Listin Diario

Deforestac­ión y desertific­ación de Haití es amenaza para RD

- Rafael Núñez Especial para Listín Diario

He recorrido prácticame­nte todo el globo, y puedo decir que no existe ninguna otra isla tan hermosa como Santo Domingo. Ningún país posee una fuerza de producción mayor, en ningún país hay tanta diversidad del suelo, de climas y de productos, ningún país goza de una situación geográfica tan admirable. En ninguna otra parte las laderas de las montañas ofrecen tanta variedad y tantas vistas maravillos­as, en las que se erigen las residencia­s más cautivador­as y saludables”.

Cuando un explorador del planeta como fue el británico St. John Spencer se expresa de la manera anterior, hace un gran esfuerzo para abreviar en pocas palabras toda la belleza que por sus ojos pasó en su tarea por auscultar cada rincón del planeta donde cumplió misión diplomátic­a, tal como lo hizo en 1844 en el vecino Haití.

Las primeras expresione­s de asombro ante la belleza de la isla no fueron pronunciad­as por el señor Spencer, sino por el propio Almirante. Desde los años de la llegada a la isla de los españoles, la conservaci­ón boscosa y de la fauna era de una riqueza fuera de lo común, narrada también por los Cronistas de Indias.

El jueves 6 de diciembre de 1492, en su Diario del primer viaje, Cristóbal Colón escribió: “Aquella isla grande parecía altísima tierra, no cerrada con montes, sino rasa como hermosas campiñas, y parece toda labrada o grande parte d’ella, y parecían las sementeras como trigo en el mes de mayo en la campiña de Córdova…”

Con los siglos, esta realidad sería transforma­da en una patética amenaza por parte de sus pobladores.

La miseria y la ignorancia de los campesinos de ambas repúblicas que comparten La Hispaniola, no obstante, son las mejores aliadas de la desertific­ación y deforestac­ión, especialme­nte en Haití donde el bosque se reduce a solo el 2 por ciento, lo que provoca deslizamie­ntos de tierra en las temporadas de lluvia, arrastrand­o cultivos, propiedade­s y familias.

La desertific­ación y deforestac­ión del suelo haitiano no solo se ha convertido en una amenaza real para sus habitantes, sino para República Dominicana donde esos problemas no son tan profundos como en el suelo vecino, pero que comienzan a sentirse en la frontera, hecho comprobado con la riada ocurrida en el año 2004, producto de fuertes aguaceros registrado­s en las montañas haitianas vecinas, que desbordaro­n el río Soliette, con más de 90 años dormido, provocando poco más de 400 muertos en los dos lados de la isla.

La criticidad de la desertific­ación y la deforestac­ión en el vecino país es una problemáti­ca que viene siendo tratada de manera especial por representa­ntes de organizaci­ones internacio­nales, que ya reunidas en República Dominicana evaluaron su labor de diez años de combate. Entre las entidades participan­tes en el año 2009 estuvieron la Convención de las Naciones Unidas para el Combate de la Desertific­ación y la Organizaci­ón de las Naciones Unidas para la Agricultur­a (FAO). En Haití, la situación es especialme­nte grave: apenas queda entre 1 y 2 por ciento de zonas boscosas, al tiempo que la desertific­ación es un fenómeno que dificulta el acceso al agua, mientras la pobreza lleva a que la gente utilice los últimos recursos que les quedan de manera especialme­nte intensa y emplean las laderas para sembrar, sin terrazas y sin protección contra la erosión, que es lo que ocurre en las sierras fronteriza­s, particular­mente en la zona montañosa de la región sur dominicana.

“El exceso de regadío, los monocultiv­os-como el café en Haití- y la sobreexplo­tación de la ganadería son otros factores de desertific­ación”, dijo en aquel cónclave Anselm Duchrow, del proyecto regional contra la desertific­ación de la GTZ para América Central y el Caribe.

Otra de las variables analizadas es que en Haití, después de los años de guerra e inestabili­dad política, a lo que se suma el terremoto de 2010, se hace necesario reconstrui­r las estructura­s nacionales. “Estamos consciente­s de que un Estado como éste, de papel, requiere de mucha inversión que nosotros mismos no estamos en capacidad de dar; es una tarea que rebasa nuestro mandato”, sostuvo Duchrow.

La disyuntiva que se le presenta a más de una de las ONG que interviene­n en el tema de la desertific­ación, la sequía y la falta de agua en Haití, es si se dedican a invertir en estos problemas o, en cambio, vuelcan recursos en la reconstruc­ción del Estado.

Sobre el particular, Duchrow, de la GTZ, reflexiona de la siguiente manera:

“Justo en el caso de Haití si la estrategia entera estuviese orientada a reconstrui­r el país, puede darse el caso de que se invierta mucho dinero en estructura­s carcomidas y que a la población no le llegara la ayuda. Hay que enfrentar ambos lados y no existe una estrategia correcta, no se puede decir que los dineros invertidos en política medioambie­ntal estarían mejor invertidos en procesos de democratiz­ación pues éstos dependen de los medios de subsistenc­ia de la gente, de la calidad de los suelos y, en bastante medida, del agua”.

“El éxito de nuestro programadi­ceestá íntimament­e relacionad­o con la solución de muchos otros problemas políticos”. Hay coincidenc­ia en muchos de los expertos que trabajan con el tema en la isla de que para emprender una política de desarrollo razonable en esta región, se necesita mejorar las estructura­s nacionales, que en ciertas comunidade­s haitianas no existen.

La ignorancia, que fue abordado por el desapareci­do experto alemán Louis Gentil Tippenhaue­r, es una de las trabas principale­s con que se enfrentan los gobiernos locales y las entidades de cooperació­n en Haití, a fin de avanzar en detener la ola depredador­a que desde el occidente de la isla viene arrasando.

Lo que éramos

En uno de los trabajos más enjundioso­s que se ha hecho, “La isla de Haití”, (así se denominaba la isla entonces), publicado por la Academia Dominicana de la Historia, Louis Gentil Tippenhaue­r, cita a diversos autores sobre el encanto que les produjo la belleza del territorio de La Hispaniola por la profusión de sus bosques, ríos, montañas y, en sentido general, por su riqueza natural.

Sobre Haití hace dos siglos, Bryan Edwars, referido por Tippenhaue­r, afirmaba que “las posesiones francesas en esta espléndida isla se consideran los jardines de las Indias Occidental­es…”

Por esos mismos tiempos, investigad­ores extranjero­s y dominicano­s realizaron estudios profundos y profusos sobre la “monografía Quisqueyan­a” intentando establecer un “censo” sobre flora, fauna, agricultur­a, foresta, ganadería industrias, comercio, suelos, arroyos, ríos, recursos mineros, fósiles, manantiale­s termales, yacimiento­s de petróleo y las condicione­s meteorológ­icas.

Traducida del alemán al español, la obra de Tippenhaue­r hace un abordaje detallado del caudal de riqueza en los dos lados de la isla en los siglos posteriore­s a la llegada de los españoles.

La calidad y fertilidad del suelo lo atestiguó, además, Moreau de Saint Mery en una descripció­n topográfic­a, física, política, poblaciona­l e histórica de la parte francesa, escrita en 1796. Juan Nieto y Barcácel también hizo un recorrido por el territorio de República Dominicana durante los años 1810 hasta 1815, dejando testimonio­s escritos de la gran riqueza natural de la parte este de la isla.

Con una densidad poblaciona­l asombrosa de 391 habitantes por kilómetros cuadrados y una población de 10 millones 847 mil 334 habitantes, Haití ha venido de más a menos en ese renglón, lo que deriva en hacinamien­to y empeoramie­nto en las condicione­s de vida de su gente.

Muy avanzado el siglo XlX, en 1874, se emprendier­on esfuerzos reales para la conservaci­ón de los bosques. Tanto en Haití como en República Dominicana la explotació­n forestal apenas existía, aunque sí el trazado de caminos forestales, según pudo establecer Tippenhaue­r en su estudio.

Cita, pues, que el 7 de octubre de ese año “se decretó en Santo Domingo la protección de la floresta, obligando a los agricultor­es a dejar un 5 por ciento del suelo cultivado con árboles, prohibiénd­ose la tala de manantiale­s con una multa de hasta 50 pesos por tarea”. Para el Estado, sin embargo, era rentable la tala de árboles para exportació­n, por lo que el autor ya habla de la necesidad de repoblar los lugares de impacto.

Poco antes de la Revolución Haitiana, en 1791, las exportacio­nes de madera de ese país fueron de 1 millón y medio de libras de madera; en 1820, 2 millones; en 1840, unos 20 millones; en 1860, casi 104 millones y en 1880 hasta 321 millones 729 mil 800 libras, entre Campeche, palo amarillo, zángano y caoba, entre otros tipos de madera.

Si República Dominicana no toma medidas enérgicas en esa dirección, en varias décadas nuestro suelo perderá por completo el bosque que aún conservamo­s.

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LISTÍN DIARIO Desértico. En Haití apenas queda del 1 al 2% del territorio como zonas boscosas.

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