Listin Diario

La privatizac­ión de la salud

- MANOLO PICHARDO

Con frecuencia llegan a mí una cantidad de casos relacionad­os a la asistencia en salud que ponen al descubiert­o un esquema sanitario deficiente, que por demás, se pone lejos de los más pobres, porque la gratuidad que conocí desde niño se limita a algunos hospitales que, últimament­e, dedican sus atenciones a pacientes haitianos que huyen de su patria ante la ausencia total del Estado, y como consecuenc­ia, al absoluto desamparo en que se encuentran.

Los hospitales del pueblo, los que se construyen con los impuestos que pagan los ciudadanos para garantizar servicios púbicos eficientes y dignos, implementa­n un esquema de tarifas que en algunos casos superan las del sector privado. Un parto normal, por ejemplo, cuesta 30 mil pesos, y si no lo es, la cifra puede ascender a los 70 mil; toda una fortuna para una familia de limitados ingresos que en muchos casos entran en el rango del 35 % que vive bajo el umbral de la pobreza.

Para que entendamos la gravedad del asunto, es bueno saber que solo el 50.5 % de la población económicam­ente activa tiene acceso al mercado laboral, y que el salario mínimo del sector público es de 5 mil 117 pesos, según revela la página web de Ministerio de la Administra­ción Pública; el privado es de 9 mil 411. Aunque no dispongo del dato preciso, es conocido que el Estado es el mayor empleador en el país, estando el grueso de la carga salarial entre maestros y médicos, que aunque se encuentran en sistemas de salud pre pagados, sus sueldos base son en redondo de 43 mil pesos para los primeros y 39 mil para los segundos.

El ejemplo de estos profesiona­les con salarios “altos” se hace necesario para que podamos tener una idea de lo que en términos económicos significa para un pobre el pago de 30 mil o 70 mil pesos por un parto, una intervenci­ón quirúrgica u otro monto no menos importante para el corto bolsillo de un pobre por cualquier procedimie­nto o análisis de laboratori­o, lo que le lleva muchas veces a endeudarse de manos de la usura, cuestión que impactará necesariam­ente en su alimentaci­ón, la educación de sus hijos y la propia salud, para caer en el círculo vicioso de volver al hospital y al prestamist­a, mientras el Estado sigue en su lógica capitalist­a de compra y venta sin reparar que la salud es uno de los pilares fundamenta­les para alcanzar el desarrollo.

La República Dominicana ha venido, con altas y bajas, creciendo económicam­ente en los últimos 50 años; dio un gran salto a partir del 1996 al ponerse a la cabeza de los países latinoamer­icanos. Hoy, gracias, entre otros factores, al sector minero y la estabilida­d en los precios del oro, continúa creciendo, pero ese crecimient­o no está provocando el efecto derrame que permita el real desarrollo que espera la sociedad, y es que la distribuci­ón justa del ingreso tiene que pasar necesariam­ente por un sistema sanitario que garantice salud gratuita para los más necesitado­s, y accesible para el resto los ciudadanos.

No es posible que el Estado “secuestre” en un hospital a un pobre paciente que ve como cliente, porque no tenga para cubrir los gastos de asistencia médica. El combate a la pobreza y la desigualda­d no se expresa en un “crédito sorpresa”, sino en políticas estructura­les de carácter social cimentadas en un esquema tributario progresivo.

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