Leyes y nuevo orden
Entre los puntos que no se tiene consenso en la Ley de Partidos se menciona la cuota de la mujer. Y uno se pregunta de qué le va, y de seguro no logrará respuesta inmediata. ¿En qué afecta a un partido que sus candidatos -- postulados o electos– sean del género femenino o masculino? Debiera importar la cantidad de alcaldes, senadores y diputados, y no si los adornos de la cuna fueron azules o rosados. Nunca me gustaron los porcentajes, y menos forzados u obligados. Pero sí se asume la modalidad, y se reconoce como derecho, debe hacerse consecuente. No puede mantenerse la actual situación, pues ¿a qué otra ley? Se supone que la Ley de Partidos conjuntamente con la Electoral deben propender a un nuevo orden, y ese orden en todos los sentidos. Sentido de hombre, sentido de mujer. El panorama, sin embargo, no luce auspicioso. Tampoco democrático y de igualdad. ¿Cuántas mujeres forman parte de la comisión bicameral? Solo dos, y diputadas. No es cuestión de rango, pero al diputado siempre se le trata como diputado, y el senador se cree con mayor señorío. Cámara alta, cámara baja…
Entre los aspectos a tener en cuenta en el actual proceso de discusión de la Ley de Partidos, uno es la falta de debate entre mujeres. No puede decirse que estas asumen su causa y postulan a favor de su género con el ardor y la militancia que la circunstancia demanda. Como siempre, confían en la condescendencia y generosidad de los hombres, aun cuando denuncian su codicia política, su machismo a ultranza. No ven la realidad, y esta le baila en la cara. ¿Por qué en la comisión de diputados que replica la de senadores y se convierte en bicameral figuran dos mujeres, dos diputadas? La selección la hizo una mujer, a la sazón presidenta de la cámara baja. Lucía Medina. Como el Senado lo dirige un hombre, Reinaldo Pared, y aunque haya mujeres, los nombrados pertenecen al género masculino. Lo que se imponía era que las féminas del Congreso Nacional, y todavía mejor las que actúan dentro de los partidos, discutieran entre sí el asunto, dieran seguimiento a los consensos y presionaran para que estos les fueran favorables. Nada de esto se hizo, y de hacerlo, solo lo saben ellas. No se conocen las intervenciones de Miriam Cabral y Karen Ricardo en foros, o en medios de prensa, o en el interior del partido, para que se mejore la suerte de la mujer…
LAS DOS PIEZAS.-
Uno de los partidos propuso que los dos proyectos, el de Partidos y el Electoral, fueran aprobados al mismo tiempo, sin elaborar la idea. Al mismo tiempo no podría ser, sino uno primero y el otro después. Igual se habló de un código electoral, tal vez confundiendo los términos. Un código es una compilación, pero no toda compilación es un código. Ahora, lo que sí se impone es conocer las dos piezas. La de Partidos y la Electoral, pues se complementan. Una crea el escenario y la otra pone los actores en movimientos. Sin embargo, parece que no se dominan las dos o no se sabe distinguir situaciones. No es lo mismo el financiamiento respecto de una campaña interna que el financiamiento de una campaña externa. No es igual dentro del partido que a escala local o nacional. Sutilezas, pero en los detalles es que está el diablo. Por ejemplo, el poder reglamentario de la Junta Central Electoral. Sería un elemento de coyuntura, subsidiario, y en ausencia de la ley, pues no tiene sentido incluir en la Ley de Partidos lo que está contemplado en la Ley Electoral. Si se volviera sobre sus letras, si se consideraran declaraciones, se advertirían fallas, presunciones, promovidas por el desconocimiento, por la ignorancia…
LA OTRA CUMBRE.-
La comisión bicameral es lo más parecido a una cumbre de partidos, pues la representación no es equitativa, pero sí plural. Si se echa a un lado la comisión bicameral y los proyectos son discutidos al más alto nivel, esta habría trabajado en vano. Resignaría su poder, anularía su función, y crearía las condiciones para que las piezas fueran negociadas. No consensuadas, negociadas. El interés de la República, las necesidades del sistema político, la iniciativa de la Junta Central Electoral, se quedarían tomando el fresco en cualquier parque y en el Palacio Nacional se freirían las tusas de cada cual. Pero sí eso es lo que se quiere, resolver el problema material de los partidos y de la lucha política, sin atender conceptos, como dirían en la calle: ¡Dale pá allá! No sería nada nuevo, ni extraordinario, sino más de lo mismo. Se quería una Junta Central Electoral, y como no hubo forma de llegar a entendimiento, el poder proveyó el consenso. Lo mismo con la Cámara de Cuentas y con el Tribunal Superior Electoral. El gobierno tiene ese privilegio, y se lo concede la oposición, que da vuelta en la cancha y después abandona el juego, dejando pelota y canasto. Si quieren ley de consenso, el gobierno le hace la tarea, y tiene consenso de todos los sabores y apropiados a toda circunstancia…