Nuestra Señora del Rosario
Celebramos la fiesta de Nuestra Señora del Rosario. Un día como ese murió mi padre, una persona que tengo siempre presente, a pesar de haber pasado más de 40 años de su muerte. Un gran hombre, al que todos querían y que todos respetaban, tenía una especial filosofía de la vida. Vino a este país a la edad de 15 años, al negocio de sus tíos, en Santiago, pero luego se integró en la capital a la Casa Cerame (hoy desaparecida como muchas cosas del ayer) y patrimonio de su familia en España. Se casó con una dominicana de origen libanés, Oriunda de San Pedro de Macorís. Era maestra desde muy joven, y creo que por eso su hija y nietas han sido siempre maestras. En la muerte de mi padre, toda la calle El Conde cerró sus puertas en señal de duelo por un hombre que siempre había sido un comerciante de pura cepa, honrado a carta cabal, responsable y comprometido con la acción social. Todavía lloro su partida a destiempo, solamente tenía 58 años, y el que siempre fue un buen compañero y excelente padre. A pesar de estar enojada con Dios cuando se lo llevó tan joven, tuve que pedirle perdón después de 10 largos años, al ver en qué se había convertido nuestro país a nivel de negocios, un lugar en el que él no hubiera podido vivir jamás.
Y leyendo las lecturas del domingo, vemos que desde tiempos inmemoriales, el hombre ha destruido lo que el Creador ha puesto en sus manos. Y cuestionan la acción del Señor cuando dicen: “No recuerdes contra nosotros culpas de antepasados, ven a nuestro encuentro con ternura... perdona nuestras afrentas” (Salmo 79).
En el Evangelio el Señor también se ve enojado y ha tenido que poner en manos de otros, su viña. La viña del Señor es el mundo y los labradores somos nosotros, que muchas veces no cumplimos los mandatos del Señor, cuando nos dice: “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente. Por eso les digo que se les quitará a ustedes el Reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca frutos” (Mt 21, 33-43). Y es que no hemos producido los frutos que el Señor esperaba de nosotros. Hemos abandonado los caminos del Señor y nos hemos puesto en el camino de los enemigos del Reino. San Pablo le pide a los Filipenses como nos lo está pidiendo también hoy a nosotros, que pongan en obra lo que aprendieron, recibieron, oyeron, vieron en él.