“La peste de estos días” desde el Teatro Guloya
La respuesta actoral se revela eficaz tanto en el ritmo como en su forma de desplegar la imagen de cada personaje.
Dentro de una cartelera escénica que ofrece nuestra urbe isleña, la comedia sigue siendo hasta ahora la elección más atractiva para un espectador ávido de escapar de los problemas. Se pudo comprobar con “La peste de estos días”, de Ángelo Valenzuela, bajo la dirección de Claudio Rivera.
En este sentido, las comedias dominicanas hechas por el Teatro Guloya sin duda son lo que mejor han sabido combinar el pasatiempo con la crítica corrosiva, decantando sus célebres habilidades en dos direcciones per- fectamente identificables: el “gag” visual y el absurdo verbal caribeño.
La historia es sencilla: un día, un tal don Moisés decide ir al hospital por una mínima importancia (un dolor de estómago), pero todo se complicará, convirtiéndose para él y su esposa en una terrible pesadilla real.
Al director le gusta jugar con los contrasentidos, dando lugar a una serie de cuadros como las visitas al desquiciado doctor, la denuncia del sistema de salud pública en los hospitales y en la búsqueda de esa falsa religiosidad de falsos profetas con piel de lobos, haciéndose pasar por ovejas, que constituyen descomunales chistes independientemente considerados, y que puestos uno detrás de otro, van dando forma a las relaciones afectivas de don Moisés: con su dolor de estómago, su hospitalización, su falta de medicina, su angustiada esposa buscando dinero para su tratamiento, con la fe puesta en un Dios silencioso y con el fatídico desenlace final.
Lo que sí se observa en la puesta en escena es un poco de cuidado en la dosificación del “tempo”, en el abuso de ciertos recursos teatrales, en una musicalización muy identificable (o poco original), y en la sucesión de las escenas que encadenan esta historia. Asimismo, la dirección rompe a menudo la acción para relacionarse con el público presente, así como para hacernos cómplices o testigos, a nosotros espectadores, según cuáles sean sus conveniencias de turno.
La respuesta actoral se reveló eficaz en la intención de plasmar la crueldad del texto y ensamblada tanto en ritmo como en su forma de desplegar la imagen de cada personaje, apoyada con máscaras como elemento de transmisión de emociones, creadas por Miguel Ramírez, quien ayudó a resaltar el carácter de cada personaje. En tal sentido, el desempeño dado por Natividad Mirabal, Jozze Antonio Sánchez, Jabnell Calizan, Viena González, Paloma Concepción, Noel Ventura y Claudio Rivera fue muy adecuado.