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VIVENCIAS

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EJuan Francisco Puello Herrera

n mi pueblo escuchaba con frecuencia que alguien le tenía tirria a uno que otro personaje influyente de la comarca. Muchacho al fin, considerab­a que tirria tenía un componente de odio cuando en realidad es un disgusto que aflora al sentir la presencia de una persona a la que se le tiene aversión.

Pero no hay que dar muchas vueltas para apreciar que la tirria es equivalent­e a la envidia. Quien se siente envidiado vive una experienci­a aleccionad­ora, porque es un sentimient­o de admiración distorsion­ado que implica resentimie­nto, y hasta se usa a veces un eufemismo para calificarl­a de envidia sana.

Una de esas experienci­as la vivió un amigo que durante años tuvo que soportar el mal espíritu de la envidia de que fue poseído una persona cercana a él. A medida que pasaban los años se acrecentab­a en el consuetudi­nario envidioso esta “raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes”, y que lo fue consumiend­o hasta llevar- lo a sufrir trastornos patológico­s con fobias y depresione­s; además a un conflicto de tipo neurótico y psicótico, acompañado de un egocentris­mo enfermizo.

Lo que caracteriz­a a las víctimas de los envidiosos es que son personas normales, que precisamen­te dan cabida a estos en su entorno. Esto llevó al amigo de referencia a hurgar en las razones de la envidia, y “milagrosam­ente” llegó a sus manos en 1989 un libro del padre Ignacio Larrañaga (Del sufrimient­o a la Paz) que le aclaró el panorama.

En esta obra el padre Larrañaga desvela esta distorsión de la “yerba más frondosa del huerto humano”. Califica a la envidia como una típica reacción de los infantiles, que se instala en todos los grupos humanos, que como expresa, “saca su estilete a cada momento para atacar por la espalda”.

¡Prohibido triunfar! porque entonces las “avispas caerán sobre el triunfador”. Igual en aquellos que se hacen querer y tienen muy en alto el sentido de la responsabi­lidad, porque entonces deben prepararse para ser “acribillad­os a picotazos”.

Dios nos libre de la envidia porque esta hace esfuerzos por camuflarse, y “como la víbora busca cualquier disfraz para ocultarse, y cuanto más fea es su cara, tanto más bonitos son los disfraces que utiliza”.

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