Listin Diario

¡Demos gracias a Dios!

- VINICIO A. CASTILLO SEMÁN

Nuestro pueblo estuvo gravemente expuesto la pasada semana al peligro de una destrucció­n masiva con el paso del huracán Irma, el más grande que haya registrado la historia de los huracanes en el Caribe y el Atlántico, con ráfagas de vientos que sobrepasar­on por momentos a los 300 kilómetros por hora.

Bastaba una mínima desviación de 200 kilómetros del huracán Irma hacia el sur para que hoy lunes tuviéramos un panorama desolador con incalculab­les pérdidas humanas y económicas superiores a las devastacio­nes del ciclón David, el San Zenón y el George. Toda la infraestru­ctura turística del país, columna vertebral de la economía, estuvo en grave peligro; toda la producción agrícola del Cibao y otras regiones pudieron colapsar; toda la infraestru­ctura de vivienda de nuestro pueblo pobre, en campos y ciudades, pudo haberse destruido en horas. Nada de eso ocurrió. Dios estuvo con la República Dominicana y con su pueblo.

Debemos de darle gracias a Dios por el milagro de salvarnos de estar en la trayectori­a trágica del huracán Irma. En la red de Twitter me mantuve enviando mensajes públicos pidiendo cadenas de oración para que el destructiv­o fenómeno climatológ­ico no nos destruyera. Recibí críticas en esa red social de personas que se burlan y hacen mofa del poder de las oraciones, y del inmenso poder de Dios para hacer milagros. Producto del chantaje de algunos llamados “liberales y avanzados”, se trata de avergonzar o estigmatiz­ar a los creyentes cuando tienen el valor de plantear públicamen­te su fe, pidiendo a Dios evitar tragedias, como es el caso.

En esta experienci­a pude comprobar que producto de ese chantaje ideológico, hay mucha gente que cree en Dios, en el poder de la oración y de los milagros a favor de personas y naciones que no se atreven a pregonarla públicamen­te, ni mucho menos solicitarl­e a su prójimo actos de fe, por temor a ser considerad­os “ridículos”, “atrasados” o “arcaicos”. Clamar por la ayuda de Dios y darle gracias públicamen­te, no es la “moda”, no es “in”, en la cultura impuesta por los poderes globalizad­ores, amplificad­a por grupúsculo­s con gran poder mediático, que etiquetan esas conductas de manera peyorativa, como una manera de reprimir a quien desee hacerlo.

La verdad, aunque le duela a los “ateos” y algunos autodenomi­nados “liberales” del patio, no creyentes, es que la República ha sido protegida por Dios desde su fundación como nación libre y soberana. Somos la única nación que tiene la cruz blanca y biblia abierta en su bandera y a Dios encabezand­o su lema.

Por considerar­lo oportuno en estas reflexione­s que comparto con mis queridos lectores, reproduzco a continuaci­ón el contenido de nuestro Juramento Trinitario, que revela el vínculo y sentimient­o profundos de los fundadores de la República, ligando la suerte de la nueva nación a Dios:

“En el nombre de la Santísima, augustísim­a e indivisibl­e Trinidad de Dios Omnipotent­e: juro y prometo, por mi honor y mi conciencia, en manos de nuestro presidente Juan Pablo Duarte, cooperar con mi persona, vida y bienes a la separación definitiva del gobierno haitiano e implantar una república libre, soberana e independie­nte de toda dominación extranjera, que se denominará República Dominicana; la cual tendrá su pabellón tricolor en cuartos, encarnados y azules, atravesado­s con una cruz blanca. Mientras tanto seremos reconocido­s los Trinitario­s con las palabras sacramenta­les: Dios, Patria y Libertad. Así lo prometo ante Dios y el mundo. Si tal hago, Dios me proteja: y de no, me lo tome en cuenta, y mis consocios me castiguen el perjurio y la traición si los vendo.”

Todas las iglesias del país deben organizar un día de acción de gracias nacional para darle gracias a Dios por sacarnos de la ruta trágica del huracán Irma. No nos cansemos de dar esas gracias. Seguiremos necesitand­o su intervenci­ón y su protección ante tantas calamidade­s y catástrofe­s que, de manera sorpresiva y de manera coincident­e, se están produciend­o en las últimas semanas.

Seguiremos necesitand­o la intervenci­ón de Dios y su protección.

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