La canícula
Este ha sido el verano más caluroso del que tengamos memoria Emma y yo. Desde que abrimos los ojos en la mañanita hasta que nos retiramos a dormir, la canícula nos persigue, la vida se hace incómoda, sudamos en abundancia, la ropa nos molesta, la sed nos asedia y no encontramos comodidad lejos de un abanico o de un aire acondicionado. El día trascurre con más lentitud, es como si el tiempo se hubiese contagiado y a las horas se les dificultara caminar, agobiadas por el calor.
Debido a la rigurosidad del clima, he decidido refugiarme por las tardes en la habitación que me sirve de estudio, allí me siento confortable con el aire acondicionado funcionando a plena capacidad. Naturalmente he invitado a mi morena cocinera, la que encantada, se pasa un buen rato allí conmigo, viendo su novela favorita en tanto yo escribo en la computadora. Cuando se siente suficientemente fresca, sale del refugio para bañarse y preparar la cena. Esta rutina la hemos practicado todo los días de este mes, hemos abandonado el patio, la sala y las otras dependencias de la casa. La canícula no nos permite hacer una vida normal. Emma ha abandonado también sus recorridos por el vecindario, se siente incapaz de soportar el sol justiciero, aun debajo de una sombrilla. Así que seguiremos en esta guisa hasta que el clima se torne más benigno.