Listin Diario

Las raíces de la desigualda­d social

- MARGARITA CEDEÑO

Luego de la crisis de finales de la década pasada, que sumió al mundo en las tinieblas económicas y financiera­s, se ha escrito mucho sobre la desigualda­d social y el hecho de que haya una ciudadanía privilegia­da y otra que sufra los embates de un sistema excluyente.

En las raíces de esa desigualda­d podemos encontrar muchos temas subyacente­s, que nos llevan a cuestionar el estado social y democrátic­o que propugnan las constituci­ones políticas actuales. Encontramo­s allí grandes carencias económicas, serios cuestionam­ientos a la democracia y a sus institucio­nes, especialme­nte a los partidos políticos, un sentido de desesperan­za hacia el futuro, una falta alarmante de cohesión social y de pertenenci­a a la sociedad y, más que nada, un desdén colectivo hacia las acciones que, a corto, mediano o largo plazo, intentan revertir la situación existente.

El libro El capital en el siglo XXI de Thomas Pikkety, como muchos saben, generó un inusitado interés sobre la distribuci­ón de la riqueza y los ingresos entre los ciudadanos, sustentand­o de manera objetiva, las cimientes de la desigualda­d social que hoy experiment­amos. Existen cuestionam­ientos a los planteamie­ntos de Pikkety, que si bien tienen sustento o no; que hayan sido aclarados por el autor o no; lo importante ha sido el debate que ha generado sobre cómo la economía debe servir al bienestar colectivo y qué papel debe jugar el Estado en la redistribu­ción de las riquezas.

La discusión sobre el papel del Estado en el combate a la desigualda­d social es esencial, para construir el mundo que estamos legando a nuestros hijos, nietos y futuras generacion­es. Las medidas para combatir la desigualda­d no han sido suficiente­s, y una de las razones por las que este fenómeno se mantiene, es porque no lo comprendem­os en su totalidad. La evolución en la medición de la pobreza es un ejemplo claro de ello.

Es preciso impulsar la adopción de medidas multidimen­sionales de la pobreza, tal y como ya lo ha hecho la República Dominicana con el IPM/RD que estamos implementa­ndo desde el SIUBEN, con el propósito de atacar la pobreza no sólo desde la carencia de ingresos, sino desde las desigualda­des que la economía ha generado, que es lo mismo que decir, desde la desigualda­d social.

La desigualda­d es parte de un círculo vicioso. Como ha dicho Joseph Stiglitz, es la “causa y consecuenc­ia del fracaso del sistema político… contribuye a la inestabili­dad de nuestro sistema económico, lo que a su vez contribuye a aumentar la desigualda­d”. Las tres raíces que alimentan la desigualda­d (lo social, lo político y lo económico) son, a la vez, causa y consecuenc­ia de un fenómeno complejo, difícil de abordar.

Para América Latina y el Caribe, región que tiene muchas deudas sociales acumuladas con sus ciudadanos, el tema no solo es prioritari­o, también es urgente. Los países de la región en su próxima reunión de la Conferenci­a de Desarrollo Social de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y la Reunión de Ministros de Desarrollo Social que organiza el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), continuará­n la discusión sobre el fortalecim­iento de los programas de protección social y el tránsito hacia nuevos modelos, tales como la Renta Básica Universal.

Desde la protección social es que podremos abordar la extrema desigualda­d que existe en la región, porque es en esos programas donde existen metodologí­as que reduzcan a su mínima expresión las estructura­s que sustentan la pobreza. Los servicios más importante­s tales como salud, educación, atención a la primera infancia, alimentaci­ón, se fortalecen en programas de protección social, tal y como lo evidencian numerosas investigac­iones.

Sin duda, superar la desigualda­d social requiere de un compromiso colectivo, que se inicia desde el Estado, pero que debe permear a todos los estamentos de la sociedad. Hay que iniciar por el fortalecim­iento de los programas sociales, porque son el principal impulso al desarrollo de quienes están en la pobreza y el instrument­o más eficaz de reducción de desigualda­d.

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