La búsqueda del formativo cultural
En antropología, y muy especialmente en los trabajos de interpretación arqueológica, el término “formativo” tiene una significación especial: trata del agrupamiento de signos inteligibles en una excavación que pueden interpretarse como el inicio de una cultura.
Generalmente, autores como Betty J. Meggers, Clifford Evans y John Ford, de Smithsonian Institution se refieren con tal designación a los elementos que definen el tránsito de una sociedad a un esquema social nuevo, como sería el paso de familias recolectoras al modo de la vida agrícola, un proceso evolutivo que, dada su riqueza productiva culmina en la elaboración y manufactura controlada y en la acumulación de productos que determinan los ricos y crecientes modos de vida del período neolítico. Tal aceptación fue usada por varios autores latinoamericanos que han laborado en lo que se ha llamado Arqueología Social.
Razones similares, me parece que pueden aplicarse cuando tomamos en cuenta un periodo histórico en el cual, fundiéndose valores de raíces varias, culminan en una personalidad que se diferencia, “por su formación”, de las que, siendo originarias, por ejemplo, dan forma a su modelo cultural, usando diversas valoraciones compatibles, pero no iguales, a las de grupos sociales paralelos pero con visión diferente de la actividad productiva, política o religiosa.
De este modo el formativo puede verse como la raíz formal de lo futuro. Como el conjunto de hechos, valores, conveniencias familiares que asumen una hibridación, cuando la hay, y que fundan una concepción basada en experiencias tanto suyas como ajenas. El “Formativo” arqueológico, como concepto, podría ser parte del sociológico, y es lo que en algunos aspectos pretendemos los que hemos llamado al estudio histórico interpretativo “arqueología social”.
Por lo tanto vale señalar que en la arqueología que busca más allá del documento escrito y cuyos modelos se complementan con otras ciencias, existe un núcleo de vida cotidiana que permite la identificación de quehaceres y pensamientos para poder enhebrar una ilación de “modos” que explican el pensamiento, las razones sociales y las decisiones grupales. Vistas de modo capaz de interpretar sus hechos, estas formas sociales, algunas erróneamente advertidas sólo como folclore y curiosidades sociales, aportan un sustrato vital que tiene raíces no tocadas por el cientificismo que deja fuera de su análisis el hecho social considerado muchas veces como de “poca monta”, vitalizando así el refrán castizo, de que solo aquello que se realza o que es tan diferente que puede notarse “a simple vista” puede aportar algo al análisis global de la realidad escogida.
Algún día desarrollaré mi tesis, mis creencias, sobre “lo formativo”, pero debo aclarar primero ejemplos convincentes de lo que ya he comenzado a pergeñar en mi libro titulado “Historia de la cultura dominicana” cuya segunda edición habrá de circular dentro de poco, y en donde hago énfasis sobre lo que llamo, precisamente “períodos formativos”. De todos modos, el prólogo escrito y mejorado por el Lic. y académico José Chez Checo, hace un análisis profundo de lo que propongo, por lo que lo considero un transparente para reconocer lo que he llamado, esta vez para el estudio histórico, “formativo”.