Edgar Allan Poe: el enigma final
la multitud, Los crímenes de la calle Morgue, El pozo y el péndulo, La máscara de la muerte roja, El corazón delator, El tonel de amontillado, El entierro prematuro, y el poema El cuervo, jamás gozó de holgura económica. La propuesta de un acaudalado fabricante de pianos de Filadelfia, para que por una buena remuneración compilase y editase los versos de su esposa, lo hizo ponerse en camino y partir de Richmond, donde vivía. El viaje resultó absurdo, con idas y regresos inexplicables, sin dejar apenas rastro de su paso, y sin mantener comunicación con familiares y amigos. Siempre decía que podía oir el sonido de las tinieblas deslizándose por el horizonte.
Lo que se sabe es que vagó ebrio de taberna en taberna; que le fue robada una importante suma de dinero que llevaba consigo, no así, inexplicablemente, un bastón con estilete que de manera inadvertida había tomado en la casa de un médico amigo. Fue hallado en estado pre-agónico en la taberna “Cuarta sede electoral de Ryan”, un domingo de elecciones, con sombrero y ropas que no le pertenecían, y que apuntan a que fue usado como “lacayo electoral” por los operadores de los políticos locales, quienes emborrachaban a pordioseros para hacerlos votar varias veces como si fuesen personas diferentes. Hallado por un amigo, fue internado, moribundo, en el Hospital Universitario.
Antes de morir, según el Dr. Moran que lo atendió hasta el final, pasó de los temblores al delirio “…manteniendo una conversación incesante con objetos espectrales e imaginarios en las paredes”. Después de estar la madrugada gritando el nombre de “Reynolds”, se quedó sosegado. “Que Dios se apiade de mi alma”-fueron sus últimas palabras.
En sus últimos minutos debió verse rodeado por sus personajes inmortales. Había declarado, una vez que, “… a la muerte se le toma de frente, con valor, y después se le invita a una copa”. Miembro Titular JCE Presidente Ateneo Dominicano