Satisfacción y gran orgullo
No puedo ocultar que me siento una madre muy orgullosa. Nadie tiene al hijo perfecto, pero los padres sí podemos contribuir a que cada día ellos experimenten un gran crecimiento en todo el sentido de la palabra. Poniendo confianza en ellos, dándoles el espaldarazo cuando se sienten abatidos, ayudándoles a reconocer sus errores y a aprender de ellos, y dispensándoles el amor y apoyo que necesitan para lograr sus metas podemos sacar el mayor potencial de nuestros jóvenes. Para vivir ese momento de gloria que nos proporcionan cuando alcanzan algún mérito, me fui con mi hija Dalia a una ciudad fabulosa donde juntas vivimos uno de los momentos más importantes de nuestras vidas. El viaje lo emprendimos porque ella fue escogida embajadora de ‘The National Society of High School Scholars (NSHSS)’, una reconocida academia intenacional que acoge a los estudiantes de excelencia del bachillerato. La alegría no podía ser mayor. Juntas nos fuimos a Washington, donde habría de ser condecorada como tal. Previo a la actividad, fue recibida por el embajador dominicano en esa ciudad, el señor José Tomás Pérez, quien con el don de gente que lo caracteriza, la estimuló a seguir hacia adelante, y a continuar poniendo en alto el nombre de República Dominicana. Al día siguiente la magia continuaba. Ver su liderazgo entre jóvenes de todo el mundo, me invitaba a algo que sé hacer muy bien: llorar de emoción. El sábado llegó cargado de grandes expectativas, las que fueron superadas cuando la vi subir a recibir sus honores por ser embajadora de los estudiantes meritorios de Estados Unidos. No cabía dentro de mí. Una fuerza mayor se apoderaba del sosiego que quería mostrar. Verla con su medalla y sus tres listones era algo que no podía asimilar. Solo ella los exhibía. Su humildad y su comportamiento como que nada estaba pasando fueron los que me devolvieron a una realidad que aún me hace sentir como en una ciudad fabulosa. ¡Felicidades, mi hija adorada!