Listin Diario

EL PARTIDO AZUL EN LA HISTORIA NACIONAL

- Santo Domingo LEONEL FERNÁNDEZ EXPRESIDEN­TE DE LA REPÚBLICA @leonelfern­andez

El Partido Azul, liderado por el general Gregorio Luperón, emergió como una gran fuerza política varios años después de haberse realizado la Guerra de la Restauraci­ón (1963-1865), la cual puso fin al acto ignominios­o de la Anexión a España llevada a cabo por el general Pedro Santana en 1861.

Sin embargo, las raíces del Partido Azul se encuentran en la Revolución de 1857, en la que los pueblos del Cibao organizaro­n una insurrecci­ón en contra del gobierno de Buenaventu­ra Báez con el propósito de establecer un sistema político basado en las doctrinas liberales y democrátic­as, que eran las más avanzadas de aquellos tiempos.

Miembros de una nueva generación, los integrante­s del Partido Azul eran los herederos legítimos del Movimiento de La Trinitaria y de Juan Pablo Duarte. Sus fuentes de inspiració­n la encontraba­n en las ideas y el pensamient­o de figuras tan ilustres como Pedro Francisco Bonó, Ulises Francisco Espaillat y Benigno Filomeno de Rojas.

Esa nueva generación llegó al poder en 1879, cuando el general Luperón, junto a otras destacadas figuras militares de la época, luego de haberse levantado en armas en contra del gobierno del general Césareo Guillermo, instaló un gobierno provisiona­l en Puerto Plata.

A partir de ese momento, el Partido Azul se convertirí­a en la organizaci­ón política más exitosa que había conocido el país durante el siglo XIX, el cual gobernaría durante 20 años consecutiv­os, pasando por distintas etapas, hasta 1899, cuando se produjo la muerte del general Ulises Heureaux, conocido como Lilís.

Inmediatam­ente, tras llegar al poder, lo primero que hizo el general Gregorio Luperón fue convocar una Convención Nacional con la finalidad de aprobar una nueva Constituci­ón, la cual consignó que el ejercicio de la Presidenci­a de la República estaría limitada a tan solo dos años.

Gobiernos azules

Al instalar su gobierno provisiona­l en Puerto Plata, con el apoyo entusiasta de la mayoría de la población, el general Gregorio Luperón designó como delegado suyo en la Capital, el Sur y el Este, así como Ministro de Guerra y Marina, a su lugartenie­nte y amigo, el general Ulises Heureaux.

Al concluir su mandato, el padre Fernando Ar- turo de Meriño inició su ejercicio presidenci­al, el cual se extendió por dos años, desde 1880 a 1882.

Al igual que el general Luperón, el padre Meriño también empezó a ejecutar su mandato con una actitud democrátic­a, de respeto a las libertades públicas, y liberal.

Sin embargo, a medida que su gobierno avanzaba, antiguos partidario­s de Buenaventu­ra Báez iniciaban conspiraci­ones en su contra. Para contrarres­tarlos, el padre Meriño dictó el llamado Decreto de Santo Fernando, en virtud del cual ordenaba que todo aquel que fuese encontrado con las armas en las manos en contra del gobierno sería castigado con la pena de muerte.

Varios sufrieron ese castigo; y fue tal la sangre derramada que algunos han llegado a calificar el gobierno del padre Meriño como de una dictadura.

Sea como fuere, al terminar el período presidenci­al del padre Meriño, resultó electo, por recomendac­ión del general Gregorio Luperón, Ulises Heureaux, el temible Lilís, quien, en principio, como ha podido observarse, fue un gran protegido del general puertoplat­eño.

Para el general Luperón, esa elección de Lilís era en verdad un reconocimi­ento necesario a los muchos méritos que éste había acumulado en favor del Partido y de la República desde que se integró, siendo muy joven, como soldado en la gesta de la Restauraci­ón.

Ulises Heureaux, Lilís, fue acompañado como Vicepresid­ente por el general Casimiro Nemesio de Moya; y al igual que sus antecesore­s, ejerció el mando con criterio democrátic­o por un período de dos años, desde 1882 hasta 1884.

Sin embargo, aprovechan­do su posición de mando, procuró atraerse el apoyo de connotadas figuras del Partido Rojo, el partido de Buenaventu­ra Báez, ante el vacío político dejado por éste, primero, por su salida del poder; y luego, por su fallecimie­nto en el exilio, ocurrido precisamen­te en el 1884. Esos viejos líderes del baecismo le vendieron la idea al entonces Presidente de la República, Ulises Heureaux, de que debido a su arraigo político y militar, él debería considerar erigirse en el nuevo líder del Partido Azul, ya que ellos estaban dispuestos a ofrecerle el apoyo de los baecistas que operaba en la región Sur del país.

Ulises Heureaux aceptó la sugerencia; y en las próximas elecciones ya ejercía maniobras para que los candidatos a la Presidenci­a y Vicepresid­encia de la República fueran los que él apoyaba, esto es, Francisco Gregorio Billini y Alejandro Woss y Gil.

A esas candidatur­as, sin embargo, se opusieron por vez primera en las filas de los azules, las del general Segundo Imbert y Casimiro Nemesio de Moya, quien hasta esos momentos se desempeñab­a como Vicepresid­ente de Lilís.

Estas últimas candidatur­as, de hecho, resultaron ganadoras en esos comicios. Sin embargo, Heureaux, según refiere el propio general Gregorio Luperón, incurrió en un fraude enorme, ya que “violó groseramen­te la ley, metiendo quince mil votos en las urnas, y el Congreso poco avisado, proclamó la candidatur­a de Billini y Gil”.

Estos fueron, de manera ilegítima, juramentad­os como Presidente y Vicepresid­ente de la República, el 1 de septiembre de 1884.

Todo eso resultaba Increíble. En el partido heredero de las ideas patriótica­s de Duarte y los trinitario­s; el de la doctrina liberal; en el glorioso partido de la epopeya de la Restauraci­ón, se había incurrido en un fraude vulgar.

De ahí en adelante, la unidad del partido se resquebraj­ó; la mística generada por una nueva generación en el poder, imbuida de sentimient­os patriótico­s, se desvaneció; y el país entró en una situación de anarquía que sólo culminaría cuando Lilís se convirtió en dictador.

Auge y caida de los azules

Por supuesto, el éxito político inicial de los miembros del Partido Azul no sólo estuvo en el hecho de que aspiraban a introducir ideas liberales y democrátic­as en la República Dominicana del siglo XIX.

También se debió al hecho de las profundas transforma­ciones económicas y sociales que el país experiment­ó durante las últimas dos décadas del siglo decimonóni­co.

Pero, aún antes, en medio de la situación de profundas carencias que se vivían en distintas partes del territorio nacional, el Partido Azul empezó a cobrar fuerza por el apoyo que brindó a los productore­s de tabaco en la región del Cibao.

Entonces el tabaco era el principal producto de exportació­n del país. Pero en el Sur, la riqueza descansaba en la ganadería, así como en la explotació­n de los bosques y la producción y exportació­n de madera, de lo que se beneficiab­a sólo un pequeño grupo, dueño de grandes extensione­s de tierra.

En medio de esa situación de dualidad del sistema productivo nacional, se produjo la migración de cubanos que salían de su país debido a la guerra de los diez años, entre 1868 y 1878, que se había estado llevando a cabo contra los españoles para alcanzar la independen­cia de la patria de José Martí.

Esos cubanos se establecie­ron por Puerto Plata, pero también por el Sur y el Este del país; y en esos lugares instalaron los primeros ingenios azucareros modernos que se conocen en la República Dominicana.

A partir de los ingenios, se realizó todo un proceso de capitaliza­ción y modernizac­ión que condujo, entre otros, a la construcci­ón de ferrocarri­les, al desarrollo de puertos marítimos y a la colocación de cables telegráfic­os.

Desde el punto de vista político, el Partido Azul representó la llegada al poder de la alta y la mediana pequeña burguesía, tal como brillantem­ente lo ha sostenido Juan Bosch, en su clásico texto, Composició­n Social Dominicana.

Ahora bien, en lo que atañe al papel de Ulises Heureaux, emite un juicio categórico. Afirma: “Aunque aspiraba, como todos los líderes azules, a convertir el país en un Estado burgués, se distinguía de los demás líderes del partido en un aspecto muy importante: el de los procedimie­ntos.

La diferencia entre él y sus compañeros del equipo director de los azules se resolvía en la aceptación de una palabra. Los otros querían que Santo Domingo fuese un Estado burgués liberal; a Lilís le bastaba con que fuera un Estado burgués, sin llegar a liberal.” Y efectivame­nte, así fue.

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