Pablo Neruda, Premio Nobel de Literatura
el presidente González Videla. A caballo, por las montañas heladas, junto a cuatro baqueanos expertos, atraviesa parajes que describió como “…de poderosos árboles, imposibles ríos, roqueríos inmensos y desoladas nieves…”. Tras varias jornadas extenuantes, afirmó, llegaron a “… una esmerada pradera acurrucada en el regazo de las montañas: agua clara, prado verde, flores silvestres, rumor de ríos y el cielo azul arriba”. Fue allí, en ese sitio en cuyo centro descansaba la calavera de un buey, donde presenció la ceremonia de gratitud de aquellos sobrevivientes a las fuerzas profundas de la naturaleza:
Mis compañeros se acercaron uno por uno, para dejar algunas monedas y algunos alimentos en los agujeros del hueso. Me uní a ellos en aquella ofrenda destinada a toscos Ulises extraviados, a fugitivos de todas las raleas que encontrarían pan y auxilio en las órbitas del toro muerto… Mis rústicos amigos se despojaron de los sombreros e iniciaron una extraña danza, saltando sobre un solo pie alrededor de la calavera abandonada, repasando la huella circular dejada por los bailes de tantos otros que por allí cruzaron antes. Comprendí entonces de una manera imprecisa, al lado de mis impenetrables compañeros, que existía una comunicación de desconocido a desconocido, que había una solicitud, una petición y una respuesta, aún en las más lejanas y apartadas soledades de este mundo.
Puedo imaginar los esfuerzos de los traductores suecos para llevar a los oídos reales y del resto de los invitados a aquella noche inolvidable, un discurso rebelde, donde no se agradecía la distinción recibida, ni se alababa a la corte por su homenaje anual a los más destacados científicos y creadores literarios del mundo. Imagino la dificultad y el estupor para poder llevar a los presentes aquel mensaje de solidaridad en el infortunio, y de calor humano entre los desvalidos que reverencian a la naturaleza, y le agradecen el haberles conservado la vida en un trance mortal, y que sin conocerlos, socorren a otros desvalidos dejándoles ofrendad de dinero y alimentos entre los huesos de un buey.
Ante la ruda grandeza de aquel acto de reafirmación humana, es que Pablo Neruda pudo expresar:
Yo no aprendí en los libros ninguna receta para la composición de un poema; y no dejaré impreso, a mi vez, ni siquiera un consejo, modo o estilo para que los nuevos poetas reciban de mí alguna gota de supuesta sabiduría… (De aquel viaje) surge una enseñanza que el poeta debe aprender de los demás hombres: no hay soledad inexpugnable… Nuestras estrellas primordiales son la lucha y la esperanza. ¡Cuánta razón! MIEMBRO TITULAR JCE ATENEO DOMINICANO