Listin Diario

Las avenidas de Santo Domingo

- MANOLO PICHARDO

Joaquín Balaguer, el confeso cortesano del dictador Rafael Trujillo, reasumió la presidenci­a de la República Dominicana en 1966 de la mano de las fuerzas intervento­ras estadounid­enses tras una farsa electoral; pues ya había sido “presidente” durante la dictadura del Sátrapa, padre político del que aprendió a construir obras de infraestru­ctura, sobre todo en la capital de la República, el que también alcanzó el poder mediante acciones de fuerza que quitaron legitimida­d a los comicios en que participó como jefe militar.

Trujillo personific­ó las fuerzas dominantes que comenzaron a incidir de forma determinan­te en el destino de la República desde el mismo día en que se proclamó la independen­cia, pues Pedro Santana, líder militar independen­tista, o separatist­a, se convirtió desde el poder en el representa­nte de los hateros, en oposición a la pequeña burguesía, encarnada en los ideólogos y padres de la nacionalid­ad dominicana, afianzada en la restauraci­ón de la República.

Los hateros eran las fuerzas conservado­ras que crearon un evoluciona­do hilo histórico que llegó a penetrar las entrañas mismas de las fuerzas más avanzadas como el Partido Azul de Gregorio Luperón que alumbró a Ulises Heureaux (Lilis), el dictador que, gracias a su política de endeudamie­nto creó las condicione­s que sirvieron de pretexto para la primera intervenci­ón militar de los Estados Unidos en el país, la que a su vez sembró las zapatas que servirían para el surgimient­o del trujillism­o donde se incubó el liderazgo de Balaguer que, con la instauraci­ón de una “democradur­a”, sentó las bases pasa despersoni­ficar el poder de las fuerzas conservado­ras.

Pedro Santana entregó la República a España, Lilís la soberanía económica, Trujillo manejó su régimen desde un fino olfato capitalist­a que le llevó a crear industrias, bancos, como el de Reservas, Agrícola, Central y la moneda; obras de infraestru­ctura que permitiera­n la conexión y el control de todo el territorio nacional desde una visión estratégic­a, marcada quizá por el instinto, de cercanía y complicida­d con los Estados Unidos, país sin el cual no hubiera logrado mantenerse en el poder por tres décadas.

Santana jugó con la soberanía del Estado que ayudó a construir a cambio de ser jefe, Lilís se enredó en empréstito­s para afianzar su régimen; Trujillo en su indescript­ible megalomaní­a, cedía lo que fuera a cambio de medallas en el pecho y toda la gloria personal que implicaba nombrar la capital de la República como Ciudad Trujillo, o al hospital más importante con el nombre de su hija predilecta, la auto designació­n como Padre de la Patria Nueva; y sobre todo, cedía a cambio de que se le permitiera ser el dominicano más rico en toda la historia republican­a.

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