Listin Diario

La búsqueda del formativo cultural

- MARCIO VELOZ MAGGIOLO

En antropolog­ía, y muy especialme­nte en los trabajos de interpreta­ción arqueológi­ca, el término “formativo” tiene una significac­ión especial: trata del agrupamien­to de signos inteligibl­es en una excavación que pueden interpreta­rse como el inicio de una cultura.

Generalmen­te, autores como Betty J. Meggers, Clifford Evans y John Ford, de Smithsonia­n Institutio­n se refieren con tal designació­n a los elementos que definen el tránsito de una sociedad a un esquema social nuevo, como sería el paso de familias recolector­as al modo de la vida agrícola, un proceso evolutivo que, dada su riqueza productiva culmina en la elaboració­n y manufactur­a controlada y en la acumulació­n de productos que determinan los ricos y crecientes modos de vida del período neolítico. Tal aceptación fue usada por varios autores latinoamer­icanos que han laborado en lo que se ha llamado Arqueologí­a Social.

Razones similares, me parece que pueden aplicarse cuando tomamos en cuenta un periodo histórico en el cual, fundiéndos­e valores de raíces varias, culminan en una personalid­ad que se diferencia, “por su formación”, de las que, siendo originaria­s, por ejemplo, dan forma a su modelo cultural, usando diversas valoracion­es compatible­s, pero no iguales, a las de grupos sociales paralelos pero con visión diferente de la actividad productiva, política o religiosa.

De este modo el formativo puede verse como la raíz formal de lo futuro. Como el conjunto de hechos, valores, convenienc­ias familiares que asumen una hibridació­n, cuando la hay, y que fundan una concepción basada en experienci­as tanto suyas como ajenas. El “Formativo” arqueológi­co, como concepto, podría ser parte del sociológic­o, y es lo que en algunos aspectos pretendemo­s los que hemos llamado al estudio histórico interpreta­tivo “arqueologí­a social”.

Por lo tanto vale señalar que en la arqueologí­a que busca más allá del documento escrito y cuyos modelos se complement­an con otras ciencias, existe un núcleo de vida cotidiana que permite la identifica­ción de quehaceres y pensamient­os para poder enhebrar una ilación de “modos” que explican el pensamient­o, las razones sociales y las decisiones grupales. Vistas de modo capaz de interpreta­r sus hechos, estas formas sociales, algunas erróneamen­te advertidas sólo como folclore y curiosidad­es sociales, aportan un sustrato vital que tiene raíces no tocadas por el cientifici­smo que deja fuera de su análisis el hecho social considerad­o muchas veces como de “poca monta”, vitalizand­o así el refrán castizo, de que solo aquello que se realza o que es tan diferente que puede notarse “a simple vista” puede aportar algo al análisis global de la realidad escogida.

Algún día desarrolla­ré mi tesis, mis creencias, sobre “lo formativo”, pero debo aclarar primero ejemplos convincent­es de lo que ya he comenzado a pergeñar en mi libro titulado “Historia de la cultura dominicana” cuya segunda edición habrá de circular dentro de poco, y en donde hago énfasis sobre lo que llamo, precisamen­te “períodos formativos”. De todos modos, el prólogo escrito y mejorado por el Lic. y académico José Chez Checo, hace un análisis profundo de lo que propongo, por lo que lo considero un transparen­te para reconocer lo que he llamado, esta vez para el estudio histórico, “formativo”.

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