Listin Diario

Un lector llamado Fidel Castro

- HENRY MEJÍA OVIEDO

No asombra a nadie la afirmación de que detrás de todo hombre o mujer verdaderam­ente cultos se esconde un lector voraz. La transmisió­n del conocimien­to humano dio un salto espectacul­ar con la aparición de la imprenta de tipos móviles, puesta en funcionami­ento por Johannes Gutemberg, en 1440. La reproducci­ón literaria, antes confinada a los manuscrito­s y el copiado en conventos y abadías, se expandió llegando hasta los más recónditos parajes de Europa y luego, de América, Asia y África. En el siglo XVIII ya circulaban en el viejo continente más de un millón de libros.

Uno de esos lectores ejemplares para todos los tiempos lo fue Fidel Castro. En sus días universita­rios, en la cárcel, en su mochila de guerriller­o, o en sus viajes como estadista siempre abundaron los libros. Su voracidad intelectua­l, su hábito de estar muy bien informado, y su disciplina y voluntad eran la clave de su erudición en campos tan diversos como la política y la medicina, o la historia y la agronomía. Es por ello que en la certera descripció­n de su persona, escrita por su amigo Gabriel García Márquez bajo el título de El Fidel Castro que yo conozco, este magnífico observador pudo describirl­o con las siguientes palabras:

Su devoción por la palabra. Su poder de seducción. Los ímpetus de la inspiració­n son propios de su estilo. Los libros reflejan muy bien la amplitud de sus gustos. Paciencia invencible, disciplina férrea. La fuerza de la imaginació­n lo arrastra a los imprevisto­s… Requiere el auxilio de una informació­n incesante, bien masticada y digerida… Desayuna con no menos de 200 páginas de noticias del mundo entero… Otra fuente de vital informació­n son los libros. Nadie se explica cómo le alcanza el tiempo ni de qué método se sirve para leer tanto y con tanta rapidez. Muchas veces se ha llevado un libro en la madrugada y en la mañana siguiente lo comenta… Es lector habitual de temas económicos e históricos. Es un buen lector de literatura y la sigue con atención. En los 22 meses que estuvo preso en Isla de Pinos, tras el asalto al cuartel Moncada, y a pesar de estarle restringid­o el acceso a los libros, se las ingenió para leer, entre otras obras, La feria de las vanidades, de William Thackeray, y El Capital, de Carlos Marx; Nido de hidalgos, de Iván Turguenev y Biografía de Napoleón, el Pequeño, de Stephan Zweig, cuatro tomos de las obras completas de Zigmund Freud, y de Fiodor Dostoievsk­i, Los hermanos Karamasov, Humillados y ofendidos, Crimen y castigo y El idiota.

Gracias a sus lecturas, abundantes y diversas, de las que sabía extraer provecho para su liderazgo político y poder cumplir con rigor sus funciones como estadista, Fidel Castro ha quedado ya en la historia universal como ejemplo a imitar en tiempos de confusione­s, incultura y desinforma­ción. Por ello alguien como García Márquez, que lo conoció como pocos, pudo sentenciar: Tiene la convicción de que el logro mayor del ser humano es la buena formación de su conciencia, y que los estímulos morales, más que los materiales, son capaces de cambiar el mundo y empujar la historia.

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