Acerca de la estatua de Duarte
Fueron tantas las vicisitudes padecidas por Juan Pablo Duarte a lo largo de su calvario redentor, que después de restaurada la República no le fue posible regresar al país por cuya soberanía sacrificó bienes familiares y siempre estuvo dispuesto a ofrendar su propia vida. Poca gente ha reparado en el hecho de que Duarte vivió en el destierro casi 33 años, es decir, poco más de la mitad de su existencia. Esa triste circunstancia sin duda le acarreó al patricio inimaginables sinsabores y decepciones hasta el punto que, durante su segundo exilio, decidió internarse en la selva del Apure, en Venezuela, en donde durante más de un decenio permaneció retirado en una suerte de extremismo existencial. Ortega y Gasset definió el extremismo como el modo de vida según el cual un individuo intenta vivir solo, aislado de su entorno natural, en “un extremo del área vital” y en el que “se afirma frenéticamente en un rincón y se niega el resto”. Con sobrada razón el historiador Vetilio Alfau Durán escribió que “ninguno de los altos próceres de América que en la lucha por la libertad se agigantaron, ha sido tan detractado y tan injustamente negado como Juan Pablo Duarte, en vida y en muerte”. Rechazan la primera estatua. Hacia 1893 el Ayuntamiento del Distrito Nacional tuvo la iniciativa de proponer la realización de un acto de justicia y reconocimiento a la magna obra política de los fundadores de la República Dominicana. El homenaje propuesto consistía en la erección de una estatua honrando la memoria de Juan Pablo Duarte, líder y apóstol del movimiento independentista, para luego continuar con los demás héroes, próceres y mártires de la patria. Se creó una Junta Central Erectora, presidida por el poeta febrerista Félix María del Monte, quien –además de compadrehabía sido compañero de Duarte en la sociedad La Filantrópica. La misión de esa Junta era recaudar fondos con los cuales cristalizar el aludido proyecto; pero, como hubo personas -entre ellas un influyente funcionario del gobierno lilisista-, que públicamente se opusieron al referido homenaje, argumentando que con el mismo se iba a incurrir en una clasificación de héroes que era más bien tarea del futuro, fue necesario posponer el proyecto de la estatua a Duarte. Desde entonces, transcurrieron casi 50 años para que se materializara el primer acto homenaje al ilustre fundador de la República con el desvelamiento de la estatua que actualmente se encuentra en la plaza, que también honra su nombre, ubicada en las esquinas de las calles Duarte con Padre Billini, en la ciudad de Santo Domingo. La estatua en New York. Recientemente, en Estados Unidos ha surgido un debate protagonizado por admiradores históricos de “unionistas” y “confederados”, que fueron los bandos que entre 1861-1865 escenificaron la guerra civil o secesionista, conflagración que estuvo a punto de escindir la nación norteamericana en dos países. Determinados sectores reclaman que sean removidas las estatuas y bustos de figuras norteamericanas que, a su decir, fueron abanderadas del sistema de la esclavitud y fomentaron la segregación racial. En sintonía con tales demandas, el alcalde de la ciudad de New York, Bill De Blasio, creó una comisión para que elabore una lista de personajes históricos que “simbolicen odio y racismo” con el fin de retirar sus estatuas de las áreas propiedad de la Ciudad. De acuerdo con el periódico New York Post, entre esos monumentos se encuentra la estatua de Juan Pablo Duarte, ubicada en la intersección de la calle Canal y la Avenida de Las Américas, en el bajo Manhattan. ¿Por qué razón? Se alega, infundadamente, que el Padre de la Patria encabezó un movimiento político segregacionista y racista, cuando en realidad se sabe que, lo mismo que Washington, Jefferson, Franklyn y Adams, Duarte fue el líder de un movimiento revolucionario eminentemente independentista. Ahora bien, en el supuesto de que la comisión de la alcaldía neoyorkina recomiende la remoción de la estatua de Duarte, se rumorea que tan injusta decisión conllevaría un operativo que podría incluir otros lugares que honran su nombre, tales como una plaza en las avenidas Broadway y Saint Nicholas, en la calle 170; la escuela PS 143, en la calle 183 y la avenida Wadsworth, además de los rótulos de “Juan Pablo Duarte Boulevard” en la avenida Saint Nicholas, del alto Manhattan. Nuestro deber, en tanto que colectivo, es estar alerta a fin de que, por los medios lícitos a nuestro alcance, tratemos de evitar que tan descabellado despropósito se convierta en realidad.