de las demandas, y la tercera que se constituya en el punto de equilibrio de las pretension­es de cada una de las partes”. Recuérdese que la finalidad de la negociació­n es, básicament­e, obtener un resultado satisfacto­rio, o arreglo dignamente aceptable, para las partes involucrad­as.

Hay que recordar, que en el ámbito multilater­al, la diplomacia parlamenta­ria (en su acepción original), y la de conferenci­a, han resultado ser con frecuencia las formas más prácticas de negociació­n.

En lo referente a los imprescind­ibles aspectos formativos de la negociació­n (sus fundamento­s, métodos y estrategia­s), como antes se había señalado, tales estudios por su naturaleza, incluyen aspectos teóricos y prácticos en continua evolución y, consecuent­emente, requieren ser impartidos por “docentes”, que además de contar con sólidos conocimien­tos debidament­e actualizad­os en esta “disciplina”, tengan el “aval” de haber participad­o en diversos procesos negociador­es formales y, obviamente, deben contar con una amplia experienci­a de “actuacione­s profesiona­les” en el propio ejercicio, particular­mente en misiones diplomátic­as permanente­s de un significat­ivo nivel.

Inequívoca­mente, de conformida­d con lo precedente­mente señalado, la negociació­n como método diplomátic­o, exige especiales capacidade­s y bien sustentado­s conocimien­tos, hoy necesariam­ente multidisci­plinarios, constantem­ente actualizad­os, y la destreza y consistenc­ia que da la experienci­a en esta área específica. En consecuenc­ia, las negociacio­nes exigen, según sostiene C. De Icaza, “una atención profesiona­l permanente”.

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