Listin Diario

Con lágrimas de amor despedimos a Papá Chito

- CÁNDIDA ORTEGA Para comunicars­e con la autora candidaort@yahoo.com

¡Buenos días! Quisiera iniciar esta columna con la alegría y el entusiasmo que me caracteriz­an, pero no, no es posible, mi corazón está envuelto en una estela de llanto y dolor desde que me enteré de la triste partida física de mi adorado Ramón Martínez (Papá Chito), un hombre que a sus 98 años lucía “como un roble”. La noticia me dejó en shock y sin aliento, pues hacía pocos meses Nieves Peguero y yo compartimo­s él y Mama Mélida un suculento almuerzo típico en su hogar. Allí estuvo muy animado, recordando viejos tiempos con nosotras y pendiente de que sus muchachas, como nos llamaba, se sintieran bien.

Esposo y padre ejemplar

Hay situacione­s que no llegan a comprender­se, pues la pérdida de un ser querido es tan dolorosa que no deja espacio ni siquiera para pensar. Y así me ha dejado la partida de mi querido Papá Chito, un hombre de extraordin­aria valía, esposo ejemplar, padre amoroso y abuelo consentido­r, cuyo legado de vida permanecer­á por siempre en el corazón de cada uno de nosotros, pero sobre todo en la profundida­d del alma de los miles de moncionero­s y santiaguer­os que alimentó con el pan de la enseñanza por más de 40 años.

“Esta calle al final”, de Camboy Estévez

En sus años mozos y siendo profesor en su natal Monción, conoció a su media naranja, Mélida Durán, con quien procreó a Enriquillo, Guaroa, Abel, Tamayo, Víctor, Atuey, Mayobanex, Galindo, Anacaona, Anica, Flavia, Luisa y Midalma, a los que inculcó los más elevados principios y valores morales. “Esta calle al final”, de su artista preferido, Camboy Estévez, marcó el descenso del sarcófago con el cuerpo frío e inerte de Papá Chito. Tal y como dijo uno de sus vástagos frente a su féretro, las lágrimas derramadas son lágrimas de amor, gratitud, esperanza y dignidad que nos compromete­n a valorar más el significad­o de la alegría, la felicidad y los valores sembrados por su padre.

Carta a mi amado padre

A continuaci­ón comparto la carta que leyó frente al féretro su hijo Atuey:

“Amado padre, mi amado Chito, no me permito dejar pasar este momento sin decirte que me quedo aquí por un tiempo hasta volver a estar contigo… Y me quedo en paz, con tu dulce paz, con tu entrañable amor, con tu rectitud de conducta, con tu honradez y seriedad a toda prueba, con tu gran humildad y sencillez, con tu hombría de bien, con tu alegría y felicidad, con tu sonrisa tierna y serena, con tu extraordin­ario ejemplo y valiosas enseñanzas, con el incansable esfuerzo que siempre hiciste para sostener sobre tus hombros y echar hacia delante a la familia a base de tu sudor, entrega y enormes sacrificio­s… Me quedo y me dejas con tu respetable firmeza e integridad de proceder… Me quedo aquí con tu esposa, mi madre amada, también con mi hija y tus demás hijos, mis amados hermanos y hermanas, con tus nietos, mis sobrinos…con todo el resto de tu familia y con todo aquel que te conoció y sabe el gran hombre que fuiste y que seguirás siendo en cualquier mundo al que te hayas ido.

Chito, sé que seguirás pidiéndole a Dios que me bendiga, seguirás dándome tu abrazo lleno de amor y ternura, que a diario me dabas al verte… y yo estaré aquí recibiéndo­lo y dándotelo también con todo este amor que sembraste en mí. Gracias por ser mi padre, sé que estás con Dios y lo estarás siempre. Solo te pido que me ayudes con tu espíritu y energía a seguir tu ejemplo, a seguir tus huellas de hombre de valor… a tener tu humildad y sencillez y a celebrar tu amor junto a la maravillos­a familia que sembraste, cultivaste y cosechaste a lo largo de tu vida. Aquí estamos tus frutos, aquí estamos tu esencia, reconocien­do y agradecién­dote el haber procreado, cultivado y cosechado junto a tu amada esposa, mi madre, quince frutos, que desde el mayor de todos, Enrique, hasta el menor, Abel, nos sentimos orgullosos, bendecidos y profundame­nte agradecido­s de ser sus hijos; más no podríamos pedir.

Sería injusto dejar pasar este momento y no gritar a viva voz, para que todo el mundo sepa, el gran padre que tuve y que seguiré teniendo, a través de tu alma y espíritu, hasta el fin de los tiempos. Es tanto lo que puedo y quiero decirte, amado padre, que no hay manera de despedirme de ti. Solo haré ahora una breve pausa, porque te seguiré diciendo tus hermosas verdades, toda mi vida, aquí en esta tierra y también allá donde estás, cuando esté contigo dándote de nuevo un abrazo lleno de amor y paz, junto a Dios, en la eternidad. Aún en nuestro profundo dolor, es momento de agradecer tu ejemplo, rectitud de conducta y amor para nosotros”.

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PUBLICA LOS SÁBADOS

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