UNA CARNICERÍA BRUTAL
Una criatura triturada en su propia placenta y una madre que muere de golpes contundentes en el cráneo, conforman el triste y trágico epilogo de la vida de Emely Peguero, la joven de 16 años que se ha convertido en una mártir de la violencia contra la mujer.
Su novio y a la vez padre de la criatura resultó ser el monstruo asesino de este drama que ha llenado de angustia y dolor a la sociedad dominicana, que todavía no encuentra razonables explicaciones a lo ocurrido. Victimario y víctima sostenían una relación amorosa de tres años, con la aquiescencia de sus familias. En ese contexto, Emely Peguero, como otras tantas jóvenes dominicanas, salió embarazada, lo que finalmente se convirtió en su pecado mortal. Porque el novio no quería que se completara la gestación. Empujado por los más bajos instintos que acompañan al que promueve un aborto, que en esencia es un homicidio, la llevó a la piedra del sacrificio.
Si deleznable fue su celada abortista, igual resultó el maquiavélico montaje que hizo para ocultar, bajo, una montaña de mentiras y argucias, el feroz crimen que había perpetrado, en ánimo de confundir y engañar a la familia de la novia, a las autoridades, a toda la sociedad. Desde que maquinó el ocultamiento del cadáver y de las pruebas incriminatorias, tanto la familia de la víctima como la justicia y la opinión pública quedaron sumidas en la incertidumbre y la angustia.
Después de nueve días de misterio sobre la desaparición, el cadáver de la niña Emely Peguero fue hallado en una finca de Moca, enfundado y en posición fetal dentro de una maleta.
El país ha llorado este suceso y ha reflexionado sobre el preocupante fenómeno que implica ser una de las naciones con más alta tasa de embarazos entre adolescentes y, a la vez, de abortos y de feminicidios. Este trágico suceso deja muchas lecciones. Una de ellas es que se hace imperativo fortalecer y masificar una campaña de concienciación entre los jóvenes para que retrasen las relaciones sexuales precoces y para que reciban una mayor educación sexual, desde la familia hasta la escuela.
El corolario de esta historia es que, para concretizar esa aspiración, se necesita rescatar valores esenciales como el respeto a la vida, a la mujer, a los padres y maestros, y a las más sanas conductas y costumbres de vida, hoy devaluados al máximo.