Desafíos en el ejercicio diplomático
En la dinámica actual de las relaciones internacionales, en la que inciden determinantemente requerimientos contemporáneos, las acciones que corresponden a la diplomacia suelen enfocarse hacia labores que tienden a “optimizar” la ejecución de la política exterior del Estado. Con esta finalidad se han ido creando “formulas”, cuya consagración en este ámbito la determina, básicamente, la efectividad y consistencia de sus resultados.
Tales “fórmulas” se implementan y desarrollan en el contexto de la aplicación de los métodos que son propios de las gestiones y negociaciones de carácter diplomático, particularmente en su ejercicio profesional, que tiene lugar en el marco de las ineludibles responsabilidades referentes a la “defensa, salvaguarda y promoción” de los intereses fundamentales de la nación, en plena armonía con los derechos y deberes inherentes a las funciones del agente diplomático, como representante del Estado, y conforme al tratado fundamental que rige globalmente la materia, la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas.
Cabe puntualizar, que la diplomacia suele valerse de “un arte sutil y aleatorio”, que, con las formas apropiadas, combina eficazmente los conocimientos y la destreza con convenientes estrategias y tácticas. Apela a la capacidad de investigación y análisis, debiendo contar con la consabida habilidad y el imprescindible tacto de sus ejecutores.
De este modo se aplican los tipos de comportamiento, de oratoria, de disciplina, e incluso de razonamiento, que los agentes diplomáticos (embajadores), y otros auténticos negociadores en el ámbito internacional, adoptan por lo general, y que constituyen “una especie de código internacional de la profesión”.
Inequívocamente, tal como ha sido reconocido reiteradamente por académicos e investigadores en el campo de las relaciones internacionales, el eficiente ejercicio de la diplomacia, además de bien fundamentados conocimientos, constantemente actualizados, implica habilidades “en función de las mejores prácticas” que deben cultivarse y que requieren la acumulación de una experiencia relevante en la efectiva conducción de los vínculos formales entre los Estados y de éstos con otros sujetos de Derecho Internacional con capacidad para ello.
Procede precisar que un ejercicio inteligente de la actividad diplomática supone claridad de objetivos en materia de política exterior y un ejercicio eminentemente profesional de la propia diplomacia, es decir, a la altura de los retos de la actualidad política y económica global, capaz de identificar los “desafíos, riesgos y oportunidades” del momento a partir de una clara concepción de la Estrategia Nacional de Desarrollo.
En tal perspectiva, el Ministerio de Relaciones Exteriores suele ser el principal responsable de la acción exterior del Estado, respetando como es lógico, la competencia constitucional del Jefe de Estado, donde reside la función de determinar la política exterior del Estado, y sin afectar las facultades de los otros Ministerios (con competencia en temas comunes). Pero es el Ministerio de Relaciones Exteriores, según constata el Embajador M. Oreja Aguirre: “El que debe coordinar todas las actividades susceptibles de tener reflejo internacional”.
Asimismo, añade el autor precedentemente citado, corresponde a dicho Ministerio cuidar de las relaciones con los demás Estados y con las organizaciones internacionales, de las negociaciones relativas a la adopción de acuerdos internacionales, de la defensa de los derechos y de los intereses públicos y privados en el campo internacional y del desarrollo de las actividades nacionales en el extranjero.
Debe tenerse presente que los Ministerios de Relaciones Exteriores son las instituciones de los Estados reconocidas formalmente por la “Comunidad Internacional” para la ejecución de la política exterior y la asunción de obligaciones entre países. Al respecto, debe recordarse que hoy las misiones diplomáticas, además de las funciones clásicas, con las correspondientes adecuaciones a la realidad de los tiempos actuales, que habitualmente deben desempeñar (representación, negociación, protección de los intereses y los nacionales en el exterior, observación y fomento de relaciones e intercambios y de la cooperación). Coordinadamente, con una importancia de primer orden, actualmente deben asumir funciones tales como: la metódica promoción comercial, que incluye las exportaciones y ,asimismo, la inversión orientada a la fundamental canalización de la inversión extranjera hacia el país, e igualmente, el apoyo a la internacionalización de empresas locales, entre otras, que demandan una particular y bien fundamentada capacitación.
Entre las responsabilidades de la misión diplomática, también está la difusión cultural, y de los valores de la identidad nacional, que suele sustentarse en el fomento del poder suave (“soft power”) y con ello la implementación y desarrollo de mecanismos para auxiliarse convenientemente de los medios electrónicos, e igualmente, de los medios de comunicación social. Esto último con un especial propósito, cuando se ha establecido el sistema de la Diplomacia Pública. En igual contexto, merece resaltarse finalmente, que más que un oficio, la diplomacia, sostiene A. Plantey, es una de las profesiones más hermosas que hoy brinda el Estado. Para aquel que esté orgulloso de su país, y que se sienta fielmente comprometido en la defensa de los intereses de la propia nación; que además pueda contar con las correspondientes capacitaciones, y cualificaciones requeridas, para desempeñar apropiadamente esta función, no hay misión más noble y enaltecedora que asumir dignamente esa “alta representación” ante los demás.