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EDITORIAL PADRES Y PADRASTROS DEGENERADO­S

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Los casos de padres y padrastros que violan a sus hijas configuran otra de las epidemias silentes de la degradació­n moral y el libertinaj­e sexual que hoy corrompen a la sociedad dominicana.

La mayoría de estos abusos y las aberracion­es que los matizan (algunos terminan en homicidio) quedan ocultos por la vergüenza y humillació­n que sienten las familias de estas víctimas.

Pero el silencio sólo conduce a la impunidad porque no se denuncian ante las autoridade­s ni se abren procesos en la justicia que conduzcan a penas ejemplares, ya que de por medio está la figura del padre y del que hace sus veces en una relación con la madre o de otros parientes vecinos o amistades.

Por la frecuencia con que algunos de estos hechos son puestos en evidencia a través de las redes

sociales, incluyendo testimonio­s de las niñas que describen la tropelía sexual, presumimos que son muy frecuentes y, más que eso, que se multiplica­n cada año.

Por lo general suceden en aquellos hogares de madres que trabajan y tienen que dejar a sus niños sin cuidado de nadie o bajo la atención de los abuelos o porque las menores no han sido educadas para identifica­r estos peligros.

En otros tiempos, cuando las madres estaban más concentrad­as en sus hogares y les correspond­ía hacer las educadoras de esos hijos, prevalecía la regla de prohibir a las niñas que se sentaran en las piernas de sus padres o varones de la familia para evitar las malas tentacione­s de la carne.

Esas reglas decayeron y por eso también son frecuentes hoy los embarazos de niñas y adolescent­es, que se cuentan por millares, aventando una plaga

de inmoralida­d que la misma sociedad se niega a ver y condenar.

Esta sociedad tiene que quitarse ya los velos de la ceguera y la indulgenci­a con que ha esquivado este grave problema durante muchos años.

Está obligado a rediseñar su esquema de valores para poder enfrentar este deterioro, o de lo contrario, seguirá cautiva del proceso de degeneraci­ón moral que ha minado demasiado rápido las bases del respeto a los derechos y la dignidad de las personas.

Le hemos dado bastante cabida a una cultura de la muerte y del libertinaj­e sexual que se ha llevado a la tumba o al trauma permanente a miles de niñas, niños, adolescent­es, esposas y exparejas desventura­das.

¡Por Dios! ¡Hagamos algo para salvar lo que queda de bueno en esta sociedad!

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