Lo que he encontrado hecho

Dijo Moisés a su pueblo de Israel: … “Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra que juró a tus padres que te había de dar, con ciudades grandes y ricas que tú no has construido, casas rebosantes de riquezas que tú no has llenado, pozos ya excavados que tú no has excavado, viñas y olivares que tú no has plantado, comerás hasta hartarte. Pero, cuidado: no olvides el Señor que te sacó de Egipto, de la esclavitud.” Al leer este pasaje que es parte de un mensaje hermoso de Moisés a su pueblo, mi mente reconoció cuánto he disfrutado de ciudades que no he construido, de riquezas que no he proporcionado, de cosechas que no he sembrado, de miles de cosas que he encontrado hechas, las cuales me he tomado como regalos, y que por fortuna recibo sin siquiera proponérmelo. Es absurdo investigar a quién le debemos el privilegio de inventos modernos que usamos hoy, como es el lujo de la comunicación a distancia por ejemplo. Puedo hablar con mi hija en Carolina del Sur, e inclusive verla mientras conversamos, como la cosa más natural del mundo, y también, puedo extasiarme en la inmensidad del océano sin entender su infinito. Puedo trasladarme de aquí a cualquier lugar del mundo en cuestión de horas en un avión, y más allá observar incrédula como el Atlántico y el Pacífico se juntan en determinado punto, pero no entrelazan sus aguas. Puedo tener tantas cosas sin haber sido responsable de su existencia, y al mismo tiempo disfrutar tantas maravillas realizadas solo por la mano de Dios. Con todas las cosas que encuentro a diario, resultaría ingrata la intención de sentir tristeza, por el contrario, se impone la humildad de agradecer la fortuna de disfrutar lo que he encontrado hecho, porque Él lo ha planeado para mí.