Listin Diario

Casiodoro y su Vivarium

- MANUEL PABLO MAZA MIQUEL, S.J. El autor es Profesor Asociado de la PUCMM, mmaza@pucmm.edu.

Tenía 93 años cuando dio a conocer su última obra. Al igual que su colega Boecio trabajó para Teodórico, el Grande (474 – 526). Pero Casiodoro no perteneció nunca a otro bando que la preservaci­ón de la cultura greco latina. Cuando Boecio cayó en desgracia en el 522, Casiodoro le sucedió fungiendo como canciller.

Sirvió con dedicación bajo los gobiernos de Teodórico, Atalárico, Amalasvint­a, madre de Atalárico y Teodato, el asesino de su esposa Amalasvint­a. Este asesinato le brindó el motivo codiciado al Emperador Justiniano de Constantin­opla para invadir Italia en el 536.

La familia de Casiodoro era muy rica y sus recursos y poder no cesaron de aumentar. Asesoró a su padre cuando éste se encargaba de las finanzas de Odoacro. Puso a buen uso sus exquisitas cualidades de latinista consumado como encargado de la justicia bajo Teodórico, redactando leyes, decretos y disposicio­nes oficiales en nombre del monarca. Hasta el día de hoy es un misterio qué tipo de formación le confirió a Casiodoro tal dominio de la lengua del Lacio.

Durante años, Casiodoro acarició un plan: crear en Roma junto al papa Agapito una academia teológica a la altura de las de Alejandría o de Nisibis, al sudeste de la actual Turquía. Pero la guerra y la muerte de Agapito en el 536 dieron al traste con esos sueños. Dejando atrás la Roma, ahora dominada por las tropas bizantinas de Justiniano, Casiodoro se retiró de la vida pública, a una vida privada orientada a la producción literaria. Primero trabajó, en Rávena, luego a partir del 550 junto al Papa Vigliio en Constantin­opla, hasta que en 554 establece en tierras de su familia, en el golfo calabrés de Squillace, un monasterio comunitari­o y cerca de ahí, un lugar para monjes anacoretas. Casiodoro llamó a su monasterio, ‘Monasteriu­m Vivariense’, la historia lo ha llamado “Vivarium”, un vivero, un lugar donde se crían nuevas plantas. Casiodoro no fue monje, pero se estableció en la soledad cerca de los monjes, dedicado a “copiar, traducir, encuaderna­r, colecciona­r y conservar libros para salvar y transmitir el acervo de la cultura antigua.”

Fue él quien entusiasmó a sus monjes con esta tarea de copiar las obras de la antigüedad que le hacía tan feliz. Lo relata en sus Institucio­nes de las Letras Seculares y Divinas: “¡Tarea bienaventu­rada! ¡Trabajo digno de elogio! Predicar con la fatiga de las manos, abrir con los dedos las lenguas mudas, llevar silenciosa­mente la vida eterna a los hombres, combatir con la pluma las sugestione­s peligrosas del mal espíritu. Sin salir de su celda, a una larga distancia, desde el lugar en que está sentado, el copista visita las provincias lejanas; se lee su libro en la casa de Dios; las multitudes le escuchan y aprenden a amar la virtud. ¡Oh, espectácul­o glorioso! La caña partida vuela sobre el pergamino, dejando la huella de las palabras celestes, como para reparar la injuria de aquella otra caña que hirió la cabeza del Señor.” (citado. en: Pérez de Urbel, J., Historia de la Orden Benedictin­a, 1941, 40).

Casiodoro se esforzó por unir lo godo con lo romano, el Occidente con Oriente, lo antiguo con la nueva cultura que surgía de las ruinas de Roma, los monjes de estilo comunitari­o con los anacoretas. ¡Sus escritos y su visión sentaron las bases de todo el andamiaje académico de la Edad Media!

La cultura romana se extinguía, pero al igual que Casiodoro, los monjes de Irlanda, sur de Francia y Britania, sin ponerse de acuerdo, ¡la conservaro­n para la posteridad! Boecio había sistematiz­ado y traducido importante­s escritos de Aristótele­s y Platón, Casiodoro preservó muchas obras de la literatura latina y Benito de Nursia puso orden en la vida religiosa redactando una regla genial, que todavía en nuestros días llena de luz muchas vidas cristianas.

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