Lecciones del Golpe septembrino
El Golpe de Estado al gobierno constitucional democrático del profesor Juan Bosch el 25 de septiembre de 1963, constituyó un adefesio institucional, una burla al sistema democrático y un desconocimiento de la voluntad popular expresada en las elecciones celebradas el 20 de diciembre de 1962. Este Golpe siniestro fue el resultado de una conspiración de sectores militares de mentalidad antidemocrática, cuyo cubil de formación fue la dictadura trujillista, esa deformación tubular del más febril anticomunismo represivo y homicida, encarnado en la figura siniestra del tirano Rafael L. Trujillo.
El más grave error de la lucha democrática del país y del gobierno de transición del Consejo de Estado, que organizó la justa electoral de 1962, fue dejar intacto el aparato militar, sin someterlo a una depuración ética, social y psicológica, sin llamar a nuevos ingresos sobre la base de una mentalidad democrática, de estudios psiquiátricos y de un mínimo de formación profesional. Una parte de los altos mandos de entonces, que arribaron a las jefaturas militares, lo hicieron por golpes traumáticos de cambios, coyunturales. Ninguno de ellos ascendió a los mandos castrenses por méritos individuales, por evaluaciones de mentalidades democráticas, de respeto a los derechos humanos. Mientras el país dio un paso de avance concomitantemente con el inicio del período de la democracia, con la salida de Ramfis Trujillo y sus familiares, un sector hegemónico de esos mandos, capitalizó el momento histórico de la desaparición de la dictadura y de los remanentes trujillistas, para ponerse al frente de los cambios materializados en noviembre de 1961. Salvo excepciones memorables como las del coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez y los militares constitucionalistas del abril inolvidable de 1965, encabezados por el coronel Francisco Caamaño, las Fuerzas Armadas sustentaban ideas subversivas, retrógradas, inhabilitada para entender los compromisos históricos, a remolque de los viejos instintos y abusos con los cuales forjaron la obediencia ciega y servil a Trujillo.
Nunca entendieron la política norteamericana del presidente Kennedy, expresado en el programa de “La Alianza para el Progreso”, que era el buque insignia de la administración norteamericana en ese momento, para impulsar cambios pacíficos y reformas estructurales, como contrapartida al auge de la revolución cubana y sus propuestas de cambios revolucionarios por la vía de la violencia. Para Kennedy, Bosch encarnaba una posibilidad democrática de cambios que diferenciaba el camino radical emprendido contra viento y marea por Cuba socialista para sobrevivir. El fracaso de Bosch cerraba esa vía y validaba de algún modo los argumentos e ideas loados por Cuba revolucionaria, en su intento de impulsar la lucha antagónica contra las lacras oligárquicas en el continente. Los militares de 1963 en colusión con grupos económicos de la oligarquía dominicana y un sector conspicuo de la Iglesia Católica, vieron en la Constitución del 29 de abril de 1963, una reforma constitucional comunista, cuando en realidad era una carta de conquistas sociales, de avances, de defensa de la nación contra la voracidad de los monopolios extranjeros, defensa de los obreros, contra el latifundio, por la igualdad derechos, entre otras conquistas.
El Golpe de Estado fue una fatalidad histórica, interrumpió los avances de la democracia, entrampó al país en el oscurantismo y la más abyecta corrupción, cuyo centro de operaciones era precisamente la Base Aérea de San Isidro y las cantinas de la Policía Nacional. Kennedy nunca aprobó ni reconoció al gobierno de facto llamado Triunvirato. Tuvo que ser asesinado el presidente de Estados Unidos el 22 de noviembre de 1963, para que tres semanas después el presidente Johnson, “TrujiJohnson” lo llamó el profesor Juan Bosch, lo hiciera, dando un giro absoluto a la política norteamericana, apoyando gobiernos de fuerza e incrementando la guerra en Viet Nam hasta niveles genocidas.
Un alto dirigente de la Unión Cívica Nacional, aunque representaba una organización conservadora ideológicamente, pero quien había sufrido torturas en la mazmorra trujillista de la 40, propuso en 1962 llamar a concurso y formación para la integración de unas nuevas Fuerzas Armadas, con previas evaluaciones individuales, médicas y sicológicas, sin vínculos afectivos ni obediencia ciega a métodos represivos violadores de los derechos humanos. Ese “cívico”, que fue un hombre honorable, el doctor Luis Manuel Baquero, tuvo una visión profunda e histórica, que de haberse puesto en práctica hubiese coadyuvado a una democracia más efectiva y perdurable.
Las lecciones del Golpe septembrino son múltiples, una de ellas es que los militares no son ni deben ser beligerantes, son garantes de la democracia que el pueblo se da en elecciones libres, y que deben ser obedientes al poder civil. Otra lección es que hay que respetar la voluntad popular y que solamente a través de elecciones democráticas se pueden cambiar los gobiernos elegidos.
El profesor Juan Bosch fue un gobernante democrático de profundas convicciones sociales avanzadas. La frustración producida por el Golpe traidor y luego la injusta intervención militar norteamericana del 28 de abril de 1965, radicalizaron su pensamiento y su desdén por lo que él llamaba la “mentada” democracia representativa, inútil en el marco de la “guerra fría” en aquellos años. Al calor de los cambios actuales y la recomposición política, así como el derrumbe del campo socialista, nuevas contradicciones azotan el marco ideológico y económico de nuestro tiempo. Pero la historia del Golpe del 25 de septiembre refleja la responsabilidad de militares obsoletos, ninguno sale ileso del juicio de la posteridad, ni los grupos oligárquicos y sus representantes políticos, ni un sector de la cúpula de la Iglesia Católica, que estuvo envuelto en tramas antipopulares, cuyo discurso hostil a la democracia encarnada en Bosch, ha quedado sepultado para siempre en el osario de la historia.