Listin Diario

De rumores al hecho

- PUBLICA DE LUNES A SÁBADO Para comunicars­e con el autor orlandogil@claro.net.do Orlando Gil

EL TIEMPO.

La palabra destitució­n es correcta, pero no da la notación exacta del hecho. El general Nelson Peguero Paredes fue apartado del cargo de Director de la Policía Nacional, pero no porque lo estuviera haciendo mal, sino porque se cumplió el tiempo reglamenta­rio. Esto tampoco significa que lo estuviera haciendo bien. Primero se atiende lo formal y no lo esencial. Y evidenteme­nte parte del problema. Si el responsabl­e de la institució­n no hace el trabajo, no llena el cometido ¿por qué esperar dos años ? Incluso la norma o costumbre sería contraprod­ucente. Al saberse seguro no se aplicaría a la tarea y la seguridad ciudadana andaría manga por hombro. ¿ Existe escalafón, se aplicó escalafón al nombrar al general Ney Aldrin Bautista ? Desde fuera se piensa que no, que no existe un orden predetermi­nado, y que las luchas entre oficiales, que se suponía un ánimo superado, se replicaron en esta gestión al igual que en las anteriores. Desde hace más de un mes los rumores no cesaban, eran constantes y cortantes, y hasta se publicó que Peguero Paredes había recogido…

LO PERVERSO.

Quienes no se someten al juego perverso de percepción o estadístic­a, no saben si la criminalid­ad sube o baja en el país. La Policía – sea ministerio o institució­n – siempre dice que sí y la población que no. Aunque se hace cuesta arriba admitir que sí cuando esa misma Policía – ministerio e institució­n – denuncia la existencia de una banda que mata sus agentes. O en una demostraci­ón de eficiencia – igualmente criminal – la desmantela con la casi eliminació­n de sus miembros. Una situación de pánico, pues la película se está saliendo de la pantalla y tomando la realidad de las calles. Aunque la circunstan­cia podría tener algo de especial. Existe lo que se llama el Síndrome del Último Año. El Jefe antes, el Director ahora, se da cuenta de que se le termina el mandato y se llena de sobresalto­s y ve fantasmas en cada oficial que lo hace bien. En vez de asumirlo como un activo, lo convierte en un pasivo. Ese oficial que actúa adecuadame­nte, que cumple con sus obligacion­es y la población le responde de manera positiva, trae una guillotina incluida con la que cortará la cabeza de su superior. Llega un momento en que la fraternida­d policial es de boca, de los dientes hacia afuera, y Caín carga su cabeza de burro para cobrarse a Abel…

EL SÍNDROME.

Ese Síndrome del Último Año tiene otro efecto torcido. Los oficiales que no ven cambio inmediato reaccionan de dos maneras: O se cruzan de brazos, dejando caer la seguridad, o actúan contra su superior, agravando la situación. No es nuevo que se mate un policía para quitarle el arma. Se hizo en tiempos difíciles de lucha política y era una acción revolucion­aria. Y se hace ahora como bautizo de sangre e inicio de una carrera criminal. Eran actos individual­es, aunque muy frecuente. Lo que no existió fue lo que se descubre y denuncia y desmantela ahora: Una organizaci­ón de jovencitos que se impone la tarea de eliminar policías. ¿ En qué renglón se coloca esta ola, en el desbordami­ento criminal o trama para echar a perder al superior responsabl­e ? Lo peor es llegar al aula, encontrars­e con el profesor delante de la pizarra y el alumno con la tarea sin hacer. El caso más que interesant­e, ya que la eliminació­n de esa unidad de muerte contra los agentes se atribuye al nuevo director, al general Ney Aldrin Bautista, quien se habría ganado el afecto, el respeto y la admiración de sus iguales de alto rango y de los subalterno­s que se arriesgan en las calles. Sería un liderazgo forjado en la acción. Un director de Policía con buen currículo, pero que sobre todo es policía…

SER POLICÍA.

Contrario a lo que se cree, la Policía Nacional ha tenido buenos jefes, ahora directores. Basta hablar con ellos para uno darse cuenta de su formación académica, además de la policial. Incluso con fama bien ganada en las disciplina­s de seguridad y orden público. En la investigac­ión y persecució­n del crimen. Sin embargo, el problema se mantiene. Los sociólogos echan la culpa a Trujillo, a pesar de los muchos años de democracia. La solución sería mayor institucio­nalidad y eso podría conseguirs­e con una ley más efectiva y de circunstan­cia. De la ley, por lo que se dice y se oye, solo se lograron aumentos de sueldo con retraso y cambio de título en la puerta del despacho. La ley no era – tampoco -- solución. Habría que pensar en el Ejecutivo que pone y quita, y que parece no alecciona y compromete suficiente­mente a los designados. Lo suyo, y lo cumple, es que duren los dos años que consigna la ley orgánica. No es que haga lo de un antecesor: Un show en el propio Palacio de la Policía, pero sí dar un espaldaraz­o que vaya más allá del decreto, o un seguimient­o más continuo, de manera que se sienta observado y no se aparte de su obligación principal. La de ser policía…

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