San Benito de Nursia
Benito, nació hacia el 480 en Nursia, Italia central. Provenía de una familia patricia acomodada, lo que le permitió estudiar en Roma jurisprudencia y letras. Todo lo que sabemos de Benito depende casi exclusivamente de San Gregorio Magno (†604). La inmoralidad de la vida romana le llevó a retirarse a Enfide, en los montes Sabinos y luego a Subiaco donde vivió por tres años en una cueva. Su fama de santidad se extendió por aquella comarca. Unos monjes de una comunidad cercana le invitaron a que les dirigiera, pero rechazaron sus exigencias estrictas y hasta trataron de envenenarlo. Volvió a su cueva, pero ya no pudo vivir en soledad, pues de todas partes llegaban discípulos. Con ellos llegó a fundar doce comunidades, cada una con su abad. Benito fue blanco de la envidia de un presbítero, y con unos discípulos se retiró a lo que hoy se llama Monte Casino, situado a 140 kilómetros al sur de Roma en la antigua Vía Latina. Allí se quedó los años que van desde el 530 hasta su muerte en el 547, o según algunos, alrededor del 555.
El gran aporte de San Benito a Occidente fue su regla, que los expertos resumen así: “ora et labora”. El “ora et labora” de Benito era más amplio. El “labora” comprendía “no solo el trabajo manual, sino también lectura y estudio; y oración no era solo la oración coral, sino también el adentrarse profundamente en Dios y en su palabra a través de la meditación”. Aleccionado por amargas experiencias y la suavidad de su trato con el Señor, Benito aspiraba a no fijar en su regla “nada opresivo, ni nada insoportable”. Gregorio el Grande, por un tiempo también monje, la calificó así: “sobresaliente en discreción, iluminadora en la formulación”. La regla no surgió de ninguna intuición momentánea, sino del sopesar y discernir sus experiencias personales. Benito la fue revisando y anotando hasta el final de sus días. Además, Benito se apoyó en una tradición más que centenaria de la vida monástica de Oriente y de Occidente. En la regla, se encuentran huellas de Pacomio, Basilio el Grande, las Vidas de los Padres, Agustín de Hipona y Casiano. Los especialistas han determinado que Benito depende de la obra “La Regla del Maestro” que pudo haber conocido a través de la versión del Abad Eugippio de Lucullanum, cerca de Nápoles. El acierto de Benito estuvo en no limitarse a reunir textos, sino a reelaborarlos bajo un eje centrado en Cristo alrededor del cual vive la comunidad como una familia espiritual.
Los monjes de Occidente, y en especial los benedictinos cultivaron y pusieron a rendir la tierra: seleccionaron las semillas, combatieron las plagas, introdujeron nuevos cultivos, mejoraron las razas de animales. Fueron ellos probablemente quienes inventaron el collerón duro para las bestias de tiro, las herraduras y perfeccionaron el reloj de pesas.
Con razón Hybertus R. Drobner concluye: “…el Occidente cristiano tal como se ha configurado históricamente es impensable sin la fuerza configuradora del monacato benedictino” (2001, 2ª edición, 553).
El Profesor de Cambridge David Knowles, llama al: ...“período de la historia europea que transcurre desde la muerte de San Benito (hacia 548) y la de San Bernardo (1156) [la] … <era monástica>...Durante esos cinco siglos... los monjes de todas clases, individualmente o en comunidad, constituyeron un rasgo específico de la sociedad continental y la insular. Influyeron en ella a todos los niveles: espiritual, intelectual, litúrgico, artístico, administrativo: modelaron su fisonomía y reglamentaron su desarrollo” (Sanchís, 1995: 117). Ellos conservaron el latín, y en sus scriptoria fueron copiadas para la posteridad las grandes obras de la antigüedad latina.
En tiempos de Carlomagno (†814) la única regla que se conocía era de la de San Benito, apoyado en ella, Carlomagno reformó la vida religiosa.
EL AUTOR ES PROFESOR ASOCIADO DE LA PUCMM mmaza@pucmm.edu.do