De rumores al hecho
EL TIEMPO.
La palabra destitución es correcta, pero no da la notación exacta del hecho. El general Nelson Peguero Paredes fue apartado del cargo de Director de la Policía Nacional, pero no porque lo estuviera haciendo mal, sino porque se cumplió el tiempo reglamentario. Esto tampoco significa que lo estuviera haciendo bien. Primero se atiende lo formal y no lo esencial. Y evidentemente parte del problema. Si el responsable de la institución no hace el trabajo, no llena el cometido ¿por qué esperar dos años ? Incluso la norma o costumbre sería contraproducente. Al saberse seguro no se aplicaría a la tarea y la seguridad ciudadana andaría manga por hombro. ¿ Existe escalafón, se aplicó escalafón al nombrar al general Ney Aldrin Bautista ? Desde fuera se piensa que no, que no existe un orden predeterminado, y que las luchas entre oficiales, que se suponía un ánimo superado, se replicaron en esta gestión al igual que en las anteriores. Desde hace más de un mes los rumores no cesaban, eran constantes y cortantes, y hasta se publicó que Peguero Paredes había recogido…
LO PERVERSO.
Quienes no se someten al juego perverso de percepción o estadística, no saben si la criminalidad sube o baja en el país. La Policía – sea ministerio o institución – siempre dice que sí y la población que no. Aunque se hace cuesta arriba admitir que sí cuando esa misma Policía – ministerio e institución – denuncia la existencia de una banda que mata sus agentes. O en una demostración de eficiencia – igualmente criminal – la desmantela con la casi eliminación de sus miembros. Una situación de pánico, pues la película se está saliendo de la pantalla y tomando la realidad de las calles. Aunque la circunstancia podría tener algo de especial. Existe lo que se llama el Síndrome del Último Año. El Jefe antes, el Director ahora, se da cuenta de que se le termina el mandato y se llena de sobresaltos y ve fantasmas en cada oficial que lo hace bien. En vez de asumirlo como un activo, lo convierte en un pasivo. Ese oficial que actúa adecuadamente, que cumple con sus obligaciones y la población le responde de manera positiva, trae una guillotina incluida con la que cortará la cabeza de su superior. Llega un momento en que la fraternidad policial es de boca, de los dientes hacia afuera, y Caín carga su cabeza de burro para cobrarse a Abel…
EL SÍNDROME.
Ese Síndrome del Último Año tiene otro efecto torcido. Los oficiales que no ven cambio inmediato reaccionan de dos maneras: O se cruzan de brazos, dejando caer la seguridad, o actúan contra su superior, agravando la situación. No es nuevo que se mate un policía para quitarle el arma. Se hizo en tiempos difíciles de lucha política y era una acción revolucionaria. Y se hace ahora como bautizo de sangre e inicio de una carrera criminal. Eran actos individuales, aunque muy frecuente. Lo que no existió fue lo que se descubre y denuncia y desmantela ahora: Una organización de jovencitos que se impone la tarea de eliminar policías. ¿ En qué renglón se coloca esta ola, en el desbordamiento criminal o trama para echar a perder al superior responsable ? Lo peor es llegar al aula, encontrarse con el profesor delante de la pizarra y el alumno con la tarea sin hacer. El caso más que interesante, ya que la eliminación de esa unidad de muerte contra los agentes se atribuye al nuevo director, al general Ney Aldrin Bautista, quien se habría ganado el afecto, el respeto y la admiración de sus iguales de alto rango y de los subalternos que se arriesgan en las calles. Sería un liderazgo forjado en la acción. Un director de Policía con buen currículo, pero que sobre todo es policía…
SER POLICÍA.
Contrario a lo que se cree, la Policía Nacional ha tenido buenos jefes, ahora directores. Basta hablar con ellos para uno darse cuenta de su formación académica, además de la policial. Incluso con fama bien ganada en las disciplinas de seguridad y orden público. En la investigación y persecución del crimen. Sin embargo, el problema se mantiene. Los sociólogos echan la culpa a Trujillo, a pesar de los muchos años de democracia. La solución sería mayor institucionalidad y eso podría conseguirse con una ley más efectiva y de circunstancia. De la ley, por lo que se dice y se oye, solo se lograron aumentos de sueldo con retraso y cambio de título en la puerta del despacho. La ley no era – tampoco -- solución. Habría que pensar en el Ejecutivo que pone y quita, y que parece no alecciona y compromete suficientemente a los designados. Lo suyo, y lo cumple, es que duren los dos años que consigna la ley orgánica. No es que haga lo de un antecesor: Un show en el propio Palacio de la Policía, pero sí dar un espaldarazo que vaya más allá del decreto, o un seguimiento más continuo, de manera que se sienta observado y no se aparte de su obligación principal. La de ser policía…