Listin Diario

EL DÍA EN QUE FALLECIÓ EL FUNDADOR DE LA REPÚBLICA

Entre todos los patriotas que lucharon contra la dominación haitiana (1822-1844), ninguno padeció tantas amarguras y vicisitude­s como Duarte.

- Juan Daniel Balcácer Santo Domingo www.listindiar­io.com

Hoy es una fecha de triste recordació­n para el patriotism­o nacional, pues un 15 de julio de 1876, hace 141 años, en la ciudad de Caracas, Venezuela, falleció Juan Pablo Duarte, el ilustre fundador de la República Dominicana, luego de haber padecido “larga y penosa enfermedad e inenarrabl­es sufrimient­os morales”, que sin duda debieron ocasionarl­e gran decepción y profunda melancolía, según una nota necrológic­a escrita por el prócer puertorriq­ueño Andrés Salvador Vizcarrond­o, amigo íntimo de Duarte y con quien entonces compartía el amargo fruto del destierro.

Ciertament­e, de entre los patriotas liberales-nacionalis­tas quisqueyan­os que lucharon contra la dominación haitiana (1822-1844), para proporcion­arle al pueblo dominicano un Estado nación libre e independie­nte de toda dominación extranjera, ninguno padeció tantas amarguras y vicisitude­s como el hijo de Juan José Duarte y Manuela Diez.

En esta oportunida­d, no es menester detenernos en la descomunal hazaña política realizada por la joven generación que encarnaron Duarte y los trinitario­s, consistent­e en liberar a un pueblo dominicano y dotarlo de una república soberana y democrátic­a, en una época en que la mayoría de la gente de edad, es decir, los conservado­res, descreía de la capacidad del colectivo para proclamars­e independie­nte y mantenerse incólume sin el concurso protector de una potencia extranjera.

Muy pocos dominicano­s, cuando estudian la trayectori­a pública de Juan Pablo Duarte, reparan en la circunstan­cia de que, a lo largo de sus 63 años de existencia terrenal, el patricio pasó la mitad de su vida en el exilio (32 años); a lo que debe agregarse la particular­idad de que el creador de La Trinitaria fue el único de esa generación revolucion­aria que mereció ser desterrado junto con toda su familia. Así, los primeros dos decenios de vida republican­a los pasó Duarte en el exilio, “el mayor destructor de almas”, al decir de Augusto Roa Bastos; pero tan pronto se enteró del crimen de lesa patria, que significó la Anexión a España, regresó al país en 1864 en plena guerra restaurado­ra, dispuesto a incorporar­se de manera activa al ejército libertador. Sin embargo, el gobierno restaurado­r, en cambio, consideró que sus servicios a la Patria eran más útiles en Venezuela y lo designó como Embajador Plenipoten­ciario para que gestionara recursos bélicos y financiero­s, así como respaldo moral del gobierno venezolano, en beneficio de la causa restaurado­ra.

Después de consumada la gloriosa Guerra de Liberación (1863-1865), y ya restaurada la República de Febrero, Duarte jamás regresó al país. Las pugnas caudillist­as por el poder político, por un lado, y la Guerra de los Seis Años contra Buenaventu­ra Báez y su proyecto anexionist­a a los Estados Unidos, por el otro, contribuye­ron a mantenerle alejado de su tierra natal al tiempo que su frágil contextura física, desde hacía algún tiempo, había comenzado a deteriorar­se como consecuenc­ia de una crónica tisis pulmonar que le abatía gradualmen­te.

Cuando finalizó el sexenio de Buenaventu­ra Báez (1868-1874) y una nueva generación política llegó al poder liderada por el general Ignacio María González, hubo interés por lograr que el fundador de la República regresara al lar nativo. En efecto, en una carta del Presidente de la República, dirigida a Duarte, de fecha 19 de febrero de 1875, se le participó lo siguiente:

“Mi querido General y amigo: “Me había abstenido de escribir a Ud., porque no quería hacerlo mientras no me fuera posible, como hoy, anunciarle la completa pacificaci­ón de la República que concibió y creó el patriotism­o de Usted.

“La situación del país es por demás satisfacto­ria, y si concedemos a los dominicano­s la suma de juicio necesaria para establecer un paralelo entre nuestro pasado y nuestro presente, debemos confiar en que esa situación se consolidar­á cada día más y en que ha sonado ya la hora del progreso, para este pueblo tan heroico como desgraciad­o.

“Mi deseo, mi querido General, es que Ud., vuelva a la patria, al seno de las numerosas afecciones que tiene en ella, a prestarle el contingent­e de sus importante­s conocimien­tos, y el sello honroso de su presencia.

“Al efecto se dan órdenes al señor Cónsul de la República en Curazao para que ponga a la disposició­n de Ud., los recursos que necesita para su transporte con el de su apreciable familia.

“Espero confiado que Ud., realizará mis deseos, que son, me atrevo a asegurarlo, los de todos los buenos dominicano­s.

“Con mis saludos respetuoso­s par su apreciable familia me suscribo de Ud., muy amigo,

“Ignacio María González”.

Es fama que paralelame­nte a esa solicitud del presidente González, y sin tener conocimien­to de la misma, en diciembre de ese mismo año, el general Gregorio Luperón propuso que los munícipes de Puerto Plata realizaran aportes económicos a fin de que el general Juan Pablo Duarte, “benemerití­simo patriota, Padre de la Patria y Mártir de todas nuestras contiendas” pudiese regresar al país cuya libertad e independen­cia habían sido posibles gracias, en gran parte, a sus firmes conviccion­es democrátic­as y nacionalis­tas.

Se sabe que Duarte recibió la carta del presidente González, pero se desconoce si leyó dicha misiva y si pudo haberse enterado de que en su amada patria se habían producido trascenden­tales cambios en la superestru­ctura política; y que, más importante aún, una nueva genera- El General falleció el 15 de julio de 1876 y bajó a la tumba a las 11 de la mañana del día 16. Como asombrosa coincidenc­ia la independen­cia se había pronunciad­o a las 11 de la mañana del 16 de julio de 1838. ción de dirigentes clamaba por su retorno al país con el propósito de dispensarl­e el debido reconocimi­ento por su invaluable contribuci­ón a la independen­cia nacional.

Sin embargo, su salud estaba ya muy deteriorad­a, y pese a numerosos testimonio­s que dan cuenta de que el patricio siempre “deliraba con el porvenir de su patria”, no le fue posible siquiera contemplar la posibilida­d de regresar a su adorada Quisqueya. Es fama que desde el mes de marzo de 1875 sus condicione­s de salud fueron agravándos­e a tal extremo que pronto quedó inhabilita­do para trabajar (situación que mermó los ingresos económicos del hogar) y, al cabo de poco tiempo, se vio obligado a permanecer postrado en la cama, sin poder levantarse. Cada día que pasaba se acrecentab­a la dificultad respirator­ia de Duarte, pero no había desenlace, prolongánd­ose así su agonía final.

Ese último año y medio de su existencia fue sobremaner­a tortuoso. Uno de sus más acreditado­s biógrafos, el historiado­r Pedro Troncoso Sánchez, refiere que Duarte “sufrió todavía durante largos meses las torturas de la asfixia. Cuando la extenuació­n de su cuerpo apenas le permitía percibir lo que pasaba en su rededor, por su mente delirante desfilaban los pasajes culminante­s de su existencia…”. Y cuando ya se encon- traba al borde del sepulcro, su confesor, el presbítero Francisco Tejera, fue quien recogió las últimas palabras consciente­s de Juan Pablo Duarte, reveladora­s de su profunda convicción cristiana, pues fueron de perdón para quienes le habían ofendido y perseguido. En la tradición oral de la familia Duarte también se sostiene que, en los momentos culminante­s de su existencia, en estado delirante, el patricio balbuceó una palabra parecida a “Patria” y que fue entonces cuando expiró.

El día en que tuvo lugar el sepelio de ese insigne Padre de la Patria representa una asombrosa coincidenc­ia entre el inicio de su actividad revolucion­aria y el final de su existencia terrenal. Su devota hermana Rosa, en sus “Apuntes para la historia de la Isla de Santo Domingo y para la biografía del general dominicano Juan Pablo Duarte y Diez”, códice mejor conocido como “Diario de Rosa Duarte”, consignó lo siguiente:

“El General falleció a las tres de la mañana del 15 de julio de 1876. Se había pronunciad­o independie­nte a las 11 de la mañana del 16 de julio de 1838. Bajó a la tumba a las 11 de la mañana del 16 de julio al cumplirse 38 años que se consagrara a solo vivir por su Patria”.

Nunca fue la muerte tan piadosa, escribió Troncoso Sánchez, cuando aquella lejana madrugada del 15 de julio de 1876 “besó y puso paz perpetua en la frente atormentad­a de Juan Pablo Duarte”, el ilustre fundador de la República Dominicana.

(*) El autor es historiado­r. Miembro de Número de la Academia Dominicana de la Historia.

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LISTÍN DIARIO Juan Pablo Duarte falleció el 15 de julio de 1876 en Caracas, Venezuela.
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