FE Y ACONTECER Salió el sembrador a sembrar…
a) Del profeta de Isaías 55, 10-11.
Este fragmento es un llamado a la esperanza, el Señor es quien da con generosidad y solamente espera que le abramos nuestro corazón. “Como baja la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá sin haber empapado y fecundado la tierra… así será la palabra que salga de mi boca”.
Aquí aparece la palabra del Señor con fuerza y fecundidad. Es la palabra que sale de Dios y vuelve a Él, la misma de que nos habla San Juan en el prólogo de su evangelio. Mi palabra es eficaz, cuanto les digo es verdadero, mi palabra no vuelve a mí sin cumplir su cometido. La palabra de Dios es su plan y su designio eterno de salvación, que se manifestaron y realizaron en Cristo, la Palabra encarnada.
Este mensaje del Segundo Isaías conforta a los judíos desterrados en Babilonia, el profeta utiliza la imagen familiar del sembrador y la semilla en este oráculo de esperanza.
Él invita a los judíos y gentiles, a todos los que están hambrientos o sedientos al gran banquete escatológico de los tiempos mesiánicos. Asimismo, Jesús enviará a sus discípulos a predicar, “vayan y hagan discípulos de todos los pueblos”, el Evangelio es la Buena Noticia para todos sin excepción. Lo importante es que el Señor nos ha salvado en la persona de su Hijo Jesucristo. b) De la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 8, 18-23
Cuando somos bautizados, nuestra muerte es una nueva relación con Dios: somos sus hijos, herederos y hermanos de Jesús, todo esto es posible por la vida del Espíritu, no por el poder de la En este texto San Pablo también se maravilla ante la posibilidad de lo que eso significa, al considerar las implicaciones del plan de Dios no sólo para la humanidad sino para toda la creación, y nos habla de la solidaridad entre el hombre y lo creado, de nuestra responsabilidad de cuidar y proteger lo creado. Aspecto que entendió muy bien San Francisco de Asís, que llamaba hermano o hermana a todas las criaturas: el sol, la luna, las flores, la tierra, los animales, el agua… c) Del Evangelio de
San Mateo 13, 1-23
Este pasaje es el tercero de los cinco grandes discursos en el evangelio de San Mateo, el Discurso parabólico de Jesús sobre el misterio del Reino. En este evangelio distinguimos tres partes: la Parábola del sembrador (vv. 3-9), el por qué y la finalidad de las parábolas (vv. 10-17) y la interpretación de la parábola del sembrador (vv.18-23).
Parábola significa comparar una cosa conocida con algo nuevo o desconocido, destinada a ilustrar o enseñar una idea concreta y es uno de los métodos de enseñanza que Jesús usó.
Las parábolas que leemos en los Evangelios son un recurso bíblico-didáctico de gran valor, aunque en su redacción como en todo el Evangelio podemos advertir el influjo de la comunidad cristiana del tiempo apostólico.
Jesús valora positivamente la eficacia de la palabra del Reino, que es la semilla. Esta es la respuesta de Jesús a quienes ponían en duda los resultados de su anuncio del Reino, debido al rechazo de la Buena Nueva por parte del viejo pueblo de Dios, los judíos. Reflexión que también se plantea la primera comunidad cristiana ante las dificultades que encuentra en la continuación de la misión de Jesús.
Aunque aparentemente los primeros resultados hablan de fracaso, la eficacia de la Palabra de Dios está asegurada, pues la tierra fértil compensa con creces la esterilidad de las otras parcelas: el camino, el pedregal y las zarzas. El sembrador esparce la semilla generosamente confiando en el éxito final. Pero el protagonismo de la parábola no lo tiene el sembrador sino la simiente junto con el terreno en que cae la misma.
El núcleo de la proclamación evangélica de este domingo es la eficacia de la palabra, aunque condicionada en buena parte por los diversos grados de aceptación de la misma por los oyentes. Queda patente que son dos los factores determinantes de la salvación: el primero y fundamental es la iniciativa de Dios que la ofrece al hombre y el segundo, la respuesta afirmativa o negativa de éste, pues Dios respeta su libertad.
Jesús comienza comparando el Reino de Dios con una siembra aleatoria y acaba equiparándola a una cosecha espléndida, sin prestar mayor atención a las etapas intermedias de crecimiento y maduración. Las cifras que resalta: ciento, sesenta y treinta por uno, hablan claramente de la plenitud escatológica del Reino de Dios que sobrepasa toda medida y supera con creces el promedio habitual de una buena cosecha que suele ser del diez por uno.
El mismo Jesús nos dejó una magnífica interpretación de la parábola del sembrador en base a las cuatro clases de terreno en que la semilla es arrojada, “la Palabra del Reino” (v. 19): al borde del camino, terreno pedregoso, zarzas y tierra buena.
Según esto, lo sembrado al borde del camino y que comen los pájaros representa al que escucha la palabra sin entenderla; viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón endurecido y sin humus donde acoger la semilla.
Lo sembrado en pedregal, que brota en seguida y se agosta por falta de raíz, significa al que escucha y acepta la palabra con prontitud y alegría, pero al carecer de sustrato no tiene constancia y aguante en el momento de la dificultad y de la persecución a causa de la palabra del Reino. Lo sembrado entre zarzas y abrojos que al crecer asfixian la semilla, refleja al que por los afanes de la vida y la seducción del dinero y del consumismo ahoga y hace estéril la palabra que escucha. Finalmente, lo sembrado en tierra buena significa al que entiende y acepta con generoso corazón la palabra que escucha. Este da fruto con perseverancia: treinta, sesenta y hasta ciento por uno.
Debemos preguntarnos qué clase de terreno somos nosotros y en particular yo mismo. La respuesta sincera la debe dar cada uno en base a su vida, en qué medida acojo la palabra en mi corazón y la hago fructificar.
Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.