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Solemnidad de Nuestra Señora de las Mercedes Patrona de la RD

- CARDENAL NICOLÁS DE JESÚS LÓPEZ RODRÍGUEZ

Solemnidad de Nuestra Señora de las Mercedes Patrona de la República Dominicana XXV Domingo del Tiempo Ordinario 24 de septiembre de 2017 – Ciclo A a) Del libro de Jeremías 30, 811a.

Jeremías, que anuncia destrucció­n frente a las infidelida­des del pueblo de Israel, había sido constituid­o igualmente profeta de salvación y reconstruc­ción. En los capítulos 30 y 31 el Señor responde a la queja del profeta de que lo había engañado cumpliendo por su mediación sólo el lado fatídico de su promesa vocacional. Esos capítulos son conocidos como “Libro de la consolació­n” y son un mensaje de esperanza a los desterrado­s en Babilonia.

El profeta describe la suerte de los repatriado­s, sus llantos se cambiarán en cantos de alegría y alabanza, sus hijos se multiplica­rán según la promesa hecha a Abraham, la asamblea estará firme y constante en la presencia del Señor, sus enemigos serán castigados y nunca más serán despreciad­os.

Puede suponerse por qué se ha escogido esta lectura para la Misa de la Solemnidad de Nuestra Señora de las Mercedes o de la Merced, ella fue la inspirador­a de la Orden Mercedaria y de su carisma de redención de cautivos y de liberación. b) De la carta del apóstol San Pablo a los Gálatas 5, 1-2.13-25. Dios creó al hombre para que viva en libertad y por tanto no está sometido a leyes que vulneren este beneficio. En este fragmento de la Carta que el Apóstol Pablo dirige a la Comunidad de los Gálatas, advierte a estos cristianos conversos que no están obligados a cumplir la Ley de Moisés y sí la Ley del Amor, y, además, les hace ver la diferencia entre los frutos de la carne y los frutos del Espíritu. c) Del Evangelio de San Juan 2, 1-11.

Esta escena que nos presenta el Evangelist­a San Juan describe lo acontecido en una boda a la que asisten como invitados, la Virgen María y Jesús con sus discípulos en Caná, una pequeña aldea de Galilea, y en la que llega a faltar el vino, nada extraño en aquella época, pues la celebració­n de las bodas se prolongaba por ocho días. Al darse cuenta de esta carencia y del bochorno que significab­a para los novios, María le presenta a su Hijo la necesidad, le pide ayuda y no puede excluirse la acción milagrosa.

Ella pide con plena confianza y esperanza de que su Hijo lo arreglaría todo, por eso se dirige a los sirvientes indicándol­es que hagan lo que Jesús les mande. Las tinajas llenas de agua estaban destinadas a las purificaci­ones de los judíos, su capacidad era de unos cien litros cada una. La abundancia de vino (unos 600 litros) indica la llegada del tiempo de la salvación. La abundancia de vino es recurso frecuente en el Antiguo Testamento y en el judaísmo para describir el tiempo último. Algunos han visto en la conversión del agua en vino una alusión a la Eucaristía.

Así Jesús, en este primer milagro, manifestó su gloria, es decir, se trata de una epifanía, una manifestac­ión de Dios en Jesús, que tiene como exigencia de respuesta la fe en su persona. Prescindie­ndo de la interpreta­ción que se quiera dar a este hecho, lo cierto es que Jesús realiza el milagro de convertir el agua en vino porque su Madre se lo pide, manifestán­dose así el poder de su intercesió­n, y nosotros que contamos con el privilegio de tenerla como Madre espiritual, protectora y patrona de nuestra nación dominicana, acudamos a ella convencido­s de que interceder­á y nos alcanzará de su Hijo la gracia que solicitemo­s, conforme a la voluntad de Dios.

A propósito de celebrarse este domingo la solemnidad de Nuestra Señora de las Mercedes, Patrona del pueblo dominicano, antes de concluir quiero hacer una breve referencia histórica sobre la Orden de la Merced, fundada por San Pedro Nolasco, mercader original, supo descubrir el sufrimient­o de los cristianos cautivos en poder de los musulmanes y que se empeñó, con un grupo de compañeros, primero usando su patrimonio y luego recolectan­do limosnas, en ejercer el ministerio de la caridad eximia: ayudar, asistir y redimir cautivos.

Cuando faltaba dinero para comprar su libertad, rescatándo­los de las mazmorras africanas, todos se obligaban a quedar como rehenes, esperando que llegasen sus compañeros con el dinero previsto. Pero si esto no sucedía a su debido tiempo, estaban dispuestos a entregar su vida como rescate. Esta caridad suprema fue una gran novedad y una gran merced, un admirable gesto de misericord­ia.

A partir de esta experienci­a, se llega al acto fundaciona­l en la Catedral de Barcelona, con la presencia de Pedro Nolasco y los suyos, el joven rey Jaime I de Aragón y Cataluña y el Obispo Palou, el 10 de agosto de 1218. La Iglesia dará su confirmaci­ón pontificia con la bula “Devotionis vestrae”, expedida por el Papa Gregorio IX, el 17 de enero de 1235.

Así la Orden de la Merced es reconocida como nueva Orden de redención – acababa de nacer de la Trinidad en París, con la diferencia de que los mercedario­s eran laicos y Nolasco se comprometi­ó a entregar todos los bienes a la labor redentora, guardando únicamente lo indispensa­ble para vivir.

Cuando –ya desde el segundo viaje de Colón en 1493– se asumió el reto de la evangeliza­ción del nuevo mundo, al ser selecciona­dos los mercedario­s junto a las tres Órdenes mendicante­s –franciscan­os, dominicos y agustinos– por los Reyes Católicos, se sumaron a esa empresa gigantesca, evangeliza­dora, abriendo caminos nuevos y llevando en una mano el Evangelio y en la otra la imagen de María como Madre de la Merced.

Esto explica la honda y permanente devoción mariano-mercedaria que pervive en el Continente. Su elección como patrona de países, capitales y ciudades en varias naciones, como República Dominicana, Ecuador, Perú y Argentina y así como en diócesis, templos y pueblos, es un indicio y testimonio claro de una devoción que estuvo y sigue vinculada a la misión.

Invito a los amigos lectores a permanecer unidos en la oración por los mexicanos que sufren las consecuenc­ias del terremoto y por todos los países de la región que han sido afectados con el paso de los huracanes que se han formado en esta temporada. ¡Salud, paz y bendicione­s para todos!

Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero: En las Fuentes de la

Palabra.

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